Opinión

El gran acuerdo energético con el que la UE podría hacer frente a Putin

Europa se encuentra en medio de una tormenta energética perfecta. En los últimos meses, tres sacudidas superpuestas han empujado a la UE a la peor crisis energética que jamás haya vivido.

El primer choque que afecta a los mercados energéticos mundiales es una secuela de la pandemia. Durante el punto álgido de la crisis de Covid, en 2020-21, las inversiones en petróleo y gas se redujeron drásticamente, lo que provocó un profundo desequilibrio entre la oferta y la demanda de energía, una vez que la demanda mundial se recuperó rápidamente. De ahí que todos los mercados de combustibles en prácticamente todos los rincones del mundo experimenten escasez de suministros y precios elevados.

A continuación llegó el choque ruso, que comenzó mucho antes de la invasión de Ucrania el 24 de febrero. Rusia ha estado manipulando los mercados europeos de gas natural desde el verano de 2021 al reducir sustancialmente las exportaciones y no rellenar los almacenes propiedad de Gazprom en la UE antes del pasado invierno. Desde la primavera de este año, Rusia utilizó sus suministros restantes como palanca para empujar a los distintos países a relajar las sanciones sobre las transacciones financieras y la tecnología, renegando de los contratos de suministro a largo plazo que eran considerados sagrados por los socios europeos. A principios de julio, Rusia ya solo envía un tercio de los volúmenes previstos anteriormente. Como consecuencia, los precios del gas en la UE se han multiplicado por más de diez y los gobiernos intentan con nerviosismo proteger a los consumidores de este choque de precios repartiendo miles de millones en subvenciones.

Por último, una serie de desafortunadas coincidencias han empeorado la ya de por sí difícil situación energética de Europa. Los problemas de corrosión han obligado a Francia a cerrar la mitad de sus centrales nucleares, aumentando la necesidad de gas para la generación de energía. Además, una grave sequía ha vaciado los ríos y lagos europeos hasta niveles extremadamente bajos, lo que ha puesto en peligro no solo la generación de energía hidroeléctrica, sino también las centrales térmicas que requieren refrigeración, así como las centrales de carbón que dependen de las vías fluviales para transportar el carbón. Como resultado de estos tres choques, en el próximo invierno Europa no tendrá suficiente energía para satisfacer la demanda deseada. Esto representa el mayor riesgo sistémico de Europa en estos momentos, tanto desde el punto de vista económico como político. Una crisis energética desordenada no solo empujaría a Europa a una espiral de recesión económica y tensiones sociales, sino que también expondría su unidad política al riesgo del proteccionismo energético. Esto debilitaría su política exterior, y en particular su postura contra la agresión rusa en Ucrania. La estrategia de Putin para debilitar el apoyo de Europa a Ucrania mediante la utilización de la energía como arma está ahora clara para todos. Para que los líderes europeos no sucumban deben preparar rápidamente la contraofensiva para lo que será un invierno difícil. Las decisiones sobre cómo gestionar el limitado suministro de energía marcarán el futuro del sistema energético europeo y tendrán ramificaciones políticas más amplias. Si se gestionan correctamente, una mayor integración y la aceleración de las inversiones pueden permitir a Europa derrotar la estrategia de Putin, al tiempo que se impulsa la transición hacia una energía más limpia y asequible.

Para que esto ocurra, los líderes europeos deben llegar a un gran acuerdo para poner en común los diversos potenciales energéticos sin explotar de sus Estados miembros con el fin de liberar a la Unión de la dependencia de Rusia y sentar las bases para una rápida