Política

La radicalización del PDeCat deja a la empresa catalana desprotegida

Carles Puigdemont y Quim Torra. Foto: Efe.
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La asamblea del PDeCat de finales de julio certificó la toma de poder en el partido por parte del expresidente catalán Carles Puigdemont y representó el primer paso en la disolución de la formación heredera de CDC en la Crida Nacional per la República impulsada por el político gerundense, una plataforma política estrictamente independentista y cuya voluntad de transversalidad no esconde un vacío en la completa indefinición de su programa social y económico. De esta manera, la última mutación del espacio convergente apuesta definitivamente por la consecución de una república catalana, pero abandona el discurso tradicionalmente favorable a la empresa y partidario de la contención fiscal que le dio durante décadas la hegemonía electoral en el espacio de centro derecha en Cataluña.

La cuestión es saber si este granero de votos se mantendrá fiel a la nueva marca independentista de Puigdemont u otras formaciones podrían acabar ocupando este espacio con recetas políticas al estilo de la antigua Convergència.

La entrada del procés en su fase de aceleración -concretada en la voluntad del expresident Artur Mas de concurrir a las elecciones del 27-S con un programa inequívocamente independentista- provocó en 2015 la ruptura de CiU tras 37 años de colaboración entre Unió y Convergència. Los casos de corrupción que acechaban a CDC llevaron a la desaparición del histórico partido fundado por Jordi Pujol y su sustitución en 2016 por el PDeCat, una formación de corte centrista con un ideario que se solapaba ya desde un inicio con el de su contrincante en el campo soberanista, ERC. Lejos quedaba ya la voluntad business friendly de CiU durante la primera etapa de Mas, cuando defendió la austeridad fiscal y llegó a suprimir el impuesto de sucesiones en 2011 junto al PP en el Parlament.

La causa independentista ha pasado a ser el único eje sobre el que gira el heredero de Convergencia

Las sucesivas contiendas electorales en las que participó la familia convergente a partir de la ruptura de CiU evidenciaron el progresivo abandono del eje socioeconómico para abrazar únicamente la causa independentista. En 2015, CDC concurrió a los comicios autonómicos en la coalición Junts pel Sí junto con ERC, un partido que se define como socialdemócrata, y (tras la retirada de Mas y la investidura de Puigdemont) gobernó con el apoyo de la CUP. Después del 1-O y de la declaración de independencia, que terminó con la intervención de la Generalitat a través de la aplicación del 155, el espacio postconvergente concurrió a las elecciones del 21-D integrado en la marca JxCat, que integraba al PDeCat y a independientes fieles a Puigdemont -en una plataforma que ya anticipaba la indefinición en materia económica que ahora ha asumido la Crida- y que gobierna actualmente la Generalitat en coalición con ERC. Un nuevo paso en esta disolución será la próxima sustitución de los portavoces del PDeCat en el Congreso por otros más próximos al Puigdemont.

Un espacio en disputa

Entonces, ¿la evidente retirada ideológica del mundo convergente en el eje social puede dejar espacio en el centro derecha catalanista a nuevas formaciones? El historiador y experto en el sistema de partidos de Cataluña, Joan B. Culla, admite que existe una "confusión táctica" en el ámbito de la antigua CDC ante la constante apelación a la transversalidad de Puigdemont. Con todo, Culla afirma que esto no implica que los votantes tradicionales de CiU que se han sumado al independentismo en los últimos años estén "disponibles" electoralmente para otras formaciones ajenas al soberanismo y considera que el mapa político catalán conservará este bloque hasta que se resuelva el procés mediante un referéndum legal, gane la independencia o la unión.

Por su parte, Ramon Espadaler, secretario general de Units per Avançar -formación que integra antiguos dirigentes de Unió y a independientes y que concurrió a las elecciones autonómicas en coalición con el PSC- opina que ahora "hay más espacio que nunca" para un partido de centro derecha y no independentista, pero de inspiración catalanista, especialmente después de que el PDeCat "rompiera definitivamente" con esta tradición, que él reivindica y que históricamente había apostado por un programa de "estabilidad y reformismo" en Cataluña y en el conjunto de España. Espadaler también señala que es un contrasentido que una formación que tradicionalmente había arrastrado a grandes mayorías abdique ahora de sus propuestas económicas. En 2015, Unió logró más de 100.000 votos en las elecciones autonómicas y se quedó a las puertas de lograr representación en el Parlament.

En esta línea, Antoni Fernández Teixidó, exconseller de CiU y presidente de Lliures -partido liberal y catalanista no independentista- señala que el último giro del PDeCat "no tiene retorno" y deja "huérfanos" a miles de catalanes, y pide que para articular una alternativa se extraigan lecciones del procés, empezando por el abandono de cualquier tentación de unilateralismo. Para ello, propone una "refundación" del catalanismo basado en las libertades individuales y en el fomento de la competitividad de Cataluña y del conjunto de España.

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