Política

Pánico a las generales

Mariano Rajoy votando el 24M. Imagen: EFE

Otra vez en campaña. Pasado el trago del 27S y aun manteniéndose vivo el culebrón que algunos titulan "pasión de catalanes", el eje de la política ya pivota sobre las elecciones generales del próximo diciembre. En realidad, el cambio de eje empezó a producirse la misma noche del escrutinio y a la mañana siguiente con las comparecencias y valoraciones de los líderes nacionales.

Todos, salvo los independentistas cada día más sumidos en la contemplación de su propio ombligo, traslucían en sus discursos interpretaciones afectadas por la proximidad de esa última y trascendental contienda electoral del 2015.

La ejecutiva nacional que reuniera el PP el mismo lunes 28, tras su noche triste, solo fue capaz de refrendar su estrategia inmovilista. Lo que Mariano Rajoy hizo en Cataluña durante la campaña pareció destinado no tanto a convencer a los catalanes como al resto de los españoles, es decir a los que no votaban. Su proceder trasmite nuevamente la sensación de que solo le importan las elecciones generales y que lo del 27S ya lo daba por perdido. Sus incondicionales pensarán que son movimientos de gran estratega, el juego duro de quien sacrifica sin parpadear una pieza de las gordas para ganar la partida final. Me temo que no será el caso.

Al margen de lo arriesgado que resulta el afrontar el asunto de Cataluña tan solo armado con instrumentos jurídicos y orillando el ejercicio de la política en su sentido más amplio, lo allí acontecido ha retratado a cada formación conformando un cuadro que no envejecerá hasta las generales.

Esa noche vimos a Pedro Sánchez, el líder del partido que según las encuestas le pisa los talones, celebrando la salvación de los muebles que su filial catalana, el PSC, había dado casi por perdidos. A pesar de la merma de escaños supieron y pudieron vender como un éxito el resultado frente a las negras expectativas de una formación que tuvo que superar una escisión traumática. Miquel Iceta, el candidato revelación de ese proceso electoral, le ha prestado un servicio inmenso a Sánchez y al PSOE transmitiendo un tono, una inteligencia y una naturalidad política que este país necesita como el comer.

No fue el único empujón que recibieron en Cataluña las aspiraciones de Sánchez. El pésimo resultado cosechado por la candidatura de Cataluña en Común aleja a Pablo Iglesias de cualquier posibilidad de disputarle el liderazgo de la Izquierda a los socialistas cuando hace tan solo unos meses parecían avocados a ser pasto de Podemos.

Mientras eso acontecía a la izquierda, por el centro le crecían a Rajoy unos enanos de color naranja. El éxito arrollador obtenido por Ciudadanos es el peor de los presagios imaginables para las pretensiones de los populares. Pero no fue solo la evidencia de los resultados. La performance que Inés Arrimadas y Albert Rivera escenificaron en la sede de su partido en Cataluña sumergidos en la euforia de los suyos fue la mejor de las campañas para las elecciones generales. Hora de máxima audiencia y con el foco de todas las televisiones que estaban en el ajo transmitieron a la España descreída una imagen fresca, ilusionada e ilusionante de la política. Rivera y Arrimadas se propusieron enamorar al país y realizaron un magistral ejercicio de seducción especialmente devastador para el Partido Popular.

Ciudadanos tiene lo que les falta a los populares y llevan camino de hacerse con la llave de la gobernanza de España.

A Mariano Rajoy le crecen los que comprometen su parroquia mientras que aflojan los que cercenan la de Pedro Sanchez. En Génova le tienen miedo a la próxima encuesta del CIS. Y pánico a las elecciones generales.

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