
Se habla de movilidad sostenible con la boca llena por parte de algunos, pero obviando la mitad de las fases que inexorablemente atraviesa la gestión de los activos que harían posible una logística de bienes sostenible, segura y conectada. Hoy en día la movilidad es solo una parte de nuestra conectividad. A pesar de que la transformación cultural que requiere esta transición está en marcha, como no seamos lo rigurosos y honestos que debemos, no se alcanzará la excelencia en la gestión. Y no habrá sido por falta de conocimiento y voluntad de nuestros profesionales de la administración pública y del sector privado, altamente demandados fuera de nuestro país, así como de las herramientas tecnológicas de que disponemos.
España es un referente mundial en la construcción de infraestructuras, pero no debemos reducirlo a hormigón y acero. Existe un vasto conocimiento científico y desarrollo tecnológico que respalda nuestra profesión y es clave en el progreso económico y social. Cómo gusta inaugurar nuevos kilómetros de alta velocidad ferroviaria y carreteras, y qué poco atrae a los gobiernos dar soporte a la planificación del mantenimiento de lo público. Porque no falta tanto para rematar nuestra red, hemos podido agilizar mucho la ejecución con los fondos europeos, somos líderes en ejecución de estas inversiones y pioneros en las soluciones adoptadas y sus costes.
Lamentablemente, en lo que refiere a la gestión eficiente del agua, en las últimas décadas poco tenemos que celebrar. Es necesario hacer una autocrítica sosegada, constructiva, pues es la realidad que subyace en los problemas de gran parte de la actividad económica de este país: en la agricultura, en el turismo, en la transformación de nuestras industrias, o en la salubridad. Ahora precisamos impulsar centros de almacenamiento y tratamiento de datos a gran escala, redes de producción, transformación y distribución de energía, centros de innovación transversales, hacia la España más competitiva y limpia.
Es frustrante esa intencionada querencia española de silenciar el acuciante debate de cómo conseguir una malla de movilidad eficiente y segura, que dote de progreso y bienestar a nuestro país, no la entiendo. El mantenimiento no es glamouroso, pero es lo que garantizará la excelencia de nuestros activos. La planificación de las infraestructuras incluye políticas de transporte adecuadas para sacarles el máximo rendimiento, y desde una perspectiva multimodal solo nos queda conectar lo que estamos ejecutando y lo que ya tenemos. Como todo en la vida, la degradación es inevitable y para eso están los cuidados, para dotarnos de mayor resiliencia.
El mantenimiento de nuestras redes ya se ha dotado de metodologías precisas, objetivas, con herramientas avanzadísimas para digitalizar activos y conseguir ese mantenimiento preventivo al que todos aspiramos. Pero la velocidad de crucero no es suficiente, aunque hayamos multiplicado exponencialmente nuestra capacidad presupuestaria y de ejecución en los últimos 6 años; no es suficiente, porque miles de kilómetros de la red viaria y ferroviaria rayaban la obsolescencia, por lo que el mantenimiento llega al límite de la reposición completa del activo.
Tampoco los presupuestos son suficientes, a pesar del ingente esfuerzo, pero parece una blasfemia para algunos hablar de recursos públicos limitados, pues no se puede detraer más de la sanidad y la educación. Por eso el diagnóstico, la toma de decisiones, y el principio de solidaridad e igualdad de oportunidades tendrían que regir nuestra gobernanza a este respecto, no dejar que el problema ruede y se vaya haciendo más y más grave. No podemos hablar de seguridad esquivando soluciones estratégicas.
Gracias a la liberalización del sector aéreo, se han democratizado los vuelos, acercamos culturas no solo para unos pocos, crecemos. Gracias a la liberalización ferroviaria también se ha democratizado el uso de la alta velocidad, aunque urge completar el plan, para que en el oeste no seamos gravados agresivamente por el monopolio operante, que trata de equilibrar aquí su cuenta de resultados frente a donde opera en competencia.
Pero sobre la más extensa red viaria europea, la española, parece inapropiado o una irreverencia, abordar nuestra responsabilidad sobre la conservación. El principio general pasa porque proponer soluciones robustas, transparentes y solventes sirve de herramienta política para crear más confrontación. ¡Qué necedad! Mientras, todos los que nos hemos dedicado a esto del servicio público con vocación de mejorar la vida de todas las personas, frustrados, preocupados y criticados porque el mal estado de las carreteras haya podido causar o agravar la causa de algún accidente. Enhorabuena a esos profesionales que duermen con los cinco sentidos pendientes de los que transitan nuestras carreteras.
Tomemos decisiones audaces, tejamos solidaridad y oportunidades, que las hay y muchas.