
Tras la entrada de España en la UE fue necesario reformar nuestra industria o, en palabras de Juan Moscoso, "para lograrlo plenamente quedaba pendiente actualizar el funcionamiento y estructura interna de nuestras empresas. Algo más de una década después convenimos que en grandes líneas ese objetivo también había sido alcanzado".
Hoy la economía española crece más que la media de la UE, pero la distribución sectorial del PIB está sesgada hacia los servicios de bajo o medio valor añadido, y el mayor peso de PYMES y empresas familiares pequeñas o con gestión no profesionalizada, lastran la productividad respecto a la media europea como ya sucedía en aquellos años.
Como ha escrito el citado analista, ahora, sin embargo, la realidad es muy distinta, porque, aunque aún existen sectores en los cuales las empresas españolas aún no han completado su modernización, estos son cada vez más escasos.
El reto de este momento es otro, es europeo, porque ya no consiste en equipararse a Europa, que ya lo estamos, sino en lograr que Europa no se quede atrás respecto a Estados Unidos y China.
Se trata pues de que las empresas europeas sean capaces de acometer los retos competitivos impuestos por China y los Estados Unidos para lo cual es preciso atacar los problemas que lastran su capacidad tecnológica.
La complejidad geopolítica, el riesgo general del entorno y la debilidad y vulnerabilidades europeas son de tal calibre que la única prioridad capaz de sostener nuestro modo de vida es la recuperación de la competitividad y la productividad, porque de estas variables depende casi todo.
Y esas transformaciones que aumenten la productividad europea dependerán básicamente de las empresas que lleven la iniciativa, pues, según Moscoso, "la competitividad y la productividad dependen de decisiones internas exclusivas de las empresas que las políticas públicas pueden acompañar e incentivar, pero que sólo las empresas pueden tomar desde sus estrategias de mercado".
La renovada UE debería de inmediato lograr un acuerdo con las grandes empresas para impulsar la competitividad y la productividad para conseguir que las empresas europeas crezcan en los mercados mundiales. Probablemente la geopolítica europea nunca fue tan económica.
Pero lo cierto es que en la economía europea no dejan de influir variables tales como las relacionadas con la demografía (baja fecundidad, creciente tasa de envejecimiento), a lo que se une la capacidad que tengan los hijos de los inmigrantes para acceder a la enseñanza superior (FPII y universidades), pues si estos jóvenes se quedan rezagados no podrán aspirar a sueldos altos ni a cargos directivos, y la economía se verá inexorablemente lastrada por las bajas productividades de estas personas. En otras palabras: la inmigración trae consigo problemas de integración social. Problemas que pueden eternizarse si los hijos de los inmigrantes no se equiparan lo más rápidamente posible a los hijos de los españoles y para ello es preciso poner en marcha una política que permita a estos hijos de inmigrantes llegar a donde llegan los hijos de españoles.
Y lo que se acaba de escribir respecto a España vale también para Europa. Y a este respecto, España tiene la ventaja de que una alta proporción de inmigrantes son latinoamericanos.