
"En la vida lo único que hay seguro es la muerte y los impuestos". Esta sentencia resulta ser cierta y es atribuida a Benjamin Franklin.
Lo cierto es que existe una controversia entre los que defienden impuestos bajos y los que defienden que sean altos. Aunque no existe ninguna controversia a la hora de reconocer que los impuestos, con la estructura de ingresos y gastos de cualquier Estado, no se pueden erradicar.
La carga impositiva en España se sitúa alrededor del 40% y para algunos lo establecen entorno al 60%, siendo la presión fiscal alrededor del 37%. Para establecer cualquier política tributaria, indudablemente, los impuestos se deben discernir entre directos e indirectos.
Para ello cabe señalar y tener presente que los impuestos directos gravan la riqueza en sí misma o su capacidad económica, como por ejemplo en el impuesto de la renta de las personas físicas y el impuesto de sociedades. Mientras, los impuestos indirectos gravan la utilización de esa riqueza o capacidad económica.
Hay que decir antes de continuar que ha quedado ampliamente demostrado desde hace décadas (con trabajos de Martin Feldstein, Robert Lucas y otros, antes de que lo popularizara Arthur Laffer con su curva en la servilleta de aquel restaurante) que al reducir el Estado la carga impositiva directa, en la práctica, ingresa más vía tributación. Véase lo ocurrido en Irlanda, Reino Unido y la Comunidad Autónoma de Madrid, por citar algunos ejemplos.
Esto que aún hoy en día algunos vienen negando resulta ser un hecho irrefutable. Y además no sólo sucede en una coyuntura de crecimiento económico, pues en Madrid, durante el crash del 2007, la carga impositiva relacionada estrictamente con esa autonomía se redujo y la recaudación subió, como consta en la historia económica. Obviamente, para que esto pueda suceder debe concurrir que ese aumento de la renta disponible sea utilizado y no se quede paralizado sin circulación.
La carga tributaria, lógicamente, siempre debe ser proporcional a los ingresos y que de esta manera se contribuya según las posibilidades de cada uno. Por lo que, como es norma generalizada, deben existir tramos de ingresos de tributación y otros que no tributen por ser exiguos. Además, convendría también que los tramos de ingreso sean lo más concretos al ingreso posible para que sea más justa la contribución al erario y cada cual contribuya realmente según sus capacidades.
Sin embargo, se debe reconocer que esto en la práctica resulta tener muy difícil implementación. Pues las exenciones, posibilidades de elusión etc. existen y evidentemente permiten que la contribución no llegue a ser progresiva en ocasiones.
Abundando más en los impuestos indirectos, y siendo el impuesto sobre el valor añadido indudablemente el más significativo, el IVA, al ser un tributo indirecto, es tributado tan sólo cuando se realiza alguna transacción económica sujeta a este impuesto. Por lo que solo son objeto de su carga impositiva los que vienen a realizarlas.
Ahora bien, lo que es más discutible es el tipo impositivo con el que debe ser gravado. Y esto, sin lugar a duda, entra en el campo de la subjetividad, pues obviamente habrá personas que tengan diferentes puntos de vista en lo relativo a su adecuado nivel de tipos impositivos. De todos modos, este nivel debería situarse más abajo del que provoque que la demanda sea capaz de asumir. Y por supuesto convendría que, para no ir contra el poder adquisitivo, los hechos impositivos claves para los individuos, como por ejemplo los alimentos básicos, hidrocarburos etc., los cuales también redundan al final en sus sociedades, tuvieran un tipo lo menor posible.
Se debe tener en cuenta que el IVA apareció de manera generalizada cuando entramos en la Comunidad Europea, aunque Europa permite tener a cada país miembro el nivel impositivo de este tributo que estime oportuno. Y precisamente por ello, mientras se continúe teniendo esta condición, los gobiernos deberían contemplar la posibilidad de tener los impuestos lo más bajos posibles. Pues es indiscutible que los Estados tienen que ingresar para poder realizar todo lo necesario para sus respectivas sociedades.
La Teoría Económica ha demostrado con amplitud que cuanto menor sea la carga impositiva para los agentes económicos más se puede ingresar por vía tributaria. Y es irrefutable que cuanto mayor renta disponible tengan estos más mejorará la asignación óptima de los recursos, lo cual resulta evidente que es mejor para el Estado, los agentes económicos y los integrantes de la sociedad.