
Una parte significativa del PSOE hubiera preferido una actitud más beligerante de parte de Rubalcaba contra los recortes, lo que ha reabierto la fractura, todavía supurante, del congreso de Sevilla.
La intervención principal de Rubalcaba en la sesión de ayer en que Rajoy anunció su gran ajuste de 65.000 millones de euros en dos años y medio ha generado gran polémica en la familia socialista porque una parte significativa del PSOE hubiera preferido una actitud más beligerante contra los recortes, lo que ha reabierto la fractura, todavía supurante, del congreso de Sevilla, en que el oficialismo encabezado por Rubalcaba venció por estrechísimo margen a la candidata Chacón.
Lógicamente, la rivalidad se ha enconado al ir apareciendo encuestas que demuestran que si el PP está descendiendo significativamente en términos de intención de voto por el desgaste que le produce gobernar entre tanta adversidad, el PSOE no sólo no se aprovecha de esta caída sino que también pierde adhesiones a chorro.
El difícil papel del líder socialista
El papel de Rubalcaba en esta etapa de la vida pública no es sencillo: de un lado, como de la principal fuerza opositora, está obligado a mantener la contradicción parlamentaria con el Gobierno, a dejar claro en todo momento que existen al menos dos sensibilidades políticas que se disputan el favor de la ciudadanía.
De otro lado, como aspirante a gobernar, debe mostrar suficiente sentido del Estado para pactar con el adversario los grandes asuntos de Estado. Si a esta evidencia, que tensiona las dos almas del personaje, la de militante y la de estadista, se le suma el hecho de que el ajuste es inexorable si se quiere permanecer en Europa, una opción que no se discute, se entenderá que el líder de la oposición haya de mantener unos equilibrios difícilmente estables.
En el caso concreto que suscita este comentario, es claro que Rubalcaba, rehén de su propia historia y por tanto responsable también de aquel primer gran ajuste del 10 de mayo de 2010 que representó la claudicación de Zapatero ante la lógica comunitaria, no puede negar hoy la pertinencia del ajuste del 6,5% del PIB que nos permitirá (teóricamente) descender a un déficit público inferior al 3% del PIB a los largo de 2014.
La opción alternativa, ruptura con Europa y salida del euro, ni siquiera se contempla. Sin embargo, la posición ortodoxa es perfectamente compatible con una controversia eficaz en lo tocante a la composición del ajuste, incluso aceptando que buena parte de él ?la subida del iva y la eliminación de las deducciones fiscales por compra de vivienda- viene dictada por Bruselas, en la condicionalidad vinculada al rescate bancario y al expediente por déficit excesivo.
La petición de Rubalcaba
En efecto, en todas las medidas adoptadas, que cargan sin excepción sobre los hombros de la clase media, no hay un solo gesto encaminado a mostrar cómo los más pudientes también realizan su contribución excepcional a la crisis. La creación de un impuesto especial a las grandes fortunas, o a los miembros de los consejos de administración de las grandes empresas, o a determinados artículos de lujo no nos sacaría de pobres pero otorgaría al ajuste una decencia y un decoro estético que no tiene en su enunciado original.
Y más allá de estos gestos, existe sin duda abundante materia para un debate de fondo que Rubalcaba no ha querido emprender. Por ejemplo, el que puede establecerse entre quienes hoy apuestan por un sector público más reducido y más sostenible, y los que prefieren un sector público del tamaño del actual pero más adelgazado. O el que verse sobre qué recortes son socialmente más lesivos que otros. En definitiva, Rubalcaba tenía la obligación de defender la idea de que siempre hay más de una única política posible. El mensaje de que las crisis sólo tiene una solución, que es precisamente la propuesta por la sensibilidad neoliberal, es tan falaz como desmotivador para una sociedad polícroma y compleja como la española, que entiende la democracia como una dialéctica de progreso en que el debate ha de conducir hacia la síntesis creativa.