
El martes, 20 de septiembre, el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, invitó a la cúpula de la organización a un almuerzo para anunciar la fecha de su reelección. Durante la comida, dio la palabra a cada uno de sus ilustres comensales de que opinara sobre sus cuatro años de mandato y manifestaran sus intenciones de voto.
La alta dirección, encabezada por Íñigo Fernández de Mesa, así como la presidencia de la Fundación CEOE, la ex ministra Fátima Báñez, hicieron una loa a su gestión. Las sorpresa vino en las intervenciones posteriores.
El presidente de la patronal de Cepyme, Gerardo Cuerva, hizo un discurso duro, con críticas a las posiciones y la ausencia de consenso en la organización, aunque acabó dándole su apoyo, como no podía ser de otra manera.
El presidente de la patronal madrileña, Miguel Garrido, fue menos claro, tras señalar lo positivo y lo negativo, dejó en el aire su apoyo. Primera sorpresa. Preguntado luego por la orientación de su voto, dio una respuesta a la gallega, que lo sometería a escrutinio interno.
En el turno de la patronal catalana, Josep Sánchez-Llibre, no escondió sus discrepancias. Se quejó abiertamente de que las decisiones se tomaban sin consultar con los vicepresidentes y también de las cesiones frente al Go bierno en aspectos como los fijos discontinuos o las pensiones. Nada nuevo bajo el sol.
El resto de organizaciones territoriales, incluidas la valenciana presidida por Salvador Navarro o la andaluza de Javier González de Lara rindieron pleitesía al presidente. Sólo Confebask está dispuesta a distanciarse.
En el turno de las organizaciones sectoriales como Seopán, que dirige Julián Núñez, también se manifestó apoyo a las tesis presidenciales en líneas generales.
Garamendi anunció a los postres que la fecha elegida para renovar su mandato sería el 23 de noviembre. Pero no salió satisfecho del encuentro por dos motivos. Iba a ser difícil que fuera reelegido por aclamación, sin necesidad de recurrir al voto secreto depositado en una urna, como pretendía. Y, por otro lado, el apoyo de dos organizaciones clave, la patronal madrileña y Cepyme, estaba en el aire.
El presidente de Cepyme había mantenido diferencias en público con Garamendi. Después de estampar su firma en la reforma laboral laboral, había dicho que lo hizo por imperativo legal, y en privado, no había despejado las dudas sobre su candidatura.
Había más problemas. Anfac, la patronal del automóvil, que se abstuvo en la reforma laboral, había cambiado el sentido de su voto, pero no Faconauto, dirigida por Gerardo Pérez, amigo de Cuerva y granaíno como él.
Por último, al encuentro tampoco asistió Pedro Barato, presidente de Asaja, descontento porque Garamendi le prometió una solución específica para el campo en la reforma laboral, que jamás se produjo. Su voto también sería difícil de captar, aunque Barato no era un rival con respaldo suficiente para vencer a Garamendi. Los opositores más temidos eran Cuerva y Garrido. Sobre todo, el primero.
Garrido se autodescartó desde un principio y se postuló como candidato para el siguiente mandato, al que Garamendi no podrá aspirar por la limitación estatutaria. Pero Cuerva mantuvo la incógnita abierta hasta hace pocos días, aunque su organización en público siempre mostró su apoyo a la presidencia de la CEOE.
Nadie se atrevía a dar el paso, porque todos tenían claro que apenas tenían posibilidades de ganar, su única opción era arañar una cuota de entre el 20 y el 40% de las papeletas. Garamendi no sólo cosecha el respaldo de la inmensa mayoría de organizaciones sectoriales, sino también de las grandes empresas.
La demostración de que esto era así, es que en los comités ejecutivos suele relatar anécdotas de sus encuentros con la primera línea del Ibex 35. "Eso siempre lo ha hecho muy bien, en las distancias cortas es un maestro insuperable", aseguran en su entorno.
Después de almuerzo, la organización se sumió en la calma chicha habitual. Todos daban por hecha la renovación, aunque hasta quince días antes cualquiera puede presentar una candidatura. Todos...menos el presidente, que parecía intranquilo.
A sus oídos había llegado el rumor, ampliamente extendido, de que se había encargado una investigación secreta de sus actividades en busca de irregularidades.
Cuando Garamendi presidió Cepyme, la organización aprobó una resolución para que su remuneración se produjera a través de sus sociedades. La CEOE no le había otorgado una autorización su similar.
Su sueldo, de 350.000 euros más dietas, había sido asignado antes de pasar por la comisión de retribuciones, lo que generó una agria polémica nada más llegar al cargo. Ahora, la sospecha era que seguía percibiéndolo igual que en Cepyme. Existe el precedente de Jesús Terciado, ex presidente de Cepyme, que fue imputado por este motivo.
Garamendi se enojó muchísimo. En los días siguientes se encargó de levantar el teléfono para desmentir personalmente que cobrara a través de sociedades, como se rumoreaba, o que hubiera irregularidad alguna. Además, se quejaba de que se había contratado a la agencia Marlow para recabar pesquisas sobre su persona.
