
Sorpresa y desconcierto. Esas son la sensaciones que me invadieron al conocer la información de The Economist en la que se elige a España como la economía más próspera de 2024. Artículo del que presumían Pedro Sánchez y sus ministros en el último Pleno del Congreso. Tanto como ocultaron el que recientemente y en esta misma publicación consideraba a Sánchez un peligro para la democracia afirmando que "su gobierno de coalición minoritario gobierna a placer de los nacionalistas radicales catalanes y vascos con un coste cada vez mayor para la calidad de la democracia española y sus instituciones".
Sorpresa y desconcierto porque como afirmaba recientemente el atinado analista económico, Marc Vidal, una cosa es The Economist y otra The Reality. Y es que el estudio de la publicación británica se basa en el resultado de una combinación de cinco indicadores: el PIB, el desempeño del mercado de valores, la inflación, el desempleo y el déficit público, comparando los resultados del tercer trimestre de este 2024 con el último de 2023. Pero como hemos repetido hasta la saciedad desde estas líneas en el caso del PIB los hasta ahora buenos indicadores son consecuencia de una economía dopada por el gasto público y con un modelo de crecimiento basado en el turismo y la llegada de los fondos europeos, además de camuflada por el efecto estadístico que supone el haber sufrido la mayor caída durante la pandemia, lo que hace que se confunda recuperación con crecimiento.
Y en el caso del déficit si olvidan de que España sigue siendo el tercer país de la Unión Europea con mayor déficit público entre 2018 y 2023, un 5,4% frente al 3,1% de la media comunitaria. Mientras seguimos manteniendo la deuda más alta de la UE, con un endeudamiento total de las administraciones públicas que a finales de septiembre se elevaba a 1,637 billones de euros superando el 104% del PIB y creciendo.
Asimismo, lo que no computan o no cuentan en The Economist es que la radiografía de la economía española muestra un crecimiento de baja calidad, con estancamiento de la inversión y del consumo privado, un empleo precario y de salarios bajos, mientras que se desperdician los fondos europeos.
Añadir a esto que la baja productividad y la alta tasa de desempleo han impedido que España alcance los niveles de ingresos per cápita de la Unión Europea. Un estancamiento de la productividad que ha sido un problema persistente desde la década de los noventa, cuando el PIB per cápita de España se situaba en el 92% del promedio europeo, y que ahora ha experimentado un progresivo retroceso hasta situarse por debajo del 85, lo que nos vuelve a incluir en el club de los países pobres de la UE y receptores del Fondo de Cohesión. Es decir, España crece nominalmente pero no progresa real y socialmente.
También la inseguridad jurídica, la fiscalidad confiscatoria y la rigidez laboral están generando rechazo entre los inversores españoles y extranjeros, con paralización o abandono de proyectos, lo que ha provocado que la inversión extranjera haya caído en 1.686,92 millones de euros respecto al trimestre anterior. Y si analizamos el dato en comparación con la llegada de Sánchez al Gobierno la inversión extranjera es 15.410,86 millones de euros menor hace seis años.
Y si analizamos el empleo vemos el total de personas registradas en el SEPE y que no estaban trabajando al cierre de noviembre se eleva a 3,8 millones de personas 1.214.664 más que las que oficialmente se reconocen. Y aun así, contabilizando sólo los parados oficiales, seguimos siendo los líderes del desempleo de la UE, duplicando la media de los 27 estados de la Unión.
Añadir a esto que en España existe 12,7 millones de personas en riesgo de pobreza y exclusión con datos del Consejo Económico y Social con una tasa de pobreza infantil del 33%, la más alta del conjunto de la Unión Europea.
Es decir, que con Sánchez los españoles somos más pobres, pagamos más impuestos, tenemos mas parados y peores servicios. O lo que es lo mismo, más que la economía del año la española es hoy la economía del engaño.