Sobre el papel las instituciones políticas italianas parecen mucho más anquilosadas que las españolas. Primero, por la sobredimensión de sus cámaras, que suman 950 miembros -sólo el equivalente al Parlamento suma 630 diputados-. Segundo, por el vestigio que supone que en el Senado se reserven escaños vitalicios -ahora mismo hay seis-, que destinan a expresidentes o a personajes de especial importancia pública. Tercero, que cuenten con un 'candidato en la sombra' (no puede ir en las listas al estar inhabilitado) que ha sido primer ministro ya tres veces, como es Silvio Berlusconi.
Sin embargo, y a pesar de todas las apariencias, la vida política Italiana es bastante más movida que la española. Por ejemplo, tienen por costumbre cambiar de primer ministro (allí se llama 'presidente del consejo de ministros') cada cierto tiempo. En esta legislatura ya van tres -Letta, Renzi y Gentiloni-, y rara es la ocasión en la que empieza y termina la misma persona.
Por tener, en Italia han tenido hasta primer ministro 'a dedo', como fue Mario Monti cuando la Unión Europea quiso asegurar el cumplimiento de sus medidas económicas en el contexto de la crisis.
Italia, en lo político, es un poco 'alocada' si se compara con los estándares españoles. Es verdad que hemos vivido elecciones anticipadas, y un reciente periodo de bloqueo institucional con repetición de elecciones incluida. Pero, en general, la política patria parece bastante más estable que la italiana. Ahora bien, últimamente parece que nos encaminamos a algunos escenarios similares.
Coaliciones contra la fragmentación
Por ejemplo, una de las principales características del sistema italiano es que no se basan (sólo) en los partidos. Allí, salvo contadas excepciones, se presentan en grandes 'bloques' ideológicos, desde los que luego reparten funciones y pesos. Así, hay nombres clásicos como las coaliciones del Olivo (a la izquierda) o de la Libertad (a la derecha). La cosa resulta un poco más rara cuando se mira dentro.
Porque, por poner un ejemplo, en la coalición de izquierdas de las elecciones que celebra Italia en unos días, conviven el socialista Renzi con la liberal europeísta Emma Bonino y formaciones regionalistas como el Partido Popular Tirolés o el partido del Valle de Aosta. A la derecha pasa lo mismo, con una alianza clásica entre la formación de Berlusconi y los independentistas ultraconservadores de la Liga Norte o partidos democristianos.
¿Es posible algo así en España? En cierto modo, ya sucede. Por ejemplo, el Partido Popular suele presentarse en coalición con marcas diversas en algunas regiones, como UPN en Navarra, el PAR en Aragón o FAC en Asturias. El PSOE hace lo propio con el PSC catalán o Nueva Canarias en las islas. Qué decir de Podemos, que aglutina confluencias diversas con formaciones regionales -las Mareas gallegas, los 'comuns' catalanes y Compromís en la Comunidad Valenciana-.
En cualquier caso, ninguna de esas alianzas es tan chocante como las italianas, que han dado a luz cosas tan raras como alinear a centristas con nostálgicos de Mussolini, o a liberales democristianos con socialistas.
Para ver algo similar en España hay que encomendarse a las elecciones europeas, y ni siquiera: los grandes partidos repiten sus alianzas 'tradicionales' y son los partidos nacionalistas los que acaban sumando fuerzas con otros partidos de otras latitudes. En los últimos comicios por ejemplo se alinearon por un lado Convergència con PNV y Coalición Canaria, mientras que por otro lado unieron fuerzas EH Bildu y BNG, y en un tercer bloque Compromís, Equo y la Chunta Aragonesista.
El modelo italiano responde a la necesidad de aportar cierta estabilidad a un sistema ya de por sí inestable: muchas fuerzas distintas, muchos escaños a repartir y un asiento -el de primer ministro- muy movido. Con unas circunstancias como las actuales, por tanto, podría no parecer muy descabellado pensar en un modelo español similar a medio plazo… aunque ahora resulte raro pensar en una coalición futura entre PP y Ciudadanos, o entre PSOE y Podemos. En España, a diferencia de en Italia, las diferencias discursivas son mucho más importantes que las ideológicas.
La gran variable española, sin embargo, siguen siendo las fuerzas nacionalistas. Algunas conservadoras -PNV y Convergència- han apoyado a PSOE y PP indistintamente (aunque más a la izquierda), mientras que otras -UPN, FAC o PAR- se han volcado sólo con el PP. Las progresistas -ERC, BNG o CHA- han apoyado alguna vez al PSOE, aunque en la mayoría de ocasiones han optado por hacer camino en solitario. Otras, como EH Bildu, las CUP o Geroa Bai no suman en política nacional.
Está por ver cómo evoluciona la voluble política patria actual. Quizá no sea raro ver listas comunes en el futuro, con grandes bloques coaligados. La fórmula, dadas las particularidades españolas, no sería tanto ideológica como de programa. Y ahí los nacionalistas de uno u otro signo se inclinarían por quienes apuesten más decididamente por sus demandas que por quienes compartan sus políticas económicas o sociales. En eso España e Italia no son tan distintas.