
Bueno, pues ya está. Ahora los amantes del desenfreno parlamentario denunciarán que para este previsible viaje no hacían falta las condenadas alforjas. Que si lo esperado, que si el tedio, que si el vacío. Que si los tiempos. Ay, los tiempos. Ponerle unas exageradas bolsas al equino (ya sea asno, o purasangre, según sensibilidades) era inevitable para liquidar otro capítulo del entremés en que se ha convertido la (no) política española. Pues, más o menos, sí. Este martes, un martes cualquiera, Rajoy subió dos o tres peldaños de escalera, quemó con los ojos 36 páginas de discurso de investidura, recibió los calculados aplausos de sus compis y se fue por la misma puerta por la que había entrado. Y en el hemiciclo no pasó nada. O casi.
Entró el presidente en liza pasadas las cuatro de la tarde sabedor de que el guion pactado era que apenas hubiera guion y de que a eso no le gana nadie. Y no decepcionó. Al menos a aquellos que entienden que eso del arrojo dialéctico y los atriles es secundario en política. Las decisiones se toman en despachos que huelen a cerrado y los pactos se dibujan en servilletas de papel. A ver si ahora va a importar lo que uno dice, hombre ya.
Pero, sobre todo, se constató que el presidente que ha hecho del concepto "en funciones" casi un mandato es mucho más divertido criticando que proponiendo. Porque lo que es proponer, propuso poco. De aquel pacto de los Toros de Guisando, del rigodón y el florilegio -cuando Pedro Sánchez acudió al cadalso hace seis meses- se ha pasado, como por arte del birlibirloque (por seguir en el siglo XVII), a palabras más de ahora como "estable, duradero, sólido y tranquilizador".
Fue básicamente una hora y media de sacar pecho, de "no gastar lo que no se tiene", de 20 mil millones de puestos de trabajo, de la herencia recibida y el no-rescate, de las amenazas de Europa, de la 'Otán', de pactos de estado en todas y cada una de las materias y de la unidad de España, la "nación más antigua" del cosmos. El único trance, éste último, en el que Rajoy elevó un poco el tono consciente de a quién se estaba dirigiendo: los diez millones de españoles que en algún momento, allá por 2011 por ejemplo, decidieron votar al Partido Popular. Ah sí, y un minutillo y medio para la nimiedad esa de la corrupción y la regeneranosequé.
También aprovechó Rajoy su mitin para ningunear concienzudamente a Ciudadanos, poniéndoles constantemente al mismo nivel que el escaño de Coalición Canaria y para no decir ni una sola vez en su discurso la palabra PSOE (o 'SOE', que es como más de Rajoy) por mucho que el portavoz Rafael Hernando quisiera ponerlo en su boca en diferido. Aunque tampoco es que importe demasiado: "Este Gobierno no vendrá solo, señorías", dijo Rajoy muy cerca del final. Aplausos.
La culpa y "los malos"
"En suma: viene aquí sin Gobierno y sin apoyos, esperando que los demás le arreglen lo que usted no ha querido arreglar, porque su Señoría estaba pensando en algo que le importa mucho más: su propia supervivencia. Si usted hubiera querido formar Gobierno no necesitaba tanto tiempo, porque no ha cambiado nada desde las elecciones". No, no es el Pedro Sánchez del futuro diciéndole a Rajoy lo que hizo este martes. Es el propio Mariano Rajoy el pasado 2 de marzo, mientras el candidato socialista se removía en su silla después de haber hecho un importante ridículo presentándose a una investidura con menos diputados de los que ahora mismo tiene el PP.
No sería de extrañar que, en el ágil intercambio de papeles, fuese este miércoles el socialista el que le dijese al popular aquello de que todos los demás, los que votarán en contra de su investidura, son "los malos". Incluso puede que a alguno le cueste ya diferenciar a ambos candidatos, como parece haberle pasado a Albert Rivera y Juan Carlos Girauta con los 'Hernandos': ya no están muy seguros de con cuál de los dos portavoces firman los pactos.
Los demás, en campaña
Después del monólogo de Rajoy llegaron los soliloquios de todos los portavoces en el 'escritorio' previo a las réplicas de este miércoles. Del 'no a todo' de los socialistas, que parece que se quieren llevar el 'escatérgoris' a casa si nadie acepta pulpo como animal de compañía, al discurso bélico y esperado de Podemos, las confluencias, Compromís, Bildu y los nacionalistas catalanes en sus dos vertientes.
Incluso hubo algún mandoble de Foro Asturias y Nueva Canarias pasando, como es lógico, por un PNV que estaba obligado a marcar territorio con las elecciones vascas a la vuelta de la esquina. Y vaya si lo hizo. No vaya a ser que alguien pueda pensar que le van a ceder sus diputados al PP (ahora, se entiende), teniendo presente el extraño amancebamiento para nombrar presidenta de la cámara de hace unas semanas.
La cara visible de los nacionalistas vascos en el Congreso, Aitor Esteban, se despachó bien a gusto con Rajoy, en lo que quizás fue la intervención más sorprendente de la tarde, no por esperada, que lo era, sino por agresiva. Esteban aseguró estar "sorprendido y cabreado" por haber escuchado el discurso "más rancio" en los años que lleva en el hemiciclo español. Antes de exclamar dos o doscientas veces que "la vasca es una nación más antigua que la española". A ver quién la tiene más vieja, para entendernos.
Y luego está Ciudadanos. El portavoz Girauta salió a la palestra para decir que sí, que seguro que sí, pero que igual más adelante no, porque hay 150 puntos en un papel. Que Rajoy había estado mal pero bien y que cada cual es responsable de lo que piensa y dice, en alusión a un tuit incendiario del secretario general de su grupo parlamentario, Miguel Gutiérrez.
Y poco más. Este miércoles será el turno para las réplicas de los líderes de todos los partidos en lo que volverá a ser una jornada previsible en resultados pero quizás un poco más animada en lo que se refiere a eso del músculo dialéctico. Mucha palabra y poca chicha porque, al menos hasta después de las elecciones vascas y gallegas, todo seguirá prácticamente igual. Rajoy contra la nada.