
Muchas empresas españolas no saben el "susto" que van a recibir cuando su responsable de nómina les informe del impacto que tendrá en su cuenta de resultados la subida de cotizaciones sociales aprobadas el pasado mes de diciembre.
Y es que, desde el 1 de enero, la base máxima de cotización ha subido un nada despreciable 8,6%, hasta situarse en los 4.495,50 euros, lo que supone, aproximadamente, 1.200 euros por año de incremento de coste por trabajador en base máxima. Además de esto, y ante el inminente acceso a la jubilación de la generación de los baby boomers, también se ha creado un nuevo instrumento de cotización denominado "mecanismo de solidaridad intergeneracional", que incrementa las cotizaciones en un 0,6% adicional (0,5% para empresa y 0,1% a cargo de las personas trabajadoras).
Las compañías están viendo cómo sus gastos fijos suben sin parar -además de soportar la inflación- y, sin embargo, no tienen capacidad de subir el precio de sus servicios. Hace tan solo unos meses, un cliente del sector de la restauración colectiva me llamó muy preocupado y me dijo: "estoy vendiendo más que nunca, pero probablemente tenga que cerrar si esto sigue igual". ¡Qué paradoja!
Muchos empresarios ven también con preocupación creciente cómo se siguen ampliando sus obligaciones económicas y jurídicas, sin que se sientan respaldados en la responsabilidad diaria de tener que sacar adelante un negocio del que, en muchas ocasiones, depende a su vez el pan de muchas familias.
Un estado social como el nuestro se basa en muchos principios básicos compartidos, y uno de ellos es y debe ser el de la solidaridad. Solidaridad también en el pago de impuestos que sirvan para sufragar pilares básicos como la sanidad, la educación y, sin duda, el aseguramiento económico de todos aquellos que, después de una larga trayectoria profesional, tienen y deben acceder a su más que merecida jubilación. Creo que pocos ponen en cuestión este axioma.
Sin embargo, todos aquellos que dedicamos nuestro tiempo a intentar ayudar a las empresas en su día a día compartimos esa preocupación creciente -y en ocasiones angustiosa-, de que el sistema no solo se debe sostener incrementando los costes fijos del tejido empresarial, sin atender, por ejemplo, al volumen de ingresos que genera. En el fondo es muy sencillo: si mis gastos suben y no puedo incrementar los ingresos, la ecuación se rompe. Es más, en el ámbito de las relaciones laborales, ese incremento de los costes aboca, normalmente, a una reducción de los salarios o, al menos, a su congelación. Tampoco es una situación justa.
Aunque sea la gestión más fácil, el "susto" continuo para las empresas del incremento de las cotizaciones no debería ser la solución.