
La pandemia ha supuesto la aceleración de muchos cambios que se venían fraguando desde hacía algún tiempo. Al shock inicial que supuso la imposibilidad de acudir a nuestros puestos de trabajo, sucedió, prácticamente de forma automática, la alternativa del teletrabajo, fruto de un desarrollo tecnológico y digital que, en cierta medida, ya se había ido incorporando a los procesos de las empresas y a los usos cotidianos de las personas.
De alguna manera, en estos dos últimos años estamos asistiendo a una profunda transformación del modelo laboral que invita a efectuar algunas reflexiones. Hablamos, sobre todo, de la forma de relacionarse los profesionales con las empresas, que en su nueva configuración ha dado lugar a fenómenos tan impactantes como la Gran Renuncia en los Estados Unidos, que supuso en 2021, tras la pandemia, la salida de 38 millones de trabajadores de sus antiguas empresas por considerar que la actividad que desarrollaban no colmaba sus expectativas.
Por tanto, con lo que nos encontramos hoy es con una premisa fundamental a la hora de analizar el mercado laboral, que apunta a la imposibilidad de prever que el talento vaya a estar en adelante bajo el mismo paraguas. Dicho en otras palabras: contar siempre con el mejor talento y que decida quedarse en la misma empresa se ha vuelto una quimera, lo que constituye un desafío para la mejora de la competitividad de las empresas y sus objetivos de crecimiento.
Entre las razones principales que explican que el talento esté hoy más disperso y sea difícil de encontrar, figura el hecho de que muchas empresas hayan nacido ya deslocalizadas; es decir, no necesitan estar vinculadas a un lugar para llevar a cabo su actividad. Por ejemplo, profesionales que hoy operan o dan servicio en una ciudad como Los Ángeles (EEUU), lo hacen desde países latinoamericanos. Ello provoca un ensanchamiento del mercado laboral para las empresas, pero además una mejora de las condiciones de trabajo y de vida para los profesionales. No obstante, este nuevo modelo ha puesto también sobre el tejado de las empresas la disyuntiva entre la necesidad de seguir creando marca y forjando su propia cultura corporativa y satisfacer las nuevas exigencias del empleo.
El modelo de relaciones laborales propiciado por la digitalización ha hecho también que muchos profesionales, sobre todo aquellos que gozan de una mayor consideración en el mercado, den por descontadas una serie de condiciones que ya nos son negociables, quedándoles a las empresas como única alternativa prescindir de ellos o transigir con sus condiciones. Ya nadie pregunta si los profesionales van a desarrollar su trabajo desde las oficinas de las empresas. De hecho, los nuevos modelos de trabajo no se plantean actualmente en los términos de teletrabajo sí o teletrabajo no, sino de la autonomía y libertad que van a proporcionar al trabajador o profesional. Incluso, esta flexibilidad supone que, en muchos casos, el talento no esté totalmente dedicado a una única empresa o a un único proyecto.
Si bien el tejido empresarial está preparado para amoldarse a las emergentes formas laborales, en la medida en que nos hallamos ante un nuevo modelo de trabajo que se ha visto catalizado por la pandemia, hay todavía muchos temas abiertos que tienen que ser aterrizados por las propias empresas. Lo ideal a este respecto sería buscar el equilibrio entre el beneficio tanto del profesional como de la empresa, pues de la contrario la evolución de estos modelos se verá lastrada.
Otro aspecto a tener en cuenta es que el entorno regulatorio en nuestro país se encuentra bastante más rezagado. Hasta la proliferación del concepto freelancer en el ámbito económico, el único término de que hemos dispuesto para aludir al trabajo por cuenta propia ha sido el de autónomo, y éste, históricamente, ha llevado implícito ciertos tintes peyorativos. Por eso, es tan importante acometer una transformación regulatoria que nos permita seguir la estela de otros países desarrollados que apuestan de forma clara por estas nuevas fórmulas de empleo. Por ejemplo, en Estados Unidos hay ya 60 millones de personas que ofrecen sus servicios a las empresas de forma independiente y a nivel mundial se estima que esta cifra se eleva hasta los 160 millones.
En España, el número de personas que se emplean bajo este régimen laboral supera ya los 750.000 profesionales, si bien la penetración del modelo en las empresas no se ha dado de forma tan rápida e intensa, quizás por el todavía menor grado de penetración de las tecnologías digitales en sus estructuras o por una regulación todavía restrictiva hacia este tipo de modelos de trabajo. En todo caso, lo que sí se constata en nuestro país es que los profesionales que adoptan este estilo laboral comparten con sus colegas en otros países la predilección por la independencia y la flexibilidad en la forma de prestar su talento y sacar adelante los proyectos encomendados.
Los grandes desafíos que hoy tiene ante sí el tejido productivo, como los que se derivan de una nueva globalización en un entorno digital, que ha hecho posible que las propias plataformas digitales estén sustituyendo a pasos agigantados a los mercados físicos, hace necesario que las empresas apuesten tanto por la tecnología como por esta nueva configuración del talento. No se puede obviar que muchos de los trabajos que hoy surgen pueden realizarse de forma deslocalizada.
Sin duda, es un cambio radical al que nos enfrentamos, pero también una oportunidad para multiplicar las posibilidades de inserción profesional de jóvenes y trabajadores con experiencia que han salido de las empresas por voluntad propia o como consecuencia de procesos de regulación de empleo. Y también lo es para atraer talento extranjero y que se establezca en nuestro país, convirtiéndonos en un hub de talento global. Por nuestro bien y nuestro interés, deberíamos de ser capaces de mover todas las fichas necesarias y adaptar la regulación para que seamos la primera opción y no nos adelanten por la izquierda por mirarnos demasiado al ombligo. Nuestra economía y nuestra sociedad se verán altamente beneficiadas y lo agradecerán.