
Durante la pandemia los sanitarios españoles se jugaron la vida –y muchos la perdieron- por nosotros. Algo les deberemos, ¿verdad? Por eso ha llegado el momento de pagar esa deuda, y no sólo en forma de sueldo, también debiéramos aprovechar el impulso post pandemia para darle un empujón a toda la sanidad, cada vez más urgente ante una población española sometida a un proceso imparable de envejecimiento.
La periodista Elena Sevillano recogía en un magnífico artículo el estudio que sobre estas cuestiones ha realizado el Instituto para el Desarrollo e Integración de la Sanidad (IDIS). Según el IDIS, España se ha de enfrentar a tres retos: en primer lugar, el acceso rápido a los nuevos medicamentos; en segundo, la renovación de su parque tecnológico, aquejado de problemas de obsolescencia, y en tercer lugar la necesidad de una continuidad asistencial, sin brechas ni rupturas entre atención primaria, especialidades y entorno hospitalario, o entre la sanidad pública y la privada.
Marta Villanueva, directora del IDIS, asegura que "somos un país que no tiene acceso anticipado a medicamentos innovadores; el tiempo desde su aprobación hasta su disponibilidad es de 517 días, muy lejano de los 180 días que se establece por ley".
Entre los expertos que participaron en la reunión que dio pie al artículo de Elena Sevillano había un acuerdo total en la necesidad de establecer una colaboración público-privada, como ha ocurrido con las vacunas contra la covid-19.
El catedrático Félix Lobo afirma, a este propósito:
"Soy un defensor de la colaboración público-privada desde una absoluta defensa de lo público".
Desde luego, Félix Lobo no es ningún derechista y sin embargo piensa lo arriba reproducido, a diferencia de muchos de los actuales políticos de la sedicente izquierda que, cuando oyen la palabra privada respecto a la sanidad o la educación les empiezan a rechinar los dientes y cualquier diálogo con ellos a propósito de la colaboración entre lo público y lo privado se convierte en imposible.
Yo creo que la mejor defensa de la sanidad pública consiste en hacerla cada vez mejor y no en rechazar de plano la sanidad privada, pues esta última tiene un capital social que enriquece no sólo a sus gestores y a sus dueños, también al conjunto de nuestra sociedad. Y lo que acabo de escribir es aplicable también a la educación privada, incluida la universitaria, que en su día estuvo mal diseñada por el gobierno de Felipe González al obligar a la universidad privada a dar las mismas titulaciones que ya otorgaba la pública. Y yo creo que la privada debería complementar a la pública (y no competir con ella) con titulaciones nuevas y distintas de las ya otorgadas por la pública, como son Derecho, Medicina, Económicas, etc.
En fin, ¿podemos discutir de estas cosas o mejor nos encastillamos todos y nos negamos a ponernos de acuerdo?
Villanueva concluye:
"El paciente es único e indivisible y ha de ser el eje vertebrador, el centro del proceso asistencial".
A quien esto escribe -y como paciente que es- le resultan particularmente interesantes las palabras de Jesús García-Foncillas, director del departamento de Oncología en la Fundación Jiménez Díaz:
"La definición y estrategia en sanidad está hoy centrada en la enfermedad, porque se hace poco en prevención y en diagnóstico precoz".