
Uno de los principales objetivos de la política ferroviaria española es asegurar que los núcleos principales de población, así como las capitales de provincia tengan una conexión de alta velocidad. El ideal es que los viajes no superen las dos horas, un esfuerzo que refleja el compromiso por equilibrar las disparidades regionales, fomentar el crecimiento económico y promover un transporte más sostenible. Este enfoque no solo beneficia a los viajeros, sino que también enriquece las economías locales y fortalece la cohesión social.
Este es uno de los motivos por los que la red ferroviaria de alta velocidad en España destaca como un ejemplo sobresaliente de innovación y eficiencia en el transporte de personas. Con más de 3.400 kilómetros de vías, nuestro país cuenta con la red de alta velocidad más extensa de Europa y la segunda a nivel mundial, solo superada por China. Estos trenes pueden alcanzar velocidades de hasta 320 km/h, siendo una de las formas más rápidas de conectar la nación.
Con una inversión de más de 24.000 millones de euros hasta 2026 realizada por el Estado a través de Adif, la ampliación de esta red no solo resalta nuestra posición de liderazgo en tecnología ferroviaria, sino que también refleja una visión integral para un futuro más conectado. España está en pleno desarrollo, adoptando nuevas tecnologías y buscando hacer el sistema accesible para todos. Así, estamos marcando un referente en la red global de alta velocidad, creando infraestructuras que potencien aún más nuestras conexiones con Europa.
Con este espíritu de conexión, en la reciente cumbre luso-española, el ministro de Transporte, Óscar Puente, destacó el compromiso de concluir la línea de alta velocidad entre Madrid y Lisboa para 2030. Además, se están evaluando otras conexiones transfronterizas, como la que uniría Faro con Huelva y Sevilla. Estas iniciativas no solo fortalecerán nuestras relaciones con Portugal, sino que también facilitarán el comercio y el turismo entre ambos países. Pero el gobierno luso marca su prioridad en la conexión norte Oporto-Vigo, y luego la Lisboa-Madrid.
Hablando de comercio, es fundamental mencionar el ámbito del transporte de mercancías. Se están realizando inversiones significativas para impulsar este modo de transporte, adaptando líneas ferroviarias para que permitan circular trenes con camiones encima, lo que comúnmente conocemos como autopistas ferroviarias y modernizando los nodos logísticos intermodales (ferrocarril-carretera) en ciudades clave.
Se están construyendo conexiones ferroviarias con puertos como Castellón o las dársenas exteriores de Ferrol o Coruña para facilitar el intercambio comercial y mejorando otras muchas como por ejemplo las de los puertos de Barcelona (Prat), Cartagena (Escombreras) o Cádiz. Esto es vital, ya que según indica un estudio de la Agencia Ferroviaria de la Unión Europea, al cambiar el transporte de mercancías de carretera a ferrocarril para distancias superiores a 700 kilómetros, se podrían ahorrar 40 millones de toneladas de CO2 al año en la UE.
Las nuevas regulaciones europeas buscan ampliar la capacidad ferroviaria, permitiendo trenes de mercancías más largos en todas las rutas principales para el año 2030. Sin embargo, la implementación de estas normas requiere cooperación entre países y estrategias coherentes que favorezcan a las empresas en la actualización del sistema.
En cuanto al transporte de proximidad de personas, España ha hecho una fuerte apuesta por el ferrocarril como medio de conexión en las grandes urbes y sus alrededores. Las principales ciudades han desarrollado sus sistemas ferroviarios, contribuyendo a una movilidad más sostenible. Este enfoque ha llevado al país a estar a la vanguardia de los sistemas de transporte urbano en el mundo.
No obstante, este crecimiento presenta desafíos. La liberalización del sector ferroviario ha sido crucial para fomentar la competencia, mejorar los servicios y los costes para los usuarios y por tanto para la sociedad en general. Esta transformación ha abierto el sector de alta velocidad a nuevos operadores, que deben proporcionar una atención más centrada en el cliente y servicios de calidad.
En la medida que continuamos avanzando en todas estas áreas, es esencial que no solo busquemos crecer, sino que también nos enfoquemos en la calidad del servicio y la satisfacción del cliente, aprendiendo de nuestros errores y adaptando nuestras estructuras para un futuro que realmente sirva a los ciudadanos.
El auge del sector, impulsado por la liberalización y la creciente demanda, es innegable. Los 141,7 millones de viajeros registrados entre abril y junio de 2024, con un incremento interanual del 6,3%, y el espectacular aumento en la alta velocidad, con 10,2 millones de usuarios, demuestran el éxito de la apertura a la competencia. Pero este prometedor panorama no está exento de tensiones.
La gestión de este crecimiento exponencial, con el consiguiente aumento de viajeros, servicios y frecuencias, exige una profunda reflexión y una decidida acción. No podemos permitir que el éxito se vea empañado por la falta de previsión que deriva en puntos de congestión (como ocurre actualmente con Chamartín en Madrid) que tiran por tierra la percepción de calidad de los clientes del sistema ferroviario. El hecho de que tenga una explicación (como todo en esta vida) no es razón suficiente para sentirnos justificados.
La inversión en material rodante y la modernización de las infraestructuras ferroviarias son imperativos ineludibles. De no abordarse con la urgencia y la envergadura que requieren, el prometedor futuro del ferrocarril español podría verse lastrado por la incapacidad de atender la demanda y ofrecer un servicio de calidad. El momento de actuar es ahora. La apuesta por un ferrocarril moderno, eficiente y sostenible no admite demoras.