
La competitividad de precios en el sector de la distribución siempre ha sido una cuestión estratégica, pero en los últimos años, debido al incremento extraordinario de la inflación y a sus consecuencias en los cambios de los hábitos de consumo, se ha convertido en un desafío sin precedentes. Vivimos tiempos en los que las cadenas de distribución hemos tenido que adaptarnos para seguir ofreciendo valor en un entorno donde las presiones inflacionarias no dan tregua y ponen en riesgo la sostenibilidad del modelo actual.
Aunque los índices inflacionarios de alimentos y bebidas han mostrado una desaceleración en su crecimiento los últimos meses, alcanzando en agosto su nivel más bajo en casi 3 años, con un 2,5% cercano al IPC general, esta reducción enmascara una realidad mucho más compleja. Su impacto acumulado desde 2022 ha dejado una profunda huella en los bolsillos de los hogares españoles que arrastran la carga persistente y severa de una inflación de los alimentos que se la sitúa alrededor del 25%, una cifra exorbitante, sin contabilizar los impactos de otros insumos del hogar. Esta conjunción de circunstancias sigue pesando como una losa en el presupuesto familiar y sus consecuencias están generando, entre otras, una brecha en su poder adquisitivo por el desajuste temporal y en cuantía de los salarios y los precios.
Su impacto en las familias no ha sido aún más severo, en parte gracias a la prudente y sagaz gestión financiera de las personas consumidoras. Estas han optado por llenar su cesta de la compra con opciones más asequibles como la marca blanca —en su nivel más alto de la historia, sin un aparente techo, superando el 48% en valor y el 56% en unidades vendidas— o por seleccionar productos de menor valor unitario, pero desgraciadamente en muchas ocasiones con dispar valor nutricional. Igualmente, es obligado destacar el considerable impacto desfavorable que este cambio en los hábitos de consumo ha generado en la rentabilidad de los distintos eslabones de la cadena de valor.
Asimismo, es importante valorar la acreditada y efectiva contención de costos que desde el sector de la distribución hemos implementado reduciendo nuestros márgenes, en mayor o menor medida, y apostando por estrategias que no solo mantengan la competitividad de precios, sino que, además, lo hagan de manera sostenible. Nadie puede poner en duda el ejercicio de resiliencia magistral que en el sector venimos demostrando frente a los imprevistos y complejos escenarios que enfrentamos desde la pandemia.
Nadie puede poner en duda el ejercicio de resiliencia magistral que en el sector venimos demostrando desde la pandemia.
Cuestión fundamental es cómo lograremos mantener esta situación de forma sostenible a largo plazo, considerando el impacto persistente de la inflación acumulada. En Eroski estamos apostando por lograrlo mediante inversiones significativas en estrategias adaptativas que mejoren nuestra eficiencia operativa, con el fin de trasladar esos ahorros a las personas consumidoras.
Sobresale el papel clave de la automatización y revisión de procesos productivos de toda la cadena de valor, el uso de herramientas de analítica avanzada con inteligencia artificial para la gestión del mix comercial y la optimización de decisiones basadas en modelos predictivos. Estos avances, aunque invisibles muchas veces para quienes visitan nuestras tiendas, representan una revolución inédita en la gestión comercial que a través de los comportamientos de la clientela y cruzando infinidad de variables, antes imposible de manejar, permiten maximizar el retorno de nuestras inversiones de manera personalizada, a la par que mejoramos la experiencia de compra de quienes nos eligen.
Ante la persistente inflación, el sector de la distribución enfrentamos un reto que no se resolverá solo con medidas a corto plazo. Es imprescindible seguir innovando, invirtiendo en eficiencia y promoviendo un modelo de negocio que sea sostenible tanto para la sociedad como para la empresa. En Eroski estamos decididos a liderar este cambio. Entre 2024 y 2026, destinaremos 127 millones de euros, que se suman a los 158 millones invertidos en los últimos dos años, para mejorar y ofrecer precios más competitivos, sin perder de vista la calidad, la salud y la sostenibilidad, con mirada especial a los productos locales y las familias que los proveen. Porque no podemos obviar que la inflación no solo afecta al bolsillo, sino que su impacto trasciende, influyendo en algo tan fundamental como es la salud de la población.
Entre 2024 y 2026, destinaremos 127 millones, -que se suman a los 158 millones invertidos- para ofrecer precios más competitivos
La elección de alimentos de menor precio, a menudo, viene acompañada de una disminución en la calidad nutricional. Como actores clave en la cadena de suministro alimentario, desde la distribución tenemos la responsabilidad de garantizar que esta transición hacia productos más económicos no comprometa la salud de quienes los consumen. Una alimentación saludable debe ser accesible y estar alcance de todas las personas. Por ello, las inversiones no pueden limitarse únicamente a la reducción de costos, sino también a garantizar que los productos saludables, frescos y sostenibles estén al alcance de cualquier presupuesto. Es un compromiso que debería ser ineludible para cualquier agente de la cadena de valor.
La competitividad de precios en el sector de la distribución no es solo una cuestión de supervivencia empresarial, sino también de responsabilidad social. En un entorno donde la inflación ha erosionado el poder adquisitivo de los hogares, las grandes cadenas debemos ser parte de la solución y las instituciones deben acompañarnos mediante un diálogo estratégico con todos los eslabones de la cadena para desarrollar políticas que fomenten e impulsen nuestra competitividad. No debemos ignorar que el impacto persistente de la inflación no solo está afectando a la economía, sino a la salud holística de la sociedad.