Política

Las viejas formas en el debate del cambio para que nada cambie

Iglesias, enfrentándose ayer a la bancada del PSOE. Imagen: EFE

Lo escenificó el martes y lo repitió hasta la saciedad ayer. El primer objetivo, por no decir el único objetivo de Pedro Sánchez en esta ficción de investidura, era echar a Rajoy de La Moncloa. Por encima de programas, de proyectos y del interés de España. Y eso, por mucho que lo repita en su discurso ni es diálogo, ni es mano tendida. Sólo la repetición del escenario de sectarismos y descalificaciones que tanto han contribuido a desprestigiar a la política y a los políticos en la anterior legislatura.

Las viejas formas en esta que, se supone, debería ser la nueva política para el tiempo del cambio, a las que también recurrió Mariano Rajoy en un discurso de retórica brillante, pero plagado de ironías, displicencias y sin ocultar ese desprecio intelectual que siente por el candidato. Y lo explicó bien, "para que hasta ustedes (en alusión a la bancada socialista) lo entiendan", pero ni son modos ni tampoco la mejor manera para impulsar ese gobierno tripartito que defiende.

Pero la palma en ese viejo estilo de la marrullería y el insulto se la llevó el líder de Podemos. Un Pablo Iglesias, con tono encendido, buscando siempre el aplauso fácil de los suyos, con aires de novio despechado, intolerante y despectivo, que, beso en la boca a Xavier Domènech aparte, empezó su intervención recordando a Puig Antich y a los trabajadores de Vitoria, pero que se olvidó de citar a Arnaldo Otegui al que el día anterior calificó de "preso político", un estatus que ni el ni su partido conceden a Leopoldo López y demás presos opositores de la dictadura bananera de Venezuela, que ellos tanto estiman y de la que son, y han sido, asesores privilegiados y siembre bien remunerados.

El mismo Iglesias que acusó a Felipe González de tener las manos manchadas de sangre y que se permitió resucitar el fantasma de Millán Astray, aunque él esté a años luz de la altura moral, intelectual y personal de don Miguel de Unamuno. Pues si estos son los nuevos apóstoles de la regeneración y del cambio, ¡que Dios nos coja confesados! Claro que, a lo mejor, para esto alguien había llevado al padre Ángel a la tribuna de invitados.

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