
Si hay algo transversal en nuestras vidas es el agua, el gran hilo conductor y conector de nuestro ser. Y lo es porque está presente de forma esencial e imprescindible en todos los ámbitos: el doméstico, el sanitario, el laboral, el lúdico y el económico. Ha sido así siempre pero en la actualidad, dada la situación de déficit hídrico estructural que afrontamos, unido a la demanda propia de los niveles poblacionales y de usos alcanzados, queda aún más en evidencia el papel que juega este elemento natural -y social- como piedra angular del desarrollo sostenible y la resiliencia económica, ambiental y general.
El panorama actual es de desafío inmediato. Las primeras consecuencias de ese escenario de dificultad ya se dejan notar en Andalucía, donde Sevilla, Huelva, Córdoba o Málaga cuentan con ciertas limitaciones de uso, tanto en las capitales como en áreas metropolitanas y municipios de las provincias, al activarse el estado de alerta por sequía por la escasez de recursos hídricos en los embalses.
Se intenta evitar principalmente el riego de jardines y zonas verdes, el baldeo de calles o el lavado de vehículos con agua potable, persiguiendo un ahorro de en torno al 5 por ciento con ello. En algunos casos más extremos (como el de la Sierra de Huelva) se sufren incluso restricciones nocturnas de agua desde el pasado mes de julio.
Y es que Andalucía acaba de finalizar (el pasado 30 de septiembre) el tercer año hidrológico más seco de su historia desde que existen registros. La cuenca del Guadalquivir, la que peor se encuentra de Andalucía, lo ha cerrado a un 20 % de su capacidad, 29 puntos menos de volumen embalsado que hace diez años.
Es evidente que nuestro actual modelo de sociedad se enfrenta a retos cruciales e irreversibles de adaptación. Afrontamos una etapa de transformación multinivel sin precedentes, siendo al mismo tiempo soportadores de episodios de estrés sanitario, económico, político y ambiental de forma prolongada en el tiempo.
Este desafío implica una responsabilidad inmediata por parte de todos para la puesta en marcha de nuevos hábitos más sostenibles en el consumo de agua, así como nuevos modelos productivos. Y también sin duda, un escenario de juego más favorable y facilitador sustentado en normativas y pautas legales adecuadas que permitan la colaboración, la coordinación institucional y la cooperación permanente por un bien común.
Es lícito y lógico pedir decisiones acordes a la realidad ante las administraciones e instituciones públicas, pero me gusta ser justo al pensar que esta es la hora de todos como agentes activos del cambio.
De modo que, en los tiempos que corren, tanto ciudadanos como empresas e instituciones hemos de estar plenamente comprometidos con esta crisis sistémica de renovación, reforma y evolución que trasciende la capacidad de intervención y acción individualizadas, y cuyo éxito reside sin lugar a duda en la aplicación de medidas adaptativas y predictivas.
Así como en el talento de todos y cada uno de nosotros para estar preparados, prever y 'aclimatarse' a una nueva concepción de la vida que ya no va ligada a un mayor o menor nivel de precipitaciones y de agua acumulada en los embalses, sino que depende de nosotros mismos y nuestro comportamiento, el cual ha de ser ya siempre en adelante más consciente, responsable y sostenible.
Sectorialmente hablando, para mejorar la planificación hidrológica a futuro y que esto no vuelva a ocurrir (o bien los efectos se amortigüen, teniendo en cuenta que sabemos que las sequías son cíclicas y recurrentes), los gestores del ciclo integral del agua de uso urbano afrontamos el hito de la digitalización de los servicios de aguas, una incipiente necesidad de transformación digital global que afecta a todos los estratos de la existencia -y supervivencia-, y el ciclo integral del agua, tan estratégico y omnipresente, no puede ser menos.
Retos ante el cambio climático
La gestión, regulación y gobernanza del agua debe adecuarse a un escenario actual y un futuro cada vez más complejo y sensible medioambientalmente, una realidad marcada por los retos del cambio climático, los riesgos de sequía, la crisis hídrica, las alteraciones en los sistemas hidráulicos y el uso sostenible de los recursos hídricos.
En medio de esta complejidad, las entidades suministradoras han de seguir prestando este servicio esencial en condiciones de seguridad, continuidad, regularidad y calidad. Queda pues latente que la escasez de agua pone aún más de manifiesto la amenaza a la sostenibilidad de este servicio, la cual pasa una vez más por las grandes necesidades de inversión y financiación que garanticen la renovación, resiliencia y digitalización del ciclo integral del agua.
La digitalización se entiende como algo transversal, la herramienta para conseguir otros objetivos centrales como son la máxima eficiencia y reducción de pérdidas ante el actual déficit hídrico; y la optimización del conocimiento que se tiene de los usos del agua, a través de la información sensorizada y la gestión de datos, para así propiciar una mejora de la planificación hídrica y de la gestión del agua, en definitiva.
En un contexto de lucha contra el cambio climático y consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por Naciones Unidas, la industria del agua vive una revolución basada en la tecnología, la innovación y la digitalización, pilares de desarrollo sostenible en el camino hacia la seguridad hídrica y la protección de nuestro entorno.
El llamado PERTE de Digitalización del Ciclo del Agua movilizará más de 3.000 millones de euros en los próximos años, y esto no es una casualidad sino una necesidad real y coyuntural, dentro de una estrategia global y estructural.
A grandes problemas, grandes soluciones. Por ello, en esa política integradora de consenso, colaboración y participación, es necesario conciliar las necesidades de los distintos usos del agua, como por ejemplo lo destinado al ciclo urbano y lo destinado al regadío.
Y buscar soluciones eficaces y alternativas en ámbito complejos como el binomio agua y energía, a fin de promover el aprovechamiento energético en las instalaciones de abastecimiento, saneamiento y depuración, o seguir fomentando la reutilización de las aguas.
Los operadores del ciclo urbano del agua, así como los representantes de las administraciones y los propios habitantes como consumidores, hemos de dar ejemplo de una gestión y uso eficiente del recurso agua. Es momento de buscar soluciones presentes y futuras que redunden directamente en el bienestar ciudadano. Confiemos nuestra esperanza y optimismo a los frutos de la concienciación ciudadana, el compromiso común y la eficiencia de la tecnología.