
Positiva y agradable, esos fueron los términos que empleó Oriol Junqueras para definir la entrevista que mantuvo con Cristobal Montoro el viernes pasado. Algunos de los periodistas que se dieron cita en el Centre Blanquerna de la Generalitat en Madrid agitaron sus orejas por si no había oído bien.
Era la primera visita del Vicepresidente económico de Cataluña con el responsable de las arcas del Estado, y todo parecía presagiar un colosal choque de trenes entre políticos de divergencias tan profundas y sobre un asunto medular en el que los independentistas justifican su deriva rupturista como es el de la financiación. Ocurrió en cambio todo lo contrario, Junqueras salió de la reunión como si se hubiera encontrado con un viejo amigo que le atendiera con afecto y comprensión.
Algo ha pasado aquí, algún tipo de fenómeno se ha producido para que un político tan rocoso y transgresor como el líder de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) y el no menos mineral ministro de Hacienda en funciones se hayan entendido hasta el extremo de coincidir en la necesidad de actuar con "responsabilidad" para mantener el crecimiento de Cataluña.
Ya la invocación de Junqueras a la responsabilidad resulta una novedad tan notable e insólita que no debería haber pasado inadvertida o eclipsada por otros asuntos de la actualidad política como los pactos o la crisis de Podemos. Y no digamos Montoro, el siempre vidrioso responsable de las arcas del estado se declaró públicamente satisfecho por el compromiso del vicepresidente independentista. El titular de Hacienda le garantizó que seguiría financiando a Cataluña tras haberle presentado un plan de ajuste para cumplir con el objetivo de déficit público.
Habrá quien piense que Oriol Junqueras es un zorro que ha sabido enredar a Cristobal Montoro cuando la Generalitat estaba con el agua al cuello. Y es verdad que la agencia Standard & Poor's (S&P) amenazaba con bajar la calificación a Cataluña, lo que de hecho ejecutó mientras ambos estaban reunidos. Sin embargo tengo la impresión de que Junqueras, sin renunciar a sus convicciones independentistas ha modificado su visión sobre el proceso de desconexión al menos en lo que a los tiempos se refiere.
No es lo mismo estar fuera del gobierno, aunque prestara apoyo al ejecutivo de Arthur Mas, que hacerse cargo de las finanzas de una Comunidad que representa el 20% del PIB de toda España. Hay que mantener abiertas las escuelas y los hospitales y pagar las nóminas de los funcionarios. Hay que satisfacer los plazos de la deuda que caen inmisericordes sin atender pasiones políticas ni festivales con esteladas. Por mucho ardor independentista que te motive, cuando contraes la responsabilidad que ha asumido el líder republicano, escrutas los números al céntimo y proyectas los escenarios posibles de esa ruptura forzada que propugnan. Y lo cierto es que ninguno es bueno.
Las proyecciones más optimistas y favorables al independentismo creen que una Cataluña independiente se vería económicamente favorecida a largo plazo pero, a corto y medio, saben que sería una catástrofe. Su insolvencia en el mercado de deuda le impediría obtener financiación, tendrían que emitir su propia moneda que devaluaría el patrimonio de los catalanes y aumentaría el precio de sus débitos Bajaría el PIB y aumentaría el desempleo. El coste de ese tránsito es claramente inasumible y se aprecia mucho mejor cuando se está gestionando una administración que fuera emitiendo soflamas.
Junqueras no es el único que le ha visto las orejas al lobo. El propio Puigdemont ha dado síntomas de no tener tanta prisa por avanzar en el proceso de ruptura , aunque la interinidad del gobierno en funciones parecería idónea para pisar el acelerador.
Solo la CUP, que tumbó a Mas y a punto estuvo de forzar nuevas elecciones, mete presión para que el Govern no ralentice el proceso soberanista. Los 'cuperos' pretenden que el Parlament se comprometa a desobedecer la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) que anula la declaración rupturista del 9 de noviembre. Son antisistema mientras que Junqueras y Puigdemont solo son independentistas. Y no querrán que Cataluña reviente.