Opinión

El regreso del debate nuclear

  • Alemania está pagando caro ahora el cierre de centrales tras el tsunami de Japón
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Sorprendentemente, uno de los primeros debates "de fondo" de esta campaña electoral es de un tema que ha sido tabú, especialmente en España, durante décadas: la energía nuclear. Hace unos días, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo proponía alargar el funcionamiento de las centrales nucleares. El argumento de Núñez Feijóo era que no se podía desconectar el 21% de la potencia instalada, la que proporcionan las centrales nucleares, sin tener capacidad renovable para sustituirla. Además, para el líder del PP, cerrar las nucleares implicaría aumentos de precio de la electricidad que lastrarían la capacidad para atraer industrias y para retener las que tenemos, es decir que perderíamos competitividad.

La propuesta del Núñez Feijóo fue rápidamente respondida y criticada por la vicepresidenta tercera del gobierno, Teresa Ribera en un vídeo colgado en su cuenta de Twitter. Para la ministra de Transición Ecológica, precisamente para evitar desenganchar de golpe la nuclear, existe un plan de cierre ordenado de las centrales nucleares. Según el borrador del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, de aquí a 2030 la capacidad instalada en centrales nucleares pasará de 7.399 MW a 3.181 MW, con una reducción del 57%. Ribera se preguntaba, en relación con la propuesta del PP, ¿a qué coste? ¿quién se hacía cargo de los residuos? Y esto, ¿quién lo paga?... para concluir que a Feijóo se le estaba poniendo cara de Rajoy con Garoña. Recordemos, que la central nuclear de Santa María de Garoña cerró definitivamente en 2017 bajo el mandato de Mariano Rajoy, fundamentalmente porque sus propietarios no consideraban rentable prorrogar su vida útil. Siempre es positivo que se abra un debate sobre el futuro energético, y, en este caso, es además oportuno, porque la decisión de prorrogar o no, el funcionamiento de una central nuclear hay que tomarla bastante tiempo antes de su desconexión efectiva de la red eléctrica. Pero, sería preferible abordar el debate con el máximo realismo posible. La sustitución de la energía que proporcionan las centrales nucleares puede ser renovable, pero solo en parte. Las renovables son intermitentes, salvo la hidráulica, que en España ya no puede crecer más. Sin embargo, una central nuclear produce energía de forma continua. Además, cuando no hay sol, la producción fotovoltaica (y en buena medida, la termosolar) es prácticamente cero. Eso supone que, en horas punta de consumo eléctrico, no hay producción de origen renovable suficiente, porque, además, y perdón por la perogrullada, no siempre hace viento. Esto significa que una buena parte de los kilovatios que la energía nuclear no proporciona se sustituyen por ciclos combinados, es decir quemando gas, o incluso, si las cosas se ponen feas, carbón.

Por supuesto, prorrogar la vida útil de una central nuclear tiene costes, fundamentalmente derivados de las necesarias inversiones en seguridad. Y, por supuesto, los residuos nucleares son un problema. Pero esto no significa que las alternativas no tengan también problemas. En cualquier caso, se tome la decisión que se tome, hay que evaluar los costes. Lo único que tiene una respuesta clara es que el coste lo va a acabar pagando, sustancialmente, el consumidor. Pero esto ocurre con cualquier fuente de energía.

Por ejemplo, y como explico en mi último libro, que también se titula Y esto, ¿quién lo paga? (Debate 2023), la implantación masiva de renovables desde 2007 fue de la mano de unas primas gigantescas. Estas subvenciones a las energías renovables, aunque luego se redujeron, siguen constituyendo una de las políticas públicas más caras de la historia de España: varios miles de millones de euros anuales durante década y media, que hemos estado pagando los consumidores en el recibo eléctrico como "costes regulados (Recore)".

Las nuevas renovables son, ahora, más baratas. Pero, necesitan respaldo, es decir otra fuente de energía, como el gas natural, para que se garantice el suministro cuando estas energías no están disponibles. Este problema se resuelve almacenando electricidad. Pero, las baterías tienen un coste elevado y una vida útil limitada. Además, para electrificar el transporte necesitaremos más baterías, con sus correspondientes materiales, que también son limitados. Por otra parte, la transición energética implicará también la electrificación de muchos sectores, aumentando la demanda de energía eléctrica. Y si se quiere tener éxito en esta electrificación, entonces el precio de la electricidad no puede seguir subiendo porque entonces muchas empresas y particulares seguirán utilizando otras fuentes de energía que emiten gases de efectos invernadero.

En fin, para abordar el debate hay que conocer los costes, pero no sólo los de prolongar la vida útil de las centrales nucleares, sino también los de la provisión alternativa de electricidad, que debe incluir, también el coste de respaldo, y en su caso de almacenamiento. Y esto hay que hacerlo con la tecnología disponible y sus costes previsibles. No vale solo con que haya una alternativa científica, sino que es necesario que sea viable, y también, y esto se suele olvidar, a un coste competitivo. Aquí conviene recordar que, en general, alargar la vida de una central nuclear, o en general de cualquier inversión, suele resultar más barato que acometer una nueva instalación de cero.

Por último, otro factor a tener en cuenta es la dependencia exterior. Alemania decidió cerrar sus centrales nucleares tras el tsunami que arrasó Fukushima. Por supuesto, los riesgos existen, pero Alemania no ha tenido un solo tsunami en toda su historia. Aun así, los números, en cuanto a coste salían porque el gas era barato. Eso sí se concentraba todo, a través de varios gasoductos en un solo suministrador, la Rusia de Vladimir Putin. Ahora, los alemanes han tenido que volver a poner en funcionamiento centrales de carbón y están pagando mucho más cara la electricidad, además de haber aumentado las emisiones de gases de efecto invernadero.

En 2021, me preguntaba en elEconomista sobre las decisiones energéticas alemanas: "¿Se puede tener una electricidad muy cara, realizar muchas emisiones de gases de efecto invernadero, y tener mucha dependencia exterior? Pues la respuesta, tristemente, es que sí, basta con intentar tenerlo todo, al precio que sea y no tener en cuenta la tecnología que realmente existe ni computar todos los costes".

No tener en cuenta todos los costes de la energía, incluyendo los costes de emisiones, y los riesgos, pero también los de respaldo y el de almacenamiento, es hacerse trampas en el solitario, y lleva a decisiones económicas absurdas. Por eso, es una buena idea tener un debate económico, y no ideológico, sobre la energía, pero no obviemos la parte de la realidad que no nos gusta, porque es una forma segura de equivocarse.

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