
Aunque parezca que el término "Liderazgo Femenino" está de moda, ya en las décadas de los 80 y 90 había sido perfilado por Marilyn Loden y Sally Helgesen. Pioneras en explorar este ámbito, acuñaron el término "techo de Cristal", y se convirtieron en las mayores expertas en Liderazgo Femenino hasta la actualidad.
Para ellas, el papel de la mujer y su liderazgo se caracteriza por una serie de cualidades particulares, que no tienen por qué darse en todas las mujeres líderes y que pueden encontrarse también en hombres. Detectaron que las mujeres son buenas creando fuertes vínculos, que dedican mucho esfuerzo a cuidar esas relaciones y a asegurarse de que en sus organizaciones la gente las mantiene. Hace 30 años esto podía no parecer algo importante, pero hoy en día no se concibe un buen líder sin la capacidad de crear esas interacciones, fomentar el trabajo en equipo y el desarrollo de la empatía.
Estas cualidades, que podrían tener su origen en la socialización que desde la infancia recibimos y en una estructura social determinada, plagada de sesgos, no son innatas ni particulares de un género. En este sentido, un líder no nace, sino que se hace, desarrollando sus habilidades a través del aprendizaje, la experiencia y de referentes en los que inspirarse, entre los que podría nombrar algunos que bien conocemos como Beatriz Corredor, Montserrat Caballé, Rosa María García, Ana Patricia Botín o Verónica Pascual, pero también muchas otras que tienen en común la necesidad de una guía en la que verse reflejadas y superarse.
El liderazgo femenino no solo se trata de una cuestión de género, sino también de reconocer y capitalizar las habilidades y perspectivas únicas que las mujeres aportan al ámbito laboral. En este contexto, ha habido una mejora en la ocupación en posiciones estratégicas de poder, aunque solo el 3% de las posiciones de presidencia están ostentadas por mujeres en España en estos momentos.
El número de mujeres en puestos directivos está creciendo en todo el mundo y creo que es el resultado de una transformación generalizada y progresiva de nuestras sociedades que, además de perseguir la equidad, aporta reconocidos beneficios a las organizaciones.
Este cambio de mentalidad está dando lugar a una redefinición de lo que es el liderazgo, la excelencia del liderazgo y qué tipo de líderes queremos tener en nuestros centros estratégicos de decisión. Desde mi perspectiva, y reconociendo las bondades que organizaciones más equitativas e inclusivas aportan, el buen liderazgo no entiende de géneros, sino de talento y capacidad, y es por ello que la sociedad no se puede permitir desperdiciar todo ese talento. Su visibilidad es esencial y los referentes son necesarios para cualquier líder actual y futuro, ya esté al frente de una startup, mediana empresa o multinacional.