En la política actual casi tiene más valor parecer algo que serlo en realidad. Muchos se sorprenden, por ejemplo, cuando pasados los años un político al que apoyaron acaba respondiendo ante la Justicia por lo que hacía mientras se esforzaba en dar imagen de honradez. Como cuando ante un hecho trágico en una comunidad de vecinos siempre aparece quien dice al periodista de turno que 'parecía buena persona' y que 'siempre saludaba'.
Resulta difícil conocer en realidad a las personas en las que depositamos nuestra confianza para que nos gobiernen. Les vemos en titulares, en debates, respondiendo a preguntas u ofreciendo ruedas de prensa más o menos controladas. Aprendemos qué piensan a través de sus palabras y mensajes, y más o menos construimos una idea de cómo actúan a través de sus movimientos y su apariencia. En un negocio donde la imagen puede decantar un voto nada se deja al azar.
Es lo que debió pensar Albert Rivera cuando en 2006, con 27 años y recién elegido líder de un partido recién nacido, decidió saltar a la palestra como un elefante en una cacharrería. Se presentaba a las elecciones catalanas y pensó -pensaron- que la mejor manera de llamar la atención era hacerse notar. La imagen del candidato completamente desnudo como cartel electoral aún hoy le persigue.

Ha llovido mucho desde entonces. Ciudadanos entró en el Parlament, y gracias a la escalada del independentismo, se hizo fuerte hasta llegar a liderar la oposición. La formación dio el salto a la política nacional y hoy Rivera proyecta una imagen muy diferente. Explora su telegenia con una imagen medida, luciendo un estilo de vestir moderno pero elegante muy en la línea de lo que su partido intenta ser -un renovador sin cambios bruscos-.
Entre una y otra estampa, la del Rivera tapándose los genitales con las manos y el hombre de camisa blanca cuidadosamente arremangada, hay doce años de evolución. En medio, fotos que hoy parecerían impensables: un pelo casi desaliñado, camisas de cuadros moradas que bien podría lucir Pablo Iglesias y pantalones vaqueros menos 'perfectos' que los que luce hoy en día. Entre otras muchas cosas, Ciudadanos ha crecido gracias a un extraordinario cuidado por la imagen que proyectan sus principales caras visibles -el propio Rivera e Inés Arrimadas, la hoy cabeza visible en Cataluña-.
El caso de Rivera y Ciudadanos es seguramente el más llamativo, pero ni mucho menos el único. Muchos políticos han ido haciendo evolucionar su imagen para adaptarse no sólo a la estética del momento, sino también al mensaje que querían dar. En política, como en otros sectores, el medio es el mensaje para muchas cosas.
No es casual, por ejemplo, el gusto por las gafas con patillas de colores que tanto han lucido destacados líderes de CiU en los últimos años. El máximo exponente era Josep Antoni Duran i Lleida, que se esforzaba por combatir la imagen clásica que desprendía alguien que llevaba décadas en política activa. Sin embargo, ni siquiera el dar un concierto de batería ante las juventudes de la extinta Unió le ayudaría para contrarrestrar las demoledoras consecuencias de sus fotos en la suite del Palace.
Hay cambios que son más sutiles que otros. Cristina Cifuentes, por ejemplo, ha ido cambiando de forma sorprendente a lo largo de los años aunque no necesariamente por una cuestión estratégica. Al hilo de su caso con el máster salieron a la luz las fotografías de su perfil en la Asamblea de Madrid, muy distintas entre ellas... y casi siempre menos favorecedoras que su imagen actual.
Viendo esto tampoco me extraña que los compañeros de máster de Cristina Cifuentes no la recuerden. pic.twitter.com/x5QKOWsNyh
Dani Bordas (@DaniBordas) 12 de abril de 2018
Pero aunque los cambios de Cifuentes no hayan tenido que ver con un componente electoral, sí ha usado también su imagen para intentar conectar con distintos tipos de electorado. Es el caso de sus tatuajes y su vertiente motera, muy comentados en campaña para intentar aproximar su perfil al votante más joven.

Uno de los cambios de 'look' más comentados en los últimos meses ha sido el de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, que sabe bien lo que es arrepentirse de proyectar una imagen distinta a la pretendida. Le sucedió cuando El Mundo publicó a toda página un reportaje fotográfico en la que la mano derecha de Rajoy aparecía posando como una modelo, algo que chocó en las esferas más tradicionales del partido.
Ahora, tras años de lucir una imagen sin apenas cambios, ha aparecido con una imagen que muchos expertos han coincidido en calificar de más 'presidencial': pelo más corto, trajes más sobrios y gafas. Más gris, más seria más, según dichos análisis, en la rampa de salida hacia una eventual sucesión

Los cambios de imagen no son, sin embargo, patrimonio exclusivo de los políticos patrios. En Francia, por ejemplo, ha habido dos casos sonados en poco tiempo. El primero fue Nicolas Sarkozy, que tras ser derrotado intentó volver al poder creando un nuevo partido a su alrededor ('Los Republicanos'), algo que llevó al extremo el ahora presidente Emmanuel Macron cuando creó un partido que llevaba las mismas siglas de su nombre (En Marche).
Aunque para cambios, el de Marine Le Pen. La líder del Frente Nacional ha conocido su propio techo y ha visto que con sus propuestas puede llegar a la segunda ronda de unas elecciones, pero que nunca podrá ganarlas. Por eso propuso un profundo cambio a su partido, aunque fuera en lo externo: primero rebautizarlo como 'Reagrupación Nacional', segundo cambiando su aspecto en una línea similar a la de la vicepresidenta.
Y para ilustrar que inician una etapa de renovación política con rostro amable y pensamiento sereno, Marine Le Pen se ha puesto gafas. pic.twitter.com/pXGLSp600j
Javier Albisu (@javieralbisu) 9 de marzo de 2018
En cualquier caso, cambiar no siempre garantiza éxito. Si hay alguien que se ha mantenido fiel a su estilo esa ha sido Angela Merkel, líder indiscutible de su partido, su país y nuestra economía continental. Y no será porque se atreva con grandes innovaciones alocadas en lo que a su imagen se refiere...
