En 2023 se cumplirán los 100 años de varias desgracias. En primer lugar, la llegada al poder en Italia de Benito Mussolini y sus camisas negras. Aquella farsa comenzó con la llamada 'Marcha sobre Roma', que se empezó a mover el 27 de octubre de 1922.
Fue precisamente aquel día cuando el judío británico Israel Zanwill llegó a Florencia. Viajó hasta allí como observador de la Union of Democratic Control, que estaba a mitad de camino entre liberalismo y laborismo. Su interlocutor era Curzio Malaparte, a quien el jefe de los camisas negras locales había mandado buscar para que le tradujera lo que parecía iba a ser una bronca del británico.
"La revolución de Mussolini no es una revolución. Es una comedia", escribió Malaparte
Nos lo ha recordado Gabriel Albiac: "Puede que, con otro traductor, Zangwill hubiera pasado, como mínimo, la noche en comisaría. Y, ya en la calle, el joven escritor no pierde la ocasión de conversar con quien es, no solo un literato consagrado, sino un pensador político de prestigio". "La revolución de Mussolini no es una revolución. Es una comedia", escribió Malaparte".
Más que una comedia, la 'Marcha sobre Roma' fue una payasada. Hubiera bastado oponerle una mínima fuerza armada para barrer aquella cochambre, pero no se hizo.
Aquel Gobierno fascista llevó a los soldados italianos a Etiopía primero, luego a España (donde sufrieron sonoras derrotas) y finalmente a meterse en la guerra del lado de Hitler. La cosa acabó mal para casi todos los italianos y en primer lugar para Mussolini, cuyo cadáver acabó colgado por los pies en una gasolinera de Milán.
"Ser de derechas en la Italia (o en la España) de hoy nada tiene que ver con el fascismo"
Más aquel fascismo no tiene nada que ver con la señora Meloni porque, mis queridos podemitas y adláteres, ser de derechas en la Italia (o en la España) de hoy nada tiene que ver con el fascismo.
En la España de entonces la cosa no fue mejor. En el año 1921 la aventura militar española en Marruecos sufrió una terrible derrota (el desastre de Annual): se perdieron 13.000 hombres.
Y cuando el Parlamento quiso investigar lo que allí había pasado lo impidió un golpe de Estado que se produjo en Barcelona de la mano del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, con el apoyo decidido de la patronal catalana, siempre tan democrática, que acompañó al general a la estación de ferrocarril que le llevaría a Madrid. Eso sí, todos vestidos de etiqueta.
El 12 y 13 de septiembre de 1923 fueron ocupadas las Centrales de Teléfonos y Telégrafos y, al filo del amanecer, Primo de Rivera reunió en Capitanía a unos cuantos periodistas para comunicarles su manifiesto al país, en el que se pedía el apartamiento total de los partidos políticos y la entrega del Poder a un Directorio militar.
Aquella aventura en la cual no todo fue malo (se acabó la guerra de Marruecos) trajo consigo pésimas consecuencias, en primer lugar para Miguel Primo de Rivera, que murió exiliado en París, y en segundo lugar para la Monarquía, que con el consentimiento de Alfonso XIII para con la Dictadura, dejó herida de muerte a la Corona, que tras la caída de Primo solo duró dos años. El 14 de abril de 1931 el rey salió de España rumbo al exilio.