
Dilatados los plazos, estirados casi al máximo, Rajoy comienza abril sin los acuerdos suficientes para aprobar los Presupuestos. El PNV se ha parapetado frente al 155, y ya pueden caer chuzos de punta, que si no se forma un Govern en Cataluña en breve y decae esta aplicación, su última palabra -sostienen- será un 'No' a las Cuentas de 2018.
Posiblemente adrede, Carles Puigdemont ha metido a la política española en una ratonera de la que es difícil salir. Elecciones ilegales el 1-O, instrumentalización de las cargas policiales, huida de más 3.000 empresas, caída del sector turístico en Cataluña, y plenos interminables con declaraciones ilegales aderezadas con la fuga del expresident a Bruselas.
Así que hoy, Rajoy se encuentra atrapado por esta pícara astucia de Puigdemont. Tanto que, más allá de los PGE, la falta de escaños del PP estrangula la acción política. Es como si no tuvieran valor los guiños a pensionistas, viudas, a las rentas más bajas, a los funcionarios, o a las Fuerzas de Seguridad del Estado. Da igual, la oposición quiere cobrarse su pieza, aunque sea yendo a unas generales.
Recorrido el pesado camino, conviene preguntarse si sirvieron de algo el concierto y el cupo vasco. Porque ahora, con las calles encendidas por los radicales pesa más el victimismo de Puigdemont y la épica de la mentira -como glosan The Times o Der Spiegel, demostrando no tener ni idea de lo que pasa en España-, que el valor real de una democracia. ¿O, no?