
El IPC español acumuló durante la primavera varios meses de importantes descensos que lo llevaron al 1,9% en junio. Pero esas caídas tuvieron más de aparente que de real. De hecho, fue deudor de un fenómeno estadístico, efecto escalón, que hizo que la inflación descendiera por la comparación con su comportamiento en 2022, cuando ascendía a tasas más rápidas que las actuales.
Pero eso no indica que los precios hayan dejado de incrementar en el presente ejercicio. De hecho, en julio el IPC avanzó cuatro décimas en tasa interanual, hasta el 2,3%. Agosto ha confirmado el cambio de rumbo de la inflación, con un incremento de tres décimas con respecto al mes previo, hasta el 2,6%. Asimismo, la tasa subyacente, que excluye la volatilidad de energía y alimentos no procesados, se moderó solo una décima, hasta el 6,1%.
La razón de ello está en el encarecimiento de los carburantes y de los paquetes vacaciones ligados al verano. Por desgracia, la llegada del otoño no implicará una relajación de los precios, ya que será entonces cuando se conozca el alcance del calor y la sequía en las cosechas, lo que generará un alza en el precio de los alimentos.
A ello es necesario sumar que España es el segundo país más afectado del mundo por el veto de Putin a las exportaciones de grano de Ucrania por el Mar Negro. Además, el recorte de la producción de la OPEP+ también generará un alza de precio en la energía.
Todo indica, por tanto, que el problema de la alta inflación dista mucho de estar resuelto. De hecho, es muy probable que renazca en la recta final del año. Aunque lo más grave es que la situación será similar en el resto de Europa (el IPC alemán cerró agosto en el 6,1%), lo que prácticamente obligará al BCE a otra subida de tipos. Un incremento que seguirá pasando factura a la economía.