
El 11 de marzo de 2008 el ahora extinto diario Público abría con una supuesta exclusiva: "Rajoy decide irse". Esa misma tarde el entonces líder de la oposición y dos veces derrotado por Zapatero en las urnas confirmaba que seguiría al frente del PP. El patinazo fue tan monumental que años después todavía se recuerda en el gremio, aunque nadie puede decir que no fuera esa la opción más probable. elEconomista lanza #RetíreseSrRajoy para favorecer un Gobierno estable.
La historia de nuestra democracia está llena de presidentes derrotados. González perdió contra Suárez dos veces antes de llegar a la Moncloa. Aznar perdió otras dos veces contra González antes de hacer lo propio. Teniendo en cuenta que la primera derrota de Rajoy tuvo lugar tras la convulsión del 11M, era fácil suponer que aguantaría un segundo envite, pero nadie daba un duro por un tercero.
En aquellos días el PP, muy poco dado a mostrar la voluntad de la militancia, de desangraba. Aznar ya no estaba, aunque estaba, y una poderosísima Esperanza Aguirre maniobraba desde Madrid contra Rajoy. No ella en primera línea, pero sí señalando un delfín a lo Susana Díaz. Se encargó de que hubiera un congreso en Valencia e impulsó a un hombre de paja para debilitar al entonces candidato. Lo que pasa es que entonces había un barón con tanto peso como Aguirre -y mucho más cercano a Rajoy-. En la historia está cómo Camps defendió a su líder entonces, y todo lo que vendría después.
Eran épocas de guerras civiles en el PP, que de eso el partido sabe mucho. El propio Camps la libró con los zaplanistas en Valencia, y la mismísima Aguirre las tuvo con Gallardón en Madrid. En la costa el de Rajoy ganó al de Aznar, y en Madrid pasó justo lo contrario. Pero entre cuita y cuita, Rajoy sobrevivió. Y, al final, a la tercera fue la vencida. Y de qué manera. El PP entonces gobernaba casi todas las autonomías, diputaciones y grandes capitales, además de tener mayoría absoluta en Congreso y Senado.
Eso, que debería haber sido una buena noticia, era a la vez una condena: el poder total de la gestión de la crisis quedaba en sus manos, y si no había resultados no podría culpar a nadie más que a sí mismo. De ahí vino la estrategia de la herencia recibida, para señalar al pasado como causante de tan incierto presente.
¿Cómo logró Rajoy superar las idus de marzo de 2008 y afianzarse en un trono de hierro forjado de mayorías absolutas? No haciendo nada. Lo que posiblemente el PP no fue capaz de ver es que no logró tal cuota de poder por sus méritos, sino por los deméritos del PSOE y su gestión de la crisis. Y sin hacer nada ha intentado seguir. Por eso las críticas por su falta de respuesta en las comparecencias no le han hecho mella. Por eso el inmovilismo ante la corrupción ha sido el arma elegida para combatirla. Por eso se ha dedicado a quedarse mirando el río para ver desfilar por delante suyo los cadáveres de sus adversarios.
Y el último en caer -parece- ha sido Esperanza Aguirre. Tras sendas operaciones policiales que han desarticulado la estructura corrupta del PP valenciano y amenaza con hacer lo propio en el PP madrileño, Esperanza Aguirre vuelve a tirar la toalla. Y eso hace años hubiera sido celebrado como una victoria de Rajoy, pero ahora es un peligro sintomático porque deja en evidencia que sólo hay una persona que no está haciendo nada.
Cuando Aguirre se fue por primera vez la pregunta era cuál era el motivo. Se habló de su salud. Se habló de que no quería asumir el impacto político de la privatización sanitaria que venía, cuando la creación de hospitales -y la ampliación del metro- fue gran parte de su apuesta política en la Comunidad de Madrid. Se habló de dar un paso atrás para que la gestión de Rajoy no le salpicara. Se habló de que veía venir la oleada de corrupción.
En el programa de Jordi Évole emitido horas después de que anunciara -de nuevo- su adiós, ella ha afirmado que decidió volver para hacer frente a Podemos. Queda la duda de si se va para siempre o si volverá para mover de nuevo el trono de Rajoy.
Y mientras Rajoy sigue a lo suyo, aunque con matices. Pasados dos meses de las elecciones generales España sigue sin gobierno, pero se han movido muchas cosas. Por ejemplo, se sabe que el líder del PSOE insultó en la cara al presidente en funciones, en directo y ante millones de espectadores, y que éste le respondió que "hasta aquí". Se sabe que Sánchez ha dicho por activa y por pasiva que no va a pactar una gran coalición con el PP. Y se sabe que Rajoy en su última reunión le ha negado el saludo al líder de los socialistas.
A la vez se sabe que en Ciudadanos dan por amortizado a Rajoy, pero que no contemplan un pacto con el PSOE si no incluye al PP, al tiempo que mantienen sus acuerdos de Gobierno con unos en Madrid y con otros en Andalucía. Dicho de otra forma: no se sabe bien qué haría Ciudadanos, salvo una cosa, que es que no pactará jamás con Podemos. El problema para el PP es que los últimos escándalos de corrupción en Valencia y Madrid hacen prácticamente imposible que Ciudadanos pueda permitirse el riesgo de apoyar a un candidato popular, incluso aunque no fuera Rajoy.
Así las cosas -y aceptando que ni Sánchez ni Rivera hayan mentido-, a Rajoy sólo le quedaría una opción: repetir elecciones. Es, de hecho, a lo que ha jugado desde el 20D. Encastillarse en que debe gobernar la lista más votada (aunque precisamente una de las salpicadas ilustres por esta nueva oleada de fango llegó a la alcaldía de Valencia sin ser la más votada). Repiten los portavoces y tertulianos del PP lo de la "coalición de perdedores", a lo que Pablo Iglesias ya ha respondido que un acuerdo PSOE-Podemos-IU formaría el gobierno con mayor apoyo social de la historia (sumando sus votos totales, que no sus porcentajes).
El arma de Rajoy es, nuevamente, sentarse y esperar. Por eso no aceptó la investidura, para no evidenciar ante su partido y ante España que no puede gobernar porque cuando tuvo poder absoluto fue incapaz de llegar a acuerdos con
nadie. Por eso intentó que el Rey no propusiera a Sánchez. Y por eso confía en que Ciudadanos, Podemos o Susana Díez impedirán que el socialista forje una mayoría alternativa. Lo que pasa es que según avanza el tiempo Sánchez tiene más opciones para ser el nuevo presidente y Rajoy para ser el primero que no consigue la reelección.
Por eso sigue esperando, paciente, casi indolente ante el griterío a su alrededor. Cada vez más voces entre los suyos sugieren un paso al lado, o una abstención para facilitar una coalición PSOE-Ciudadanos y que -al menos- Podemos no gobierne. Pero Rajoy sabe que no sobrevivirá a una tercera derrota, aunque una legislatura inestable con una oposición fuerte augurara un regreso dorado de los populares al poder.
Tras años de ascenso dorado mostrando una heroica capacidad para hacerse el indolente, el único gesto aparentemente intencionado de Rajoy que ha descolocado a los analistas ha sido el desplante a Sánchez al no darle la mano. Puede ser el último clavo en su tumba, una forma de mostrar el bloqueo actual para presionar al socialista... o el rebote final del gato muerto.
Los sondeos dicen que si se repiten las elecciones el PP subirá y Podemos superará al PSOE. Y a eso se agarra él, no se sabe ya si espectador o náufrago. Ahí esta Rajoy, sentado viendo pasar el río. Esperando a que los demás no se pongan de acuerdo en abrir las compuertas para que el agua esta vez le arrastre a él.