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Abel Giral, pastor a los 86 años: "Salir al campo con el rebaño cada día me da la vida"

Abel Giral Palacio con el rebaño
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Su extensa dedicación a la ganadería en extensivo, tan "fundamental" para la naturaleza, le valió el premio "La huella de Chapu" de la Asociación de Ganaderos de la Sierra y Cañones de Guara en 2023. Fue una "gran alegría" para alguien que pastorea, ni más ni menos que desde hace ocho décadas

Pocos (casi ninguno), pueden presumir como él de ser pastor con 86 años y, menos aún, de llevar siéndolo más de 80. Y es que, afirma Abel Giral Palacio que, "con cinco años ya iba con los corderitos al campo" y "con ocho, a la sierra con el rebaño" y "¡sin perros ni nada!", enfatiza mientras recuerda que su padre "no quería", pues temía que se perdiera. Pero las circunstancias mandaban: "éramos seis casas en el pueblo, en todas había ovejas y, cuando el pastor descansaba, había que ir uno; y de mi casa iba yo porque era al que le gustaba más el ganado", relata sobre aquellos años de su infancia en los que dirigía a unas 500 cabezas. Y Abel no sólo no se perdió, sino que desde entonces se ha entregado al ovino y hoy, aunque ya jubilado, sigue haciéndolo, echando una mano a su hijo -de nombre también Abel-, al que traspasó su explotación; hasta el punto de que afirma rotundo que "poder salir al campo y pastorear cada día", le da la vida.

Es el particular secreto de eterna juventud de este oscense que vive con su familia en la única casa habitada de Santa María de la Nuez, en la comarca del Sobrarbe del norte Aragonés. No en vano, las ovejas le mantienen ocupado y activo, física y mentalmente. Se levanta "a las siete u ocho de la mañana" y ayuda a colocar el pastor eléctrico, "si hay pasto bueno"; a pastorear; a alimentar a las que quedan en el corral, o a cerrar a los animales en la nave al final del día para evitar peligros nocturnos -por su zona, sobre todo, el zorro-. "Lo más es cuando paren", dice quien, allá por agosto y septiembre, se levanta "a las cinco de la mañana" porque "hay que estar siempre encima", separar "a cada madre con sus corderos para que no se mezclen y los aborrezcan", o ver "si alguno necesita biberón".

Las cosas fuertes las hace su hijo, pero él aporta sapiencia y experiencia a una cabaña que suma hoy 340 ovejas de raza lacaune y produce corderos con destino a la cooperativa de Aínsa. "No puedo estar parado", afirma este octogenario que tampoco puede dejar atrás su condición de agricultor, trufero y cazador; de medioambientalista de libro que siempre ha cuidado el entorno que le rodea para poder vivir de lo que la naturaleza regala.

Aunque, lamentablemente ya no puede "andar lo que antes por el monte", aún va cazar los fines de semana, como "también a las trufas", dice orgulloso quien resulta todo un ejemplo para un oficio en peligro de extinción, que no ha sentido en el monte más miedo que "a las tormentas" y que, de tantos años con el zurrón a cuestas, se queda con un recuerdo: "lo más grande era cuando, de niño, me levantaba pronto, el primero, para ir a ver cuántas ovejas habían parido por la noche para subir corriendo a la habitación a decírselo a mi padre".

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