Opinión

Ebitda al desnudo

Sede de la CNMV

Han transcurrido pocos días desde que la Comisión Nacional del Mercado de Valores amonestó a las empresas cotizadas por aderezar sus comunicaciones de resultados con demasiados criterios no contables. Estamos probablemente ante la admonición de la década. Desde luego, entre directores financieros y responsables de relación con inversores el revuelo ha sido mayúsculo. En estos días, en el palacio de la Bolsa se ha hablado más de taxonomías y de métricas que en las obras completas de los dos Carlos, Linneo y Darwin.

Al margen de las comparaciones y de la pirotecnia empleadas en la querella por las distintas partes, es cierto que el regulador ha planteado un problema doctrinal de gran calado. Sucede, casi sin solución de continuidad, a otro debate bizantino sobre las facilidades y los posibles atajos para cotizar en otros mercados sin salir de España. En definitiva, parece claro que, en términos de transparencia, buenas prácticas y verificación informativa, algo se mueve en los mercados españoles. Son cuestiones de una especial trascendencia, así que bienvenido sea el debate. Ojalá podamos subirnos todos a la ola y aprovechar el impulso para activar el atractivo de un mercado de valores nacional que no atraviesa su mejor momento.

En primera instancia, la advertencia de la Comisión ha sorprendido por su claridad y por cierta amenaza latente implícita. En vuestras comunicaciones oficiales, tanto financieras como no financieras, utilizad con tiento y tasa los baremos alternativos de medición del rendimiento; centraos mejor en la normativa contable estandarizada, aconseja el regulador. ¿Cuáles son esos baremos, denominados alternative performance measures? La CNMV los detalla casi al milímetro: aquellas magnitudes no contables que implican una proyección con cierta dosis más o menos valorativa. Por ejemplo, el ebitda, el resultado de explotación recurrente o el flujo de caja libre.

A la Comisión le preocupa especialmente la hipotética descontextualización que puede esconderse bajo esos datos no contables. Por eso recomienda emplear en ellos un sistema de citas tan prolijo como sea necesario, aportando todos los datos e hipervínculos precisos para que el inversor pueda obtener una información fiable y coherente. Aconseja además emplear la misma metodología respecto a los criterios ambientales, sociales y de gobernanza, todavía demasiado incipientes y por tanto propicios a la confusión. Es algo que desde el propio mercado se venía intentando autorregular, en lo que había dado en llamarse homogeneización de las taxonomías. Parece evidente que el regulador ya ha pasado la cuestión a la siguiente pantalla.

Ante esta iniciativa de la CNMV parece que hay disparidad de criterios. Desde los que apoyan la misma, al considerarla un gran paso contra lo que, a su juicio, era un simple abuso informativo, hasta quienes presentan opiniones más matizadas desde los emisores. Entre los directores financieros y de relaciones con inversores la advertencia se juzga tan difusa que les ha dejado ante un terreno minado. A partir de ahora deberán tentarse mucho la ropa cada vez que quieran referirse a valores como endeudamiento bruto o neto, capex o grado de liquidez.

En mitad de un debate tan apasionante y escolástico como lo fueron en tiempos los de Santo Tomás de Aquino y Joaquín de Fiore, quizá convenga utilizar como peso y medida la búsqueda de una comunicación veraz, fiable, razonada y bien contextualizada. Más allá del nominalismo entre unos datos y otros, convendría ponderar lo que una y otra representación pueden aportar para conseguir una imagen empresarial más amplia, exhaustiva y acorde a la realidad.

Está claro que el diálogo y la colaboración entre las distintas partes implicadas ayudará a enriquecer la formulación de los resultados y a conseguir una mejor narrativa corporativa. Si se nos permite el juego de palabras, ahora que todos contemplamos el ebitda al desnudo, no nos quedemos en el reproche ácido de la película de Mankiewicz. Busquemos mejor una síntesis donde todos salgamos ganando y el mercado de valores español pueda recuperar aquellos días de gloria que siempre esconde el cine clásico.

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