
Exportar bienes y servicios constituye una actividad muy costosa para un tejido industrial como el español en el que las pequeñas, e incluso las microempresas, son numerosas. Es por ello que el ya exiguo porcentaje de firmas de nuestro país que vendían a otros países antes de la pandemia, retrocede aún más y se sitúa ya por debajo del 10%.
Resulta falaz considerar que éste es un deterioro inevitable. Si las empresas españolas son, en promedio, más pequeñas que las alemanas se debe a obstáculos fácilmente identificables como el alto coste fiscal y burocrático que, en términos comparativos con el resto de la eurozona, les supone ganar tamaño. Solo aligerando ese problema España podrá ganar músculo exportador y reforzará así un motor clave para el crecimiento del PIB.