El 15 de septiembre de 2008, hace ya más de 14 años, cayó Lehman Brothers, uno de los principales bancos de inversión del mundo. Ese fue el pistoletazo de salida a sucesivas crisis de entidades de crédito en todo el mundo. Cuando todo esto parecía haber terminado, en 2017, en España cayó el que había sido el banco más rentable del mundo, el Banco Popular.
Después, han pasado muchas cosas, pero los problemas de las entidades de crédito parecían de rentabilidad, y no de solvencia, y mucho menos de liquidez. Hace unos días, los bancos españoles, como muchos europeos, sufrían en su cotización bursátil, por la causa más inesperada: la quiebra de un banco californiano cuyo problema era un exceso de inversión en deuda pública norteamericana. Y no, no era que el Tesoro Estadounidense se hubiese declarado en bancarrota, sino lo que había pasado era una inadecuada gestión del riesgo de tipo de interés.
Este banco, el Silicon Valley Bank (SVB) tenía un modelo de negocio que parecía seguro, al invertir el dinero de los depositantes en deuda pública. En principio, si hubiese retiradas importantes de depósitos, bastaría con vender los bonos. Todo este esquema estaba basado en que los tipos de interés se mantuviesen estables o bajasen. Sin embargo, la subida de tipos de interés, que por ejemplo en España ha hecho ganar más dinero a los bancos, aquí deterioró sustancialmente la rentabilidad del SVB.
Si los depositantes obtienen más rentabilidad por sus depósitos, pero los bonos a largo plazo, que el banco tiene en cartera, mantienen la escasa rentabilidad que tenían, el banco pasa a tener pérdidas. Para reponer la solvencia del SVB, deteriorada por las pérdidas, el banco se vio obligado a aumentar capital. Aquí ya tenemos las dos primeras fases de cualquier crisis bancaria, primero la rentabilidad, y después, la solvencia.
Pero, todos los problemas bancarios acaban siempre en la liquidez. Esto sucede cuando los depositantes solicitan masivamente la retirada de sus depósitos. No hay banco en el mundo que pueda afrontar la retirada masiva de depósitos por sus propios medios. Aun así, parecería que el SVB debería estar en mejor posición que otros bancos. No se puede recuperar anticipadamente una hipoteca concedida a 30 años, pero sí se puede vender un bono a 10 años en el mercado. El problema es que, en un entorno de subidas de tipos de interés, vender un bono que renta menos que los nuevo que hay en el mercado es sufrir de golpe una pérdida importante.
Donde sí tenía un problema el SVB era en que sus depositantes eran pocos y tenían depósitos elevados. Los depositantes del SVB eran empresas tecnológicas y de capital riesgo, que tenían elevada liquidez obtenida en rodas de financiación. Estos depósitos, superiores casi siempre a los 250.000 dólares no estaban cubiertos por el fondo de garantía de depósitos de California. Cuando aparecieron los primeros síntomas de problemas de solvencia, comenzaron los traspasos masivos a otros bancos por internet. Esto llevó a la intervención de la Reserva Federal, garantizando los depósitos, por riesgo sistémico, para posteriormente subastar el banco.
Por supuesto, hubo críticas con la injusticia de que los contribuyentes, en este caso norteamericanos, garantizasen los depósitos más elevados, de particulares y empresas adineradas. Pero los depósitos son dinero, y existe un riesgo sistémico si no se garantiza su indemnidad en las crisis financieras. De hecho, casi inmediatamente la crisis pasó a Europa, a Suiza más concretamente.
El Credit Suisse no era un pequeño banco norteamericano como el SVB, sino el segundo banco más grande de Suiza, especializado en banca de inversión. Aquí cuando su primer accionista, el banco saudí no quiso acudir a una ampliación de capital, para garantizar la solvencia, empezaron las retiradas de depósitos. El esquema es similar, primero las pérdidas de los últimos años en banca de inversión, después la solvencia, y por último las retiradas de los depósitos no garantizados.
El rescate ha consistido en un préstamo del Banco Central Suizo de unos 50.000 millones de euros al Credit Suisse para garantizar la liquidez del segundo gran banco suizo. Este tipo de rescates acaban con la fuga de depósitos, pero trasfieren los riesgos y las pérdidas al sector público. Por otra parte, inyectar liquidez masivamente no ayuda a reducir la inflación, sino todo lo contrario. Aquí la principal ventaja que tiene Suiza es que su tasa de inflación es del 3,4%, que hace un par de años hubiese sido elevada, pero que ahora es la más baja de Europa.
De todo esto podemos sacar unas cuantas lecciones. En primer lugar, hay desconfianza en los balances bancarios, y también en la labor de los supervisores. Por eso, tenemos crisis bancarias, que además se contagian, en una situación donde la mayoría de los bancos declaran muchos más beneficios que hace unos años. En segundo lugar, controlar una crisis bancaria es mucho más difícil que hace unos años. Antes, se podía intentar controlar los rembolsos de los bancos, ahora no hay colas en las sucursales. Pero eso es un problema porque el dinero se mueve a la velocidad de la luz por Internet.
La tercera lección es que un país necesita un sistema financiero. El corolario es que, para tener un sistema financiero, como para tener gasolineras, supermercados o entidades de seguro, estas empresas tienen que ganar dinero. Es mucho más grave que las entidades de crédito pierdan que, supuestamente, obtengan beneficios "extraordinarios". Por cierto, si hay beneficios extraordinarios es, casi por definición, por falta de competencia. Y la falta de competencia en el mercado de depósitos en España no es más que el resultado del proceso de concentración de entidades de crédito. Y esto se derivó, fundamentalmente, de la práctica desaparición de las cajas de ahorro, que eran la mitad del sistema financiero.
Los problemas empezaron con créditos mal concedidos y riesgos excesivos asumidos por cajas, y también algunos bancos, durante la burbuja. Esto originó pérdidas, que no se reconocieron, y que cuando hubo que hacerlo, amenazaron la solvencia de las propias entidades. Después, esto llevó a una sequía de liquidez que agravó la crisis financiera en España. Finalmente, esta factura acabó pagándola el contribuyente, e incluso teníamos una parte de esta factura pendiente cuando llegó la Pandemia. A explicar esta historia dedico varios capítulos de mi segundo libro, "Y esto, ¿quién lo paga?". Esta semana tenía la impresión de que, desgraciadamente, quizás hubiese que escribir algún capítulo más de estas cuestiones en el futuro.
Tras este paréntesis, la semana que viene, vuelvo sobre el IRPF y la inflación. Les espero en elEconomista.