
Andaba la ciudadanía española empobrecida y preocupada por la imparable subida de la cesta de la compra, hoy un 15% más cara que hace un año, cuando el ministro Luis Planas, que lo es de Agricultura, Pesca y Alimentación, decidió convocar el Observatorio de la Cadena Alimentaria, organismo en el que están todos los que son en el sector: cuatro ministerios, cinco comunidades autónomas y las organizaciones empresariales y profesionales, además de los sindicatos CCOO y UGT. Y, efectivamente, como estaba previsto el ministro los vio, se hizo la foto, escuchó algunas peticiones, fuese y no hubo nada.
Ni una medida, por supuesto ninguna rebaja adicional del IVA y ninguna solución. Como gustaba decir el inefable José Maria García, ni una mala palabra, ni una buena acción. Bueno sí; un consejo dio el ministro: "irse al supermercado de enfrente si usted no está de acuerdo con los precios". Genial. Y se quedó tan ancho. Y eso que Planas era de los más listos y presentables del Gobierno. Pues ya tiene usted la referencia de como son el resto, incluyendo ese Alberto Garzón, que dicen es el responsable de Consumo y que lleva meses callado como Judas. Mejor así.
"No podemos hacer más", apostillaba también Planas. Que, al menos, censura y no comparte las disparatadas necedades intervencionistas de sus compañeros podemitas. Claro que en realidad lo que quería decir era que no quieren hacer más. Porque los alimentos y la cesta de la compra suben, fundamentalmente, porque hay muchos impuestos y muy altos, por una política medioambiental improvisada y disparatada y por una política energética incoherente, sectaria e ideologizada que encarece el suministro, Y eso, señor planas son decisiones políticas de su gobierno que sólo se ocupa de repartir limosnas con el dinero público para comprar votos en lugar de ayudar y dar soluciones a la gente de bien que, aunque le haga mucha gracia a Pedro Sánchez y a sus monaguillos del banco azul, somos todos, o la mayor parte.
Un banco azul cuyos aposentados deberían aplicarse el aforismo popular de que con las cosas de comer no se juega. Y entendiendo por cosas de comer no sólo los alimentos sino todo aquello que afecta a la vida, la salud y el bienestar social de los ciudadanos a los que deberían servir y de los que se sirven. Como ocurre con el esperpento de los trenes de Cantabria que no caben por el túnel.
Desatino este que nos va a costar un riñón- el PSOE ha impedido en el Senado que el Gobierno informe del sobrecoste de este desatino- y que ha se ha saldado con los ceses o dimisiones inducidas de la secretaria de Estado de Transportes, Isabel Pardo, y el presidente de Renfe, Isaías Táboas. Por cierto, este último sustituido por Raúl Blanco que, a su vez, había sido cesado como secretario general de Industria por su fracasada gestión en los PERTE (Proyectos Estratégico para la Recuperación y la Transformación Económica), y al que se premia ahora no por sus conocimientos y su competencia, sino para satisfacer la cuota que Sánchez tiene que pagar a los socialistas catalanes.
Y cosas de comer son los trenes de cercanías de Madrid, competencia del gobierno del Estado, pero de los que se desentiende mientras riega a Cataluña de millones. Y también los fondos NextGeneration, de la UE, de los que España es el primer perceptor pero que de los 37.000 millones gestionados sólo 10.000 millones han llegado a las empresas y cero zapatero a los autónomos y pymes.
Fondos que deberían servir para la transformación del tejido productivo, industrial y tecnológico de España y que la delegación del Parlamento Europeo que ha venido a fiscalizar como y para qué se utilizan y se ha marchado sin saber dónde ha ido el dinero y constatando que no hay transparencia en la gestión y tampoco hay seguimiento de los proyectos financiados. No lo digo yo. Lo dicen ellos. A lo mejor van a tener razón quienes les piden que dejen ya de molestar y de meterse en la vida de los otros.