
Siglo XVII, en el taller de un herrero medieval. Al calor del yunque, el maestro forja espadas que definen imperios. Su mundo tembló cuando, de pronto, sonó el primer disparo: la pistola había nacido. Aquel herrero no adaptado vio su oficio desvanecerse en un suspiro.
Siglo XIX, a la vera de caminos polvorientos, el cochero conducía su carruaje tirado por caballos de pura raza. Hasta que, en 1908, Henry Ford presentó el Modelo T, un coche asequible y robusto que democratizó el motor de combustión interna. El cochero, antes figura esencial de la movilidad, vio cómo sus herramientas y su saber pasaban a ser reliquias en una inesperada avalancha de ruedas motorizadas.
Aquel drama -la aniquilación de lo familiar- no es un caso aislado, sino el hilo conductor de cada gran salto tecnológico. No hablamos de mejoras paulatinas, sino de destrucción pura: cuando lo nuevo emerge, lo anterior pasa a tener valor cero. Esa fuerza demoledora no es un accidente del pasado, sino el pulso permanente de cada gran avance: cuando lo nuevo emerge, el viejo orden se desvanece, convirtiéndose en obsoleto. Dicho de manera clara: las empresas antiguas dejan de poder competir con las nuevas y su modelo de negocio pasa a valer cero.
Y no es un ejercicio teórico ni anticuado: hemos visto cómo gigantes se hunden cuando la corriente los arrastra. Pensar en Toys "R" Us -desbordada por el e-commerce-; Blockbuster -derrotada por el streaming-; Kodak y Polaroid -superadas por la fotografía digital-. Cada uno, en su momento, fue referente; cada uno sucumbió ante el impulso imparable de una nueva lógica y vivió la agonía de un modelo que, al llegar la siguiente ola, pasó a no tener ningún valor.
La era AI-centric y la conciencia situacional
Lo mismo está pasando con el trabajo humano frente a la IA. Estamos en plena caída del status quo, pero esta vez, el golpe es aún más duro porque somos nosotros los que estamos en el centro, y no una pistola o un carruaje.
En la era de la IA, las empresas antiguas que antes comentábamos, son las human-centric, es decir, el 99,99% de los negocios. Entendiendo las empresas como entidades con un input, una gestión y un output en forma de producto o servicio, podemos decir que esa gestión está obsoleta. Y por muchos esfuerzos que hagamos por hacer más eficiente esa gestión, seguirá sin poder competir con empresas AI-centric. Igual que el carro tirado por caballos se empeñó en mejorar su diseño pero no pudo competir con el motor de combustión. Invertir en software tradicional o en docenas de RPAs de automatización de nuestros procesos, es poner parches y enfocarnos en el horizonte equivocado. Necesitamos un cambio radical, un cambio de paradigma en gestión empresarial.
Surge un nuevo imperativo: conciencia situacional, la habilidad de captar el pulso del negocio y el mercado en tiempo real para anticipar oportunidades y riesgos. Con ella, las empresas ya no buscarán sólo eficiencia, sino la capacidad de percibir, interpretar y reaccionar a datos internos y externos en tiempo real. Un negocio IA-centric se articula alrededor de este ciclo continuo. Desde el torrente de datos estructurados -ventas, métricas operativas- hasta la riqueza de lo no estructurado -conversaciones, imágenes, noticias del mercado-, cada fragmento alimenta agentes autónomos. Estos agentes, gracias a modelos que entienden contexto y matices, orquestan decisiones con autonomía y aprenden de cada interacción, automatizando nuestro flujo empresaria.
En 2025, al igual que el herrero desplazado por la pistola o el cochero barrido por el motor de Ford, la ventaja competitiva recae en quienes integren su cadena de valor en un flujo continuo de percepción-decisión-acción. Ahí, la función humana se va convirtiendo en guardián estratégico y ético, no en operario de su rutina.
Recomenzar o desaparecer
Por lo tanto, no hablamos de una mejora incremental, sino un punto de inflexión que condena al pasado nuestro modelo actual de gestión. Intentar afinar sistemas legados o parchear procesos rotos equivale a cargar con lastres mientras otros navegan con veleros de última generación. En este nuevo escenario, la superautomatización ya no es una promesa: es la exigencia mínima para sobrevivir y prosperar, con dos puntos principales de partida: nuestros procesos y nuestra cultura empresarial.
Para recomenzar, la empresa debe abrazar un viaje que va más allá de aplicar la IA: implica transformar la propia madurez de procesos. No basta con acumular manuales dispersos o apilar herramientas inconexas; la verdadera reinvención emerge al pulir y unificar cada proceso. Por ejemplo, un agente que entienda nuestro proceso de atención al cliente: casuísticas y flujos de actuación, excepciones, rutas de escalado; puede detectar automáticamente consultas urgentes, enrutar tickets según prioridad y sugerir respuestas personalizadas en tiempo real, creando un flujo ininterrumpido donde la IA asume tareas y mejora la experiencia sin fricciones.
Y tengamos claro que el problema no vendrá de la tecnología: el verdadero obstáculo será cultural. Los miedos a perder el control o a la obsolescencia de la experiencia: "Siempre lo hemos hecho así", "La tecnología no es fiable", han frenado la adopción durante décadas. Hoy, quienes lideren el cambio sabrán convertir esas resistencias en puntos de partida, demostrando con victorias tempranas que la IA potencia el talento, no lo anula.
En resumen, este proceso de reinvención exige pasar de la transformación digital -meter todo en el ordenador y hacer que todo funcione junto- a la modernización operativa -procesos vivos y documentados, entradas y salidas con una base robusta de datos de calidad y una apertura al cambio realmente interiorizada- y, finalmente, a la superautomatización, donde la IA orquesta y optimiza con precisión, resiliencia y sin intervención constante.
Llegar a esta nueva normalidad exige un acto de valentía colectivo: soltar lastres, desmontar los silos, rediseñar procesos con criterios de flexibilidad y adaptabilidad y transformar nuestra cultura. El futuro está en las empresas que logren articular un círculo virtuoso de percepción, decisión y acción, donde cada iteración afine la inteligencia de los agentes y refuerce la posición competitiva.
Al fin y al cabo, el status quo anterior ha quedado obsoleto. ¿Serás tú quien diseñe el próximo paradigma o quien mire desde la orilla cómo otros navegan el futuro? La elección es clara: ser arquitectos de un futuro donde la IA no solo ejecute tareas, sino impulse la innovación y la agilidad, o quedarnos como espectadores de un espectáculo de naufragios, pisando enciclopedias mientras el mundo avanza en silencio.
Miguel Martín Lacoma es director de consultoría en AiKit