
Tras la pandemia y lo peor de la crisis energética, estamos volviendo a una cierta normalidad económica. Esto tiene algunas consecuencias positivas, como por ejemplo la reducción de la inflación, pero otras no tanto. Una de ellas, es que el crecimiento de los ingresos fiscales se ha ralentizado significativamente. Mientras que, en 2022, los ingresos por los impuestos gestionados por la Agencia Tributaria crecieron a un ritmo del 15%, en el primer trimestre de este 2023, los ingresos fiscales, comparados con los del mismo periodo de 2022 sólo crecían al 2,6%. Si se toman estas tasas en términos homogéneos, es decir, con el mismo ritmo de ejecución de devoluciones, en ese caso, hemos pasado de un crecimiento del 14,4% en 2022, a sólo un 4% en el primer trimestre de este año.
El único impuesto cuya recaudación sigue creciendo a doble dígito es el IRPF. Aquí cabe recordar que el 80% de la recaudación de este tributo proviene de los rendimientos del trabajo, es decir de pensiones y salarios. La recaudación del IRPF está creciendo en términos homogéneos a un ritmo del 10,8% en el primer trimestre de 2023. Es un buen dato que tiene varios factores que lo explican. Por una parte, en este periodo aumentó un 2,6% el número de asalariados. Por otra parte, la remuneración media se incrementó un 3,6%, una cuantía significativamente inferior a la inflación. Esto, en conjunto, ha llevado a que la remuneración de los asalariados crezca al 6,3%. Además de esto, las pensiones se han incrementado con el IPC medio (de noviembre) de 2022, un 8,5%.
Como se puede observar, todas estas tasas son inferiores al crecimiento de la recaudación del IRPF. Esto significa que si la recaudación crece por encima de las bases es que el tipo efectivo medio se está incrementando. Ya partíamos del tipo efectivo medio del IRPF más elevado de la historia, el 14,1%, pero como ya advertí en El Economista, y también en mi libro "Y esto, ¿quién lo paga?" (Debate 2023), si no hay cambios, este tipo efectivo del IRPF se seguirá incrementando. El efecto de la progresividad en frío sigue siendo muy relevante: se paga un tipo efectivo superior, se tributa proporcionalmente más, con la misma o menos capacidad económica.
En 2022, se recaudaron casi 110.000 millones de euros por el IRPF, con un incremento de unos 15.000 millones de euros respecto del ejercicio anterior. En términos globales, y según los cálculos de la Agencia Tributaria, las medidas fiscales y de gestión que se tomaron, excluyendo las devoluciones extraordinarias, supusieron una rebaja de 5.498 millones de euros. Si a esta cifra se le añaden las bonificaciones a las gasolinas y gasóleos, con un coste estimado de unos 4.500 millones de euros, que son equivalentes en la práctica a una rebaja del impuesto especial de hidrocarburos, se puede ver que en 2022 hubo rebajas de impuestos (y medidas equivalentes), que en la práctica fueron financiadas por el aumento de recaudación del IRPF. Por esa razón, la presión fiscal cayó ligeramente desde el récord de 2021, un 39% del PIB, hasta el 38,7% del PIB.
Los impuestos indirectos están acusando la caída del consumo. El IVA sólo crece, en términos nominales y homogéneos, un 0,8%, mientras que los impuestos especiales, que salvo el tabaco parcialmente, tienen bases no monetarias, caen un 2,9%. Esto quiere decir que el consumo, en términos reales, está cayendo. Este proceso de caída del
consumo probablemente continuará por dos razones. En primer término, porque las retribuciones salariales, previsiblemente, seguirán creciendo por debajo de la inflación. No parece probable que la inflación termine en España este año por debajo del 4%.
En segundo lugar, el BCE prevé seguir incrementando los tipos de interés. Además, todavía no se ha trasladado completamente a la actividad económica la subida de los tipos de interés que lleva realizando el BCE desde julio del año pasado. Por lo tanto, resulta previsible que la inversión y el consumo se contraigan en términos reales. Aun así, una mejor y más rápida ejecución de los fondos europeos Next Generation podría compensar este efecto en la inversión. Pero la recaudación de los impuestos indirectos depende del consumo y no de la inversión.
Para este año y los próximos el programa de estabilidad prevé una reducción del déficit basada, fundamentalmente, en un aumento de la presión fiscal. Para que esto suceda, la recaudación de impuestos y cotizaciones sociales debería incrementarse por encima del crecimiento del producto interior bruto en términos nominales, es decir incluyendo el aumento interior de los precios. Esto parece complicado de realizar sin subir impuestos porque estamos volviendo a la normalidad, también en la recaudación. Es cierto que hubo una mejora en los ingresos que parece estar consolidándose como estructural. Pero llegados a este punto, un incremento adicional de los ingresos no se puede fiar exclusivamente a una inflación, que, además, afortunadamente, se está reduciendo, ni siquiera con el efecto real de subida de impuestos que supone no deflactar el IRPF.
Por otra parte, la mejora de la competitividad y del sector exterior, derivada en buena medida de la devaluación salarial, que comentábamos la semana pasada, supone reducir algunas vulnerabilidades de la economía española como la necesidad de financiación externa. Que esto haya sucedido, además, en una grave crisis energética en la que aumentó, y mucho, el coste de la energía importada es sorprendente, y positivo. Pero, la cara B de este proceso es que las importaciones y el consumo pagan impuestos indirectos, mientras que las exportaciones no lo hacen. Un crecimiento más sostenible, en términos de equilibrios exteriores, genera menos ingresos fiscales.
Éste es el panorama fiscal al que nos enfrentaremos, el del regreso a la normalidad: que para aumentar de forma relevante los ingresos por impuestos habría que subirlos. La alternativa para reducir el déficit público sería la reducción del gasto público. Aquí el problema es que hay gastos que se irán incrementando como sanidad, dependencia y pensiones por el envejecimiento de la población. Además, dado que salimos de la Pandemia con mucha más deuda pública, y, sobre todo, por la subida de tipos del BCE, pagaremos más intereses. No es el apocalipsis, pero tampoco una coyuntura fácil, y decisiones y acontecimientos externos, podrían seguir complicando el regreso a la normalidad.