
La inteligencia artificial (IA) y la popularización de la misma a través de la IA generativa con el GhatGPT ha despertado curiosidad, asombro, pero también recelos, por no llamarlo miedo. Pero si estos temores han surgido por la capacidad de crear contenido nuevo en texto, imágenes o música, utilizando modelos de aprendizaje entrenados con grandes conjuntos de datos como hace la IA generativa, qué será el día que se generalicen las IA que vienen o emulativas que podrán imitar el comportamiento humano, porque aprenden el sentido común, dicen los expertos, a los que cabría preguntarles de quién será el sentido común que les sirva de ejemplo.
Con independencia de cómo avance el estado de cosas y la necesidad de que el legislador esté atento a su evolución, sin ser un obstáculo para la implementación de la IA, es frecuente escuchar y puede observarse en las encuestas de opinión, cómo la primera impresión que trasladan los ciudadanos cuando se les pregunta qué les traerá a sus vidas la IA es el temor a perder el empleo, es decir, a ser sustituidos laboralmente por una máquina.
En la Inglaterra de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX surgió una revuelta, que algunos quieren ver como el antecedente del movimiento obrero por ser una de las primeras luchas contra el capitalismo, para alzar su voz y sus armas contra el uso de las máquinas en el proceso productivo. Los luditas, que así se llamaban sus protagonistas, consideraban que la utilización de trilladores y telares básicamente, ocasionaría desempleo y, por tanto, serían la causa de que el hambre y la miseria entrase en sus casas. La violencia y el destrozo de las máquinas se extendió por toda Europa entre 1811 y 1816 y el ludismo tomó carta de naturaleza, hasta tal punto, que hoy sirve para referirse a la ideología de quienes son contrarios a los avances tecnológicos. Pues bien, lejos de provocar una reducción en el empleo, los avances tecnológicos han traído incrementos en el mismo por la mejora de la productividad que provoca.
La Teoría Económica nos enseña que no hay crecimiento económico y mejora en la competitividad, sin que se incremente la productividad por hora trabajada o el número de horas trabajadas. Nos referiremos a la primera. La tecnología es uno de los elementos que hace que lo que se produce pueda ser más y/o mejor y menos costoso, incluyendo dentro de este último aspecto el empleo de un menor número de horas. En otros términos, la tecnología hace la producción más eficiente.
En este sentido, es donde la IA aparece como una herramienta que mediante la automatización de procesos y el uso de algoritmos avanzados, que optimizan el rendimiento y uso de los recursos, permite realizar tareas que estaban reservadas a la mano del hombre, reducir costes e incrementar la productividad. El alcance de su aplicación es hoy inimaginable, sólo podemos intuirlo, pero cada día que pasa nos lleva a más funciones y a más sectores.
Pensemos en muchas tareas administrativas que son eliminadas o realizadas en menos tiempo y sin errores en el sector servicios, o en la manufactura con la integración, además, de la robótica. La transformación que supone para el comercio o la gestión de las empresas, el análisis de datos permite anticiparse a la evolución de la demanda, conocer los gustos o las necesidades de cada cliente, las mejores rutas de entrega y, en general, la posibilidad de poder adoptar decisiones estratégicas más informadas. En la agricultura, fuertemente condicionada por la falta de mano de obra, el impacto que supone la aparición de vehículos autónomos que facilitan el abono, la siembra, el alimento de los animales en la ganadería o disponer de información precisa para el momento de siembra y recogida de la cosecha.
La IA no sólo mejora los procesos existentes, sino que también acelera la creación de nuevos productos y servicios. Por ejemplo en el sector farmacéutico, la IA provoca que la investigación de medicamentos dé resultados en menos tiempo o en el financiero crea nuevos servicios impactando en el comercio y en la inversión. Asimismo, impulsa el crecimiento de nuevas industrias que resultan estratégicas pensemos en sectores como la seguridad con el reconocimiento facial y la ciberseguridad, la automoción con los vehículos autónomos, la energía con la tecnología ligada a las renovables o las telecomunicaciones.
A la vista de lo señalado, no es difícil entender que los países que inviertan en el desarrollo y aplicación de la IA para mejorar la productividad, tendrán también una ventaja competitiva en los mercados globales porque, como se ha señalado, lograrán hacer más con menos, reducirán costos, acelerarán la innovación, se adaptarán más rápidamente a las demandas del mercado y estarán en una posición de dominio en las industrias críticas.
Esto hace que el impacto de la IA en la economía en general sea un factor clave para definir el poder global de los Estados. Al mismo tiempo, al controlar una gran parte de los datos globales y la infraestructura digital, los gigantes tecnológicos americanos como Google, Apple, Microsoft, y chinos como Tencent, Alibaba o Baidu, ocuparán, si no lo hacen ya, una posición como actores geopolíticos globales con capacidad para influir en la economía mundial y en los gobiernos, lo que desde el punto de vista democrático es rechazable. Dará para otro artículo…