
La noche del 25 de mayo de 2015 dejó una estampa curiosa. Acabado el escrutinio de las elecciones europeas, los cinco flamantes eurodiputados de Podemos celebraban eufóricos su enorme logro. Estaban fuera de sí, sonrientes, desmadejados y aclamados por la multitud. Al mismo tiempo se conectaba con la señal en directo desde los platós de televisión donde los tertulianos y analistas comentaban sorprendidos la irrupción de un partido creado apenas unos meses antes.
Pero lo curioso no era sólo eso, sino que los cinco que celebraban estaban peleados.
A un lado, un poco separada del grupo, como celebrando la fiesta por su cuenta, asomaba Teresa Rodríguez. Entonces era una desconocida, la supuesta 'segunda'. Hoy es la líder de Podemos en Andalucía, una auténtica baronesa y representante de una voz poderosa dentro del partido: la izquierda anticapitalista.
Para entender la escena hay que remontarse en la historia del partido. El repentino éxito de Podemos tiene mucho que ver con la decadencia del bipartidismo, con el espíritu del 15M, con el marketing político, con el carisma... pero también con la habilidad a la hora de construir un órgano político.
Podría resumirse -con todo lo vago que es un resumen- en que un grupo de 'pensadores' concibieron una idea y buscaron un sistema en funcionamiento en el que implantarla. Como quien compra un bar y, con él en marcha, introduce un cambio de carta, decoración y música, y acaba creciendo rápidamente a partir de la clientela que hay existía. Eso es, más o menos, lo que el núcleo fundador de Podemos hizo con Izquierda Anticapitalista.
El movimiento, que nunca fue relevante en lo político, tenía algo que ellos necesitaban: capilaridad. Dicho de otra forma, estructura. Estaban presentes en toda España, y necesitaban justo lo que la otra parte les podía dar: mensaje, liderazgo y presencia mediática. Era el matrimonio perfecto.
En los medios se contó como la convivencia entre 'troskos' (los troskistas de IA) y los 'tuerkos' (los líderes de Podemos, fraguados en la universidad y en los platós de 'La tuerka'). El matrimonio funcionó bien hasta que llegó el éxito y, con él, las primeras luchas de poder. Una de las más visibles e inesperadas fue esa celebración, en solitario, de Teresa Rodríguez. Pero llegaron más.
Después se desterró a Monedero, que iba a ser el candidato a la alcaldía de Madrid, por las polémicas fiscales y sus declaraciones. Los medios le quemaron. Más tarde se enseñaron las vergüenzas de los procesos electivos internos, con disensiones a la hora de elegir y dos candidaturas, una apadrinada por Pablo Echenique y otra -ganadora- liderada por Pablo Iglesias. Ahora airean supuestos desencuentros entre Iglesias e Íñigo Errejón.
Incluso se bromea con otro simbolismo, el de la 'piedra, papel o tijera', en referencia al gesto que usa cada uno de los líderes del partido en sus arengas. Es un guiño poco casual, hasta estudiado, pero que ha dado mucho de sí. La 'tijera' de Monedero ha perdido empuje, pero ha sido crucial a la hora de encauzar el desgobierno interno de Euskadi -donde Podemos ahora es fuerza casi hegemónica-. El papel de Errejón se ha plantado en Madrid, donde han arreciado las dimisiones. La piedra, la de Iglesias, es la que dirige con supuesto puño de hierro la formación.
Ante la avalancha de noticias al respecto, unos y otros han quitado importancia al asunto, han bromeado, se han reunido y -dicen- han culpado al PSOE de una campaña orquestada para desestabilizarles.
De todo esto se sacan dos verdades incuestionables: una es que con sus limitaciones e imperfecciones, Podemos ha establecido un potente sistema de democracia interna que muchas veces produce asperezas internas; la otra es que en Podemos hay desencuentros estratégicos, políticos y hasta ideológicos.
Ahora bien, ¿qué tiene esto de especial? Si se compara con las otras formaciones, nada. En el PSOE hace apenas unos meses una 'baronesa' a la que nadie había votado se decía que conspiraba para mover el trono del candidato al que ella misma había puesto. Sólo el hecho de que Pedro Sánchez se hubiera plegado finalmente a no pactar con Podemos, y el hecho de que la alternativa es gobernar o irse, han tranquilizado las aguas. Si Sánchez fracasa en su intento de investidura veremos si las aguas socialistas vuelven a encresparse.
No sería, ni mucho menos, la primera vez: el PSOE ha amenazado con desgarrarse casi en cada proceso de primarias. Pasó con aquellas primarias a cuatro en las que Zapatero ganó por sorpresa; pasó cuando Borrell y Almunia compartieron bicefalia; pasó cuando Rubalcaba y Chacón necesitaron al 'establishment' andaluz para desempatar. Y todo eso sin hablar del socialismo catalán, valenciano o madrileño, por poner tres ejemplos de diecisiete posibles.
Qué decir del PP, que vivió un congreso valenciano en el que Camps tuvo que salvar a Rajoy de la operación de Aguirre y los suyos. Un PP en el que el presidente Rajoy, gobernando con amplia mayoría absoluta y con absoluto control de autonomías, ayuntamientos y diputaciones, vio como Aznar y Mayor Oreja le desafiaban como si fuera un cualquiera.
O de IU, que lleva casi más años convulsionando que funcionado, empalmando líderes en entredicho desde que Anguita se fue -y ahora, curiosamente, apadrina al líder que más daño ha hecho a IU, como es Pablo Iglesias-.
Incluso en el nacionalismo se han vivido desgarros dramáticos. El BNG perdió a Beiras, que ahora se coaliga con Podemos. Esquerra vivió una guerra civil interna cuando se fue Carod Rovira, y hasta se formaron partidos a su alrededor -como SI o Reagrupament-. El PNV en su día se rompió en Eusko Alkartasuna. Y recientemente CiU, un pacto que ha sobrevivido a décadas de tensiones, estallaba por los aires con la traumática separación de Convergència por un lado y Unió por el otro.
Las peleas internas, por ejemplo, desgajaron y enterraron a UPyD, cuyos líderes se negaron a acercarse a Ciudadanos y acabaron fuera de casi todas las instituciones públicas.
Compromís, flamante coalición valenciana que ha permitido desalojar al PP de la Generalitat y que ha sido capaz de plantarse ante sus socios de Podemos, también vivió un proceso interno de sumas y restas que llevaron del Bloc a lo que es ahora.
En Navarra Nafarroa Bai dejó de existir porque Aralar se acercó de nuevo a la izquierda abertzale 'clásica', al tiempo que la derecha navarra se escindió temporalmente entre UPN y el PP navarro.
Dicho de otra forma: en todos los partidos, coaliciones y formaciones hay tensiones. De hecho, en muchos de ellos son mucho más graves y tienen consecuencias a veces definitivas. Sin embargo, el foco se centra únicamente en las disensiones internas de Podemos, fruto en muchos casos de sus propios procesos de elección y toma de decisiones.
En todo este esquema sólo un partido se sale de la norma: Ciudadanos es la única formación a la que no se conocen divisiones... de momento. Ni siquiera la 'asimilación' de renegados de UPyD les ha pasado factura. El liderazgo de Rivera es tan incuestionable tantos años después que cuando se auguró el éxito en Madrid hubo que fabricar a una figura alternativa para ocupar lugar en su Cataluña natal. Así nació el potente perfil político de Inés Arrimadas, que lejos de verse como una sombra hacia Rivera es percibida como una encarnación suya en otro territorio.
El tiempo dirá cuáles de estas disensiones son realmente definitivas... y también si Ciudadanos sigue siendo la balsa de aceite que contracorriente y desde fuera parece ser.