
Artur Mas lleva años jugándose todo a una carta, y de momento le ha salido bien. El problema es que cada mano jugada en esta partida ha requerido ir apostando más y más, y quizá la investidura tras las últimas elecciones sea la mano final: la octava vida a la que podría no sobrevivir (políticamente hablando).
Cuando decidió adelantar las elecciones lo hizo, entre otros motivos, porque la situación apretaba: los casos de corrupción, el bloqueo con el gobierno central y la sensación de órdago permanente en las calles tensaban la cuerda del 'procés'. Entonces muchos le dieron por amortizado, pero consiguió concurrir en una lista única junto a Esquerra, exmiembros de otros partidos y gente de plataformas independentistas cívicas en su penúltima peripecia.
Si contra pronóstico consiguió sobrevivir a todo lo que pasaba y verse arropado por tamaña lista soberanista, también contra todo pronóstico el cartel fue insuficiente para conseguir una mayoría que garantizara su investidura. Mas y los suyos sumaban los votos de su lista a los de las CUP, e incluso a los de Catalunya Sí que es Pot, confiando en que la demanda de referéndum conseguiría. No ha sido así.
Mas ha intentado poner el éxito del 'procés' en manos de quienes le impiden sumar mayoría, que coinciden en el fondo, pero no en el candidato. Tanto para las CUP como para Podemos el president es inaceptable: los recortes y la corrupción juegan en su contra. De hecho, la lista de Baños ya mostraba sus diferencias respecto a Mas en su ya célebre vídeo de campaña
A pesar de las intensas negociaciones, las dos primeras votaciones de investidura han dado poco resultado. O mejor dicho, mucho resultado: las CUP se niegan a investir a Mas, que se ha mostrado dispuesto a tener un cargo poco menos que simbólico para aupar a tres vicepresidentes con poderes especiales. Ni por esas. Una fuerza antisistema, minoritaria y radical es el César del Parlament. Y, de momento, tienen el pulgar hacia abajo.
Con lo que quizá no contaba Mas es que el precio que tuvo que pagar para confeccionar la lista con la que se arropó y esperaba reconquistar la presidencia se cobraba con retraso. En un gesto extraño, él y su socio Junqueras cedieron los primeros puestos de las listas a representantes civiles y a un político de otra formación, Raül Romeva, de Iniciativa per Catalunya. Muchos criticaron a Romeva por la disidencia, y vieron con extrañeza la cesión de Mas, que parecía una especie de simbolismo para hacer ver que lo importante no eran los nombres, sino el fin, el 'procés' en sí mismo.
Pero Romeva no es el títere que se esperaba, ni la cara atractiva y la planta imponente. Romeva, en el tiempo que pasó en las instituciones europeas, era uno de los parlamentarios patrios mejor valorados. De hecho, la experiencia atesorada allí era, para algunos que le conocían de cerca, una escuela que interpretaban como el preámbulo para un salto a la primera línea política. Y ahí es justo donde quiere verle Baños: el líder de las CUP sigue dispuesto a bloquear la investidura de Mas, pero propone por el contrario a Romeva como president. A Mas no le apoya, a Romeva sí.
El cabeza de lista de Junts pel Sí no es, sin embargo, un mero apaño de última hora: es la pieza de dominó que puede decidir el futuro inmediato del 'procés' fundamentalmente por dos motivos.
El primero, que podría reunir en torno suyo un apoyo mayor que Mas... pero que no se quedaría sólo en eso. A Romeva le podrían apoyar Junts pel Sí y les CUP, pero también Catalunya Sí que es Pot, lista formada por Iniciativa (partido de Romeva) y Podemos, entre otras organizaciones sociales. En otras palabras, Romeva podría contar con una holgada mayoría de escaños, lo cual no sólo le garantizaría ser investido sin problemas, sino también contar con un apoyo absoluto para poner en marcha la hoja de ruta soberanista. Romeva es el candidato de mayorías que Mas ya no puede ser.
El segundo, que la investidura de Romeva conllevaría inexorablemente la caída de Mas. Se vendería, claro, como que lo importante no es el nombre, sino el 'procés'. Pero a nadie escapa que eso detendría la huida hacia delante en la que está metido el president desde hace años. Una vez interrumpida la carrera, y ya sin la aureola institucional, tendría que enfrentarse a lo que ha intentado dejar atrás: los casos de corrupción, el legado de su gestión y -políticamente más importante- la necesaria reconversión de Convergència, que aún no ha acusado la ruptura de la histórica coalición con Unió y el impacto de su viraje ideológico en sus bases tradicionales.
Si ambos preceptos se cumplieran, Romeva fuera investido con una amplia mayoría y Mas saliera del Govern, los medios estatales lo venderían como el fracaso del 'procés' aunque en realidad podría ser el primer paso hacia el éxito del mismo. Pero lo que es seguro es que si ambas cosas sucedieran el 'procés' tendría una nueva dimensión: un bloque más o menos homogéneo liderado por representantes de izquierda capitanearía un proceso soberanista, quién sabe contra qué inquilino en Moncloa y, en cualquier caso, con un liderazgo renovado carente de los bloqueos y tensiones anteriores.
Romeva parece el candidato inexorable, inevitable, el resorte para todo, vaya el 'procés' en la dirección que vaya. Sin embargo Mas ya ha ganado tantas partidas con jugadas sorprendentes que tampoco sería raro que ganara una más. Sólo al final del juego, cuando se enseñen las cartas, se sabrá si iba de farol o no.