Política

Bélgica y Dinamarca, ¿países sin ley?

  • Con la peripecia de Puigdemont se demuestra que la justicia no es universal
  • Pero a un ciudadano con cuentas pendientes debería interceptársele
Carles Puigdemont en Copenhague. Foto: Reuters

La crisis inverosímil que el prófugo Carles Puigdemont está provocando en media Europa parece poner a prueba la capacidad de sorpresa de los ciudadanos y de las instituciones de este Viejo Continente, anquilosado y torpe de movimientos como un elefante. El desafío que una sola persona puede llegar a protagonizar contra todo un sistema judicial resulta tan increíble como la respuesta que desde países de nuestro entorno se está dando a esta situación rocambolesca y vergonzosa.

Con la peripecia peliculera del ex presidente catalán se ha demostrado que la justicia no es universal, por mucho que se nos haya querido inocular esa idea durante años. Los mismos que la reclamaban como reclamo poético justiciero contra personajes lamentables de la historia, apelan ahora a los derechos del huido para esconderse allá donde más le favorezca el galimatías legal en que se conforman los distintos Estados de esta Unión Europea anquilosada.

Se está demostrando que aquello de cometer un delito en un país y huir a otro para evitar la detención, algo que parece de la época de preguerras, vuelve a ser válido. Si a un extraterrestre le contamos que en 2018 hay un señor reclamado por los jueces de un país que se ha marchado a otro y visita un tercero con total libertad sin que ningún agente de policía le pida siquiera su documentación, nuestro amigo quedaría tan impactado como el monstruo de La forma del agua. Que la orden de detención sea sólo aplicable en territorio nacional recuerda aquellos tiempos en que se cruzaba la frontera en fugas aventureras porque al llegar al borde de un país la libertad y la ausencia de cargos esperaban al otro lado con total impunidad.

Ya pueden ser las legislaciones de Bélgica y Dinamarca las que sus ciudadanos quieran y tan permisivas como ellos elijan. Pero a un ciudadano con cuentas pendientes en la justicia de otro país, máxime si es socio comunitario, debería interceptársele y ponerle a disposición de las autoridades de su origen, sea la orden de detención la que sea. El viaje a Dinamarca de esta semana ha sido un golpe irreversible en la confianza de los europeos en su sistema judicial, por si no era ya suficiente el espectáculo que Bélgica ha dado con su célebre huésped imputado.

Ahora se cuenta con los dedos a un lado y otro de los Pirineos el conjunto de posibilidades que tiene Puigdemont para venir, para quedarse, para estar sin venir o para estar disfrazado. Pero el daño ya está hecho. Es un dirigente político español que ha paseado por varios países con total tranquilidad a pesar de que nada menos que el Tribunal Supremo le reclama para que responda de unas acusaciones importantes, que por lo que parece en Bélgica y Dinamarca no son suficientes.

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