
Tres grandes hitos en la historia reciente han proporcionado a la mujer un papel relevante en la toma de decisiones de nuestras sociedades desarrolladas y la independencia suficiente para ser libres.
En primer lugar, en los albores del siglo XX, las llamadas sufragistas consiguieron el derecho a voto. Esta reivindicación se inició en 1903 y fue liderada por la británica Emmeline Pankhurst, consiguiéndose el voto efectivo en 1918. Poco tiempo después se generalizó en los países occidentales. La mujer, al poseer derecho de voto, se visualizó para los políticos, y sus opiniones se tuvieron en cuenta a nivel público por primera vez.
El segundo hito fue la comercialización libre de la píldora anticonceptiva en los años sesenta, considerándose su inventor el americano Gregori Goodwin Pincus. Su aparición y venta libre proporcionó libertad sexual a la mujer, alejándole los temores de embarazos fortuitos y no deseados. Pudo elegir el momento y con quien ser madre.
El tercero fue la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y al universitario. Además de una capacitación profesional o manual, le proporcionó independencia económica y con ella una libertad de decisión de la que carecía.
En la actualidad, existe una incorporación masiva de la mujer en todos los ámbitos de las sociedades occidentales que hasta hace pocos años le estaban vetados. Solamente por motivos religiosos o en culturas muy poco desarrolladas, esta equiparación entre el hombre y la mujer no se produce.
En la actualidad, un cargo de responsabilidad política, institucional, profesional o empresarial, jamás se cuestiona que sea ocupado por una mujer; de una forma lenta pero imparable, las mujeres ocupan los cargos superiores de muchas instituciones.
Esta es una realidad que nadie discute. Podrá criticarse la velocidad de crucero de estas incorporaciones, pero la sociedad jamás las rechaza, al contrario, en muchas ocasiones valora con mayor esperanza el modo de hacer de la mujer, frente al del hombre.
No obstante, la mujer solicita más poder y en muchas ocasiones su toma de decisiones se encuentra mediatizada porque carece de los instrumentos adecuados para implantar de una forma total sus criterios. La razón de esta carencia es que la sociedad se halla regida por normas y costumbres dictadas por hombres, que jamás, a la hora de aprobarlas, habían tenido en cuenta el modo de hacer y de pensar femenino.
El Código Civil, la norma básica que regula nuestras vidas, nuestras relaciones transaccionales, nuestras familias, nuestras herencias, ha sido elaborado por el hombre, en base a una sociedad patriarcal. Debemos reconocer que se ha modificado puntualmente para dar entrada a la mujer en muchos ámbitos, pero de un modo global, es masculino. Lo mismo ocurre con el Código de Comercio, el Código Penal y demás normas que regulan nuestra convivencia. También los tratados internacionales, las relaciones diplomáticas. Todo se halla redactado y meditado de acuerdo con el pensamiento del hombre.
Cuando la mujer posea el poder suficiente, podrá modificar estas normas y costumbres al modo de hacer y de pensar femenino y será en aquel momento cuando el mundo entero, o bien determinadas sociedades, se desarrollarán y regularán en femenino. Pero es una afirmación radical pensar que de este modo conseguiremos una sociedad perfecta.
Llevando a cabo un ejercicio de especulación intelectual y prospectiva, en unos años, pocos o muchos, observaremos el desarrollo de una sociedad basada en normas femeninas y el hombre deberá adaptarse a ellas. Es indudable que la nueva sociedad será absolutamente diferente a la actual, porque diferente es el modo de resolver los problemas desde el punto de vista del hombre y de la mujer.
Me atrevo a vaticinar que esta nueva sociedad de pensamiento femenino, tampoco resolverá todos los problemas porque cada época posee los suyos, la sociedad es cambiante y los acontecimientos imprevistos se suceden periódicamente, debiéndose adaptar las sociedades a los cambios que se producen de un modo inexorable.
Con ello no quiero decir que el pensamiento de la mujer sea incapaz de adaptarse a las nuevas circunstancias y a hechos imprevistos, al contrario, es muy posible que su toma de decisiones sea más eficaz. Pero lo que sí puedo afirmar es que serán diferentes a las que hubiera decidido una mente masculina.
Una consecuencia negativa de este nuevo poder femenino es que podría marginar o menospreciar el pensamiento masculino y este sector quedara postergado. Hoy se me podría afirmar por parte de la mujer, que las mujeres, todas ellas, se han pasado la vida marginadas y que ya es hora de que el marginador de antaño se convierta en marginado.
La ley del péndulo se impondría de nuevo, porque el poder femenino sería incapaz de resolver todos los problemas, como no los ha podido resolver el hombre, y después de muchos años de poder femenino y de reivindicaciones masculinas, se regresaría a una entente entre los sexos para construir una nueva sociedad más equilibrada elaborada por los dos sexos en forma paritaria, aprovechando lo mejor de cada uno y sus experiencias.
Con el fin de evitar este largo periodo de tiempo de poder exclusivamente femenino, para comprobar a largo plazo que la sociedad surgida de la mente exclusivamente femenina no resuelve todos los problemas y llegar a construir una sociedad con la complicidad entre ambos sexos, propongo que mujeres y hombres, de común acuerdo, elaboren las normas que permitan aprovechar todas las experiencias, sensibilidades y deseos de las dos partes.
Catalunya, un pequeño territorio, avanzado cultural e intelectualmente, sería terreno idóneo para experimentar de inmediato este proceso de integración de pensamientos, tanto el femenino como el masculino.
Una propuesta moderada y pragmática como esta siempre será rechazada por los sectores radicales de ambas partes, ya que el sector radical femenino querrá vengarse de tantos siglos de sumisión y no querrá proporcionar ni agua al sector masculino. Y desde el radicalismo machista, se dirá que la ignorancia de la mujer en muchas cuestiones no permite que se escuche su opinión y que existen determinados sectores que la visión femenina de la resolución de los problemas es tan idealista que desprotegería a la sociedad de todo peligro externo.
El radicalismo es confrontación y rechazo de la opinión ajena e imposición de la propia; es minoritario, pero hace mucho ruido. Quien debe convivir en el seno de una sociedad es la inmensa mayoría de personas que la integran, callada, pero lo suficientemente consciente para poder frenar todo extremismo.