
México cada año vive el impacto de desastres de origen natural, ante ello los gobiernos de distintos niveles han ejecutado medidas de prevención para hacerles frente, no siempre con buenos resultados.
Según el Banco Mundial (BM), actualmente, la tendencia del país ante este problema es: menos vidas perdidas, pero más pérdidas económicas y personas afectadas.
Un documento publicado por el organismo internacional el año pasado daba a conocer cifras en torno a la relación de México con los desastres de origen natural, entre ellas que de 1980 a 2010 se han registrado 22 mil muertes debido a las devastaciones ocurridas en territorio nacional.
También que de 1999 a 2007 han emitido, el gobierno en turno, cerca de 6 mil 500 declaratorias de desastres, el 90 % de ellas debido a huracanes e inundaciones.
El embate de dicho fenómenos han afectado a México a través de la historia, dos de los más importantes fueron: el terremoto de 1985 que sacudió al Distrito Federal y alrededores, y dejó un daño económico de 11 mil 400 millones de dólares, según estimaciones del BM; y en el 2005, el huracán Wilma que dañó la península de Yucatán y zonas aledañas, dejando a su paso pérdidas cercanas a los 5 mil millones de dólares.
Ante este panorama, Economía Hoy entrevistó al experto Jaime Mok, gerente de reducción de riesgos y respuesta ante desastres de América Latina y el Caribe de la organización internacional Hábitat para la Humanidad, quien nos habló de los avances y carencias que se viven en el contienente americano respecto al tema.
Un término mal usado
Jaime Mok considera, en primer lugar, que el término "desastres naturales" está mal usado, ya que los desastres no son naturales, existen factores que demuestran que son provocados.
El aspecto de vulnerabilidad de las construcciones de viviendas, la dudosa calidad de los materiales usados sin asistencia técnica adecuada, y el hacinamiento y ausencia de vías de escape, son los primeros factores que el experto invita a tomar en cuenta.
Aunado a ello, otros elementos a considerar, según Mok, son las capacidades y recursos con los que cuentan o no las familias y comunidades afectadas para enfrentar y sobreponerse a un fenómeno de este tipo, y que en ocasiones les priva de contar con sistemas de alerta temprana, planes de evacuación, equipo de apoyo en la respuesta y planes de seguridad familiar y comunitaria.
También el grado de exposición, es decir, una mala planeación de viviendas ubicadas en zonas de riesgo como cauces de ríos o suelos de baja resistencia, o cercanos a fuentes contaminantes o de radiación, argumenta el gerente de reducción de riesgos y respuesta ante desastres.
Un factor más es la amenaza, que puede ser por dos causas: de origen natural como sismos, tsunamis, huracanes; o tecnológica o causada por el ser humano como incendios y contaminación.
Ante estos factores, Jaime Mok nos explica que sólo un componente es de origen natural, los otros son construcciones sociales de acción y responsabilidad, por lo que decir "desastres naturales" es un término mal empleado, lo correcto es "desastres de origen natural".
Además, agrega el investigador, el decir "desastre natural" comunica una idea de que al ser natural poco podemos hacer para reducir el impacto del mismo, "vinculándolo muchas veces con la idea de que esto es un 'designio de Dios'".
Factores en pro y contra
Para Jaime Mok, muchos gobiernos de la región han comenzado a entender la importancia de una visión más holística del problema de los desastres de origen natural, y expuso para Economía Hoy avances y fallas en políticas de gestión del riesgo.
Los factores a destacar en los que se ha avanzado están:
- Mecanismos gubernamentales para el manejo de la reducción del riesgo, con la creación de instancias especializadas en el tema.
- El impulso de cursos, diplomados y maestrías especializadas para fortalecer las capacidades de los trabajadores del gobierno y en general en la temática.
- Reducción de los procedimientos para verificar y aprobar qué proyectos deben priorizarse en una situación de desastre.
- Iniciativas innovadoras para mejorar la efectividad de la respuesta, como el uso de "drones" para obtener información rápida de las afectaciones en zonas de difícil acceso.
Y los factores en los que todavía hace falta trabajar:
- La coordinación, tanto al interior de la estructura del gobierno pero también con las instancias de la arquitectura humanitaria, incluyendo gremios profesionales, organizaciones de la sociedad civil, no gubernamentales, academia, y sobre todo, la población afectada.
- Algunos gobiernos no comunican las afectaciones reales del desastre hacia los otros actores humanitarios, y otros no fomentan que otras organizaciones como ONG participen en las acciones de respuesta.
- No siempre las evaluaciones de daños y de familias afectadas son fidedignas o realizadas con un criterio profesional ad-hoc.
Para finalizar el gerente de reducción de riesgos y respuesta ante desastres de América Latina y el Caribe de la organización internacional Hábitat para la Humanidad, explica otro factor muy importante, el término que en inglés es "accountability" y que en español se ha limitado a la traducción "rendición de cuentas", que no logra dimensionar el verdadero sentir de esta acción, según el experto.
Jaime Mok comenta que este término tiene que ver con el principio de que toda persona afectada por un desastre tiene los mismos derechos de ser informado y consultado, además de que obliga a actuar con responsabilidad y transparencia en el manejo de los fondos, a que existan condiciones para que la población participe activamente en las decisiones que les interesen permitiendo así relaciones de poder más equitativas y reconstruyendo la autogestión del grupo afectado.
El investigador sentencia que en esa parte aún hay fallas, aunado a que la inclusión de los grupos vulnerables en las políticas de gestión del riesgo es débil así como la carencia de mecanismos de participación de las comunidades en los procesos de gestión del riesgo.