
Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias guardan semejanzas políticas paradójicas. Les aleja la edad y la generación, les distancia en gran medida la ideología, pero les une su destino. El 20D, los líderes de PP, PSOE y Podemos se juegan, a todo o nada, su carrera política. En sus partidos también lo saben.
El vuelo de los conspiradores
Todas las encuestas publicas, sin excepción, dibujan la fragmentación del arco parlamentario tras las próximas elecciones generales. Aunque la mayoría da el triunfo relativo a los populares -ninguna le da mayoría absoluta-, el resultado de los cuatro principales partidos (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) es muy ajustado.
En este vaivén de sondeos, Podemos es la fuerza que más expectativa de voto ha perdido desde su irrupción en las europeas. El salto ha sido cuantitativo. Ha llegado a pasar de ser incluso el primer partido con aspiraciones de Gobierno, al cuarto como hoy constatan los últimos trabajos demoscópicos.
Mientras PP y PSOE suben y bajan con márgenes muy pequeños, en este juego de estadísticas Ciudadanos resulta la formación con menos riesgos. Al menos por ahora. Los análisis electorales, salvo errores de Albert Rivera, les dan un papel importante y decisorio que podría funcionar como bisagra y decidir el color del Gobierno, de un lado o de otro. Con este escenario, y a dos meses de las elecciones, el vuelo de los conspiradores políticos de los partidos, los correligionarios, que no los adversarios como diría Konrad Adenauer, no ha hecho más que empezar.
Esperando a Rajoy
En el PP hay un revuelo semiescondido por el discurso oficial de unidad que trata de taponar día sí día también las críticas internas y las declaraciones incesantes de José María Aznar, a la sazón presidente de honor del PP, y la persona que confió en Rajoy para sucederle en el cargo.
Los resultados del 27S han sido el último jarro de aguafría caído en la casa de los populares. El quinto aviso, como diría Aznar, ha reavivado el fantasma de la falta de liderazgo de Rajoy y el difuminado mensaje elaborado bien desde el Gobierno, bien desde el cuartel general del PP.
Rajoy se juega mucho en estas elecciones generales. Con 60 años de edad y muchas décadas en política, hoy nadie se atreve a discutir públicamente su liderazgo en un partido absolutamente presidencialista gracias a las cláusulas de sus estatutos. A expensas de cambios de última hora, el 20D servirá para reforzar la calma chicha imperante, en el caso de un triunfo, o para despertar el descontento inmovilizado que espera hincarle el diente a Rajoy y encontrar un rápido remplazo, de él, y de sus más allegados.
Así pues, el 20D habrá que observar los movimientos de unos políticos y otros. Si Rajoy perdiera, muchos de los que ahora se proclaman fieles al gallego puede que sufrieran la conversión al catolicismo del visigodo rey Recaredo. Y si Rajoy ganara, es muy posible que quienes hoy conspiran dieran la vuelta a la manga de sus chaquetas y corearan como nadie las virtudes del presidente.
Para el recambio de Rajoy suenan los nombres de Soraya Sáenz de Santamaría, Dolores Cospedal, Cristina Cifuentes, Alberto Núñez Feijóo, Cayetana Álvarez de Toledo, Pablo Iglesias o el propio Aznar.
El examen de Pedro Sánchez
El secretario general del PSOE es la primera vez que concurre a unas elecciones generales. También puede que sea la última. Su liderazgo ha sido cuestionado desde el mismo día que fue elegido en primarias. Los primeros meses disfrutó del trato de favor de la prensa, pero Sánchez jamás ha dejado de sentir tras su nuca la presión vigilante de Susana Díaz, su mentora, y la de la federación socialista andaluza.
Y esos acontecimientos, como temía el PSOE-A han tenido lugar. En ese corto peregrinaje, de las primarias hasta la fecha, Sánchez ha tenido el apoyo y la falta de sintonía de Susana Díaz y de Felipe González, de barones importantes que no han entendido los virajes ideológicos de Pedro Sánchez y los guiños hechos a Podemos, especialmente en las municipales y autonómicas.
Hoy, lejos de crecer esta animadversión interna, Pedro Sánchez y su equipo han sabido contener las grietas dentro de su partido. Ha moderado sus alegatos, ha centrado su imagen, ha sacado a pasear la bandera de España, y cuando le ha interesado ha puesto sobre la mesa una reforma Constitucional con sonido federal, pero sin especificaciones alarmantes.
Las urnas le juzgarán. Pedro Sánchez parece dispuesto a pactar con Ciudadanos y con Podemos para llegar a Moncloa. Dice que no lo hará a cualquier precio. Para el nuevo secretario de los socialistas ésta es una operación complicada. Pero puede que sea finalmente exitosa. Habrá que ver qué ofrece y qué condiciones ponen los demás partidos, y valorar el desgaste que significa el favor de determinadas formaciones, que para los más críticos podría ser el fin del Partido Socialista. Detrás de la esquina le espera Susana Díaz y una federación muy pesada. Los pata negra del socialismo apuestan por la carta andaluza, aunque aguardan al 20D.
Las dudas de Pablo Iglesias
El final de Pablo Iglesias es una incógnita de tercer grado. Mucho se ha escrito estos días sobre su fatiga y el cansancio que abate al líder creador de Podemos, y de su posible sustitución por Iñigo Errejón.
La formación de Pablo Iglesias irrumpe como la espuma en las últimas elecciones europeas. Contra todo pronóstico, el joven profesor de Políticas se hace con cinco escaños, y deja a los gurús de PP y PSOE sin argumentos. Desde la casa de los populares se le tildó de friki. Entonces Iglesias apenas hacía casos de las críticas de acá o allá. Acudía a los programas de televisión y sus intervenciones tenían un éxito creciente a medida que su formación tomaba cuerpo y la estructura del partido se erigía como cualquier otra organización política.
Las tensiones con el antaño número dos de Podemos, Juan Carlos Monedero, desnudaron las primeras divergencias dentro de un partido que había hecho de su lucha contra la casta su primordial bandera política.
La marcha de Monedero y sus declaraciones de Renta, sus relaciones con la Venezuela de Chaves y Maduro, el advenimiento de Tania Sánchez, el enfado y disidencia de una parte de sus bases, que ha entendido que Podemos ha entregado por tactismo su signo identitario de izquierdas por lo que en breve presentará un proyecto político distinto, o el desgaste de su corta experiencia en gobiernos municipales y autonómicos han recortado las expectativas de crecimiento como reconocen a nivel interno pesos pesados de Podemos.
Pasado un tiempo, la mayoría de sondeos les colocan en el cuarto escalón. Algunas encuestas todavía en el tercero. El resultado de las elecciones catalanas no ha ayudado a mejorar el optimismo entre sus filas. Y los guiños de Pedro Sánchez a Albert Rivera, tampoco.
Si Podemos quedará relegado a la cuarta posición, la Ley D'Hont le castigaría con los restos y le dejaría en una situación y con una representación muy parecida a los mejores resultados logrados por Julio Anguita, que no sobrepasaron los 20 escaños
El crecimiento, el estancamiento, o el declive de Podemos es algo que está por ver. Ni siquiera un mal resultado puede sentenciar el futuro de Pablo Iglesias. La CUP ha sido el partido con menor número de votos en las catalanas, y sin embargo hoy tienen cogida la sartén por el mango... De todos modos, en Podemos empieza a haber movimientos, aunque la ruptura definitiva con Izquierda Unida no parece que vaya a ayudarles demasiado.