Opinión

Velarde 'In Memoriam'

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Con Juan Velarde desaparece no un economista, sino un auténtico personaje, casi de novela, cuya personalidad y su obra desbordan los límites de la ciencia lúgubre. Ante todo, D. Juan era un humanista con una visión del orden social, como diría Jacques Rueff, que abarcaba todo y casi todo en un marco analítico coherente y consistente que forjó a lo largo de los años en un proceso de evolución ideológica y teórica de una honestidad y una humildad intelectual extraordinarias.

Pocos economistas españoles han tenido y tienen su erudición, una curiosidad intelectual juvenil que mantuvo toda su vida y dispuesta a poner en cuestión cualquier a priori dogmático y, en teoría indiscutible. Con independencia de sus posicionamiento políticos en su dilatada vida, jamás fue sectario y bajo su protección muchos economistas españoles con ideas radicalmente contrarias a las suyas gozaron de una libertad de crítica y de investigación totales en el ámbito académico.

D. Juan tenía el don de sorprenderse y aprender cuando era ya un economista consagrado y tuvo siempre una apertura de mente que resultaba sorprendente en un mundo, el de la economía española, donde la corrección intelectual era la premisa dominante. A Velarde se le podía plantear cualquier hipótesis, fuera cual fuera su orientación ideológica, que él estaba dispuesto a discutir y debatir con absoluta libertad intelectual. 

Velarde era generoso. Apoyó siempre a los economistas más jóvenes, aunque tuviesen ideas opuestas a las suyas, y a muchos jóvenes nos concedió su soporte cuando iniciábamos nuestras carreras. Cualquier paper, libro, trabajo de los jóvenes generaciones era reseñado por Velarde como si se tratase de la obra de los consagrados. Nunca sintió celos ni animosidad personal hacia nadie, lo que le convierte en una rara Avis entre los profesionales patrios de la ciencia lúgubre. 

Además poseía un extraordinario talento para la divulgación, Era capaz de convertir los complejos temas de la economía en algo entendible por el ciudadano común y escribía una prosa excelente que, por desgracia, ha dejado de ser común entre los economistas. Huía del viejo axioma de Eugenio D´Ors "demasiado claro" para explicar cualquier enrevesada cuestión con una sencillez que sólo es posible para quienes tienen un profundo conocimiento de la economía. 

Fue falangista y defensor de un modelo económico anti capitalista y anti mercado, pero transitó con su modestia y sin alharaca alguna en el tiempo hacia un economista defensor a ultranza de una economía de mercado, del capitalismo competitivo. E hizo eso con una modestia extraordinaria a diferencia de los conversos que intentan sacar partido a su cambio de Fe. Esto refleja con una enorme claridad su limpieza de mente y, sobre todo, su falta de arrogancia y su enorme honestidad. A veces, demasiadas, tenía un extraordinario pudor en expresar su transformación intelectual como los viejos caballeros que hacen el ejercicio de esa virtud un modo de vida. 

D. Juan era además una bella persona. Siempre estaba dispuesto a echar una mano, a prestar consejo. Siempre era posible acudir a Velarde para cualquier cosa y, peor, a cualquier hora. Durante muchos años, ya mayor, iba tieso como un roble, con ese vozarrón que le acompañaba y que en vez de causar miedo generaba una enorme ternura. Hasta su desaparición, D. Juan siempre fue un niño grande, capaz de sorprenderse con cualquier cosa que la pareciese audaz, provocadora, inteligente.  Esa capacidad se sorpresa era sorprendente en un hombre de su edad y de su trayectoria. 

Quienes tuvimos la suerte y el honor de conocerle le vamos a echar mucho de menos. Con Velarde desaparece uno de los titanes de una generación de economistas que transitaron por las turbulentas aguas de la España del siglo XX. Sus amigos le añoraremos y su recuerdo estará siempre con nosotros.

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