
La implementación de medidas como el empaquetado genérico, que elimina los logotipos y colores distintivos de las marcas, ha generado un intenso debate en diversos sectores. Esta política podría tener consecuencias económicas y sociales profundas. Las marcas son mucho más que simples logotipos o envases atractivos; representan la esencia misma de la competencia en una economía de mercado. Funcionan como símbolos de identidad, calidad, confianza y vinculación emocional con el consumidor.
Al eliminar estos elementos distintivos, se vulneran principios básicos como la libre competencia, la diferenciación y el valor inherente de las marcas. La capacidad de una marca para destacarse y ser reconocida no solo es crucial para su supervivencia, sino también para impulsar la innovación y el progreso en un entorno competitivo. Esta diferenciación fomenta la creatividad, promoviendo una amplia variedad de opciones para los consumidores y contribuyendo al dinamismo económico.
Para los consumidores, las marcas son una guía esencial en el proceso de toma de decisiones. En un mercado saturado, donde la oferta parece infinita, las marcas proporcionan un ancla de confianza, representando la calidad esperada en cada compra. Al eliminar esta capacidad de diferenciación, no solo se perjudica a los fabricantes, sino también al comprador, que pierde una referencia clara y confiable. En mercados altamente regulados, como el de los productos de consumo masivo, la prioridad debería ser promover la transparencia y una información clara, en lugar de imponer una estética uniforme que elimina las bases de la competencia leal.
El empaquetado genérico tiene un impacto negativo considerable sobre la economía. La medida reduce la competencia a una guerra de precios, relegando a un segundo plano factores clave como la calidad, el diseño y la innovación. Al eliminar la posibilidad de diferenciación visual, se bloquea el potencial de las empresas para destacarse, afectando por igual a grandes corporaciones y pequeñas y medianas empresas que dependen de una marca sólida para posicionarse en mercados saturados. Esta homogeneización no solo afecta a los consumidores, sino que también frena el crecimiento empresarial.
Además, esta estandarización impacta directamente a sectores clave como el marketing, el diseño gráfico, la producción de empaques y las artes gráficas. El daño no solo se limita a las empresas productoras, sino que extiende su efecto a toda una cadena de valor que sostiene miles de empleos y contribuye significativamente a la actividad económica. Esta red interdependiente es vital para la economía española, por lo que cualquier medida que debilite su funcionamiento tiene efectos colaterales perjudiciales.
Un problema adicional del empaquetado genérico es que facilita la falsificación. Al eliminar los elementos visuales distintivos, el empaquetado genérico abre la puerta a la creación de productos falsificados, lo que alimenta el mercado negro y el comercio ilícito. La falsificación afecta tanto a los productores legítimos como a los consumidores, quienes pueden ser engañados por productos de calidad inferior. Este fenómeno socava la economía formal y priva al sistema fiscal de ingresos cruciales.
El sector del tabaco en España es un claro ejemplo de las repercusiones del empaquetado genérico. Este sector genera más de 3.700 millones de euros en valor añadido bruto y da empleo a más de 57.400 personas, tanto de manera directa como indirecta. Además, contribuye anualmente con 9.500 millones de euros a las arcas públicas. La introducción del empaquetado genérico podría acarrear una pérdida estimada de entre 260 y 460 millones de euros en valor añadido bruto, además de la desaparición de hasta 5.600 empleos directos e indirectos. Las políticas implementadas hasta el momento ya han demostrado ser eficaces, con una caída muy significativa en el consumo, registrando el dato mínimo histórico, según la última encuesta EDADES de 2024.
Este ejemplo subraya cómo el empaquetado genérico no solo resulta innecesario, sino contraproducente. Al centrarse exclusivamente en la uniformidad estética, se deja de lado un enfoque equilibrado y razonable para todos los actores implicados en una cadena de valor. Por lo tanto, las políticas deben basarse en datos sólidos y reales, para asegurar que las medidas sean efectivas sin poner en riesgo sectores económicos vitales.
En definitiva, las marcas juegan un papel fundamental en la economía y la competitividad de las empresas. La regulación debe fomentar un entorno justo y competitivo, asegurando la diferenciación y protegiendo los intereses tanto de consumidores como de fabricantes. Las políticas públicas deben ser equilibradas, basadas en evidencias claras y orientadas a maximizar el bienestar económico, sin frenar la innovación ni limitar la capacidad de las empresas para competir de manera justa.