¿Quién estaba detrás de todo eso? Las miradas se volvieron hacia Foment del Treball, el único que discrepaba abiertamente. Su presidente, Sánchez Llibre, lo desmiente en privado de manera categórica. La otra opción era Cuerva, el candidato con más posibilidades, pero también lo negaba.
¿Realmente existió el dossier o fue un bulo más? Al parecer, los servicios de Marlow Consultores jamás fueron contratados, pero sí preguntaron por sus honorarios para elaborarlo y nunca más obtuvieron una respuesta.
En algunos círculos empresariales, llegó a correr un documento anónimo sobre Garamendi de unas cuantas hojas, que apuntaba hacia presuntas irregularidades, sin demostrar nada. Era más bien la obra de un aficionado que de un servicio de investigación.
Sobre el sueldo, el documento critica que jamás llegara a recogerse en la memoria de la CEOE, como es preceptivo. También asegura que cobra a través de una sociedad, cosa que Garamendi desmiente, y remite a un extracto de la memoria, con los honorarios de la alta dirección por algo más 600.000 euros en su conjunto, sin detallar cada uno.
Asimismo, cita a una sociedad de la que Garamendi es administrador único y presidente. La empresa no rinde cuentas desde hace una década y su hoja registral está aún sin cerrar. Una deficiencia como la de miles de pequeños empresarios, que dejan sociedades inactivas. Por último, hace referencia a sus ingresos adicionales en consejos de administraciones y en otras instituciones como Aenor, de la que es vicepresidente, equivalentes a los que obtiene de la CEOE.
La clave de su reelección no iba a estar, sin embargo, en la ausencia de pruebas contra él en este documento, si no en su capacidad para recuperar a los díscolos. Garamendi, visiblemente preocupado, según sus allegados, emprendió negociaciones para atraerse a la patronal madrileña.
El giro copernicano de Ceim, que pasó de dudar sobre el voto final a avalar la candidatura oficial, desarmó al resto de los competidores. Su presidente hizo bueno el dicho, de si no puedes vencer, mejor alíate.
Cuerva sufría presiones para no presentarse. Tanto su familia, como sus socios temían que pasara más tiempo en Madrid en detrimento de sus actividades empresariales. Pero tiró definitivamente la toalla tras constatar el giro de Madrid. "Sin una organización grande detrás es como hacer el ridículo", indican fuentes cercanas. Él asegura que hace tiempo que lo descartó porque su candidatura hubiera ofrecido una imagen de división en el seno de la CEOE que es perjudicial para la patronal. "Mi turno está en la siguiente reelección", afirma, al igual que Garrido.
Sólo Gerardo Pérez, presidente de Faconauto, quedaba ya en la carrera electoral. El boyante empresario, dueño de un imperio de concesionarios de coches, estaba decidido a anunciar esta semana su candidatura. Se sabía perdedor, pero pensaba que podía obtener un resultado digno, que pusiera sobre la mesa otras alternativas. Hubiera resucitado el debate entre qué es mejor, un empresario o un directivo al frente de la CEOE.
Pero el martes también desistió de sus intenciones, tras conocer las presiones que estaban sufriendo las organizaciones y las personas que habían manifestado sus distancias con la candidatura oficial, procedentes de grandes empresas que apoyan a Garamendi, según fuentes cercanas.
La gota que colmó el vaso provino de Asaja, que el martes por la noche comunicó a Gerardo Pérez que no avalaría oficialmente su candidatura, aunque dejaría libertad a sus compromisarios para que expresaran su voto libremente. Pérez se quedó sólo. Otros miembros de la organización que le habían mostrado su apoyo en público también se echaron atrás por el mismo motivo. Siempre es mejor una retirada a tiempo, que una derrota.
El presidente de la CEOE lograba cerrar así el círculo de apoyos a su candidatura para asegurarse su victoria y evitar que le pasara como en 2014, cuando Rosell le ganó por apenas un puñado de votos, pese a que partía como favorito en los sondeos y todas las organizaciones le habían ofrecido su apoyo.
Garamendi vencería, aunque mañana surja de debajo las piedras otro aspirante. En su nuevo etapa debería corregir los errores. Hasta sus más fieles le reprochan la falta de debate previo con los vicepresidentes de las decisiones importantes o de iniciativas para contrarrestar las embestidas del Gobierno.
También debería esforzarse en fumar la pipa de la paz con Foment. La publicación de un libelo estos días que atribuía a su Sánchez Llibre una alianza con el ex dirigente del PP, Pablo Casado para derribar a Garamendi, levantó una ola de indignación empresarial en Cataluña, que veían otro ataque a su representación. Una patronal unida frente a las ocurrencias de la vicepresidenta Yolanda Díaz sería muy útil, lo contraproducente es volver a las viejas rencillas entre Madrid y Cataluña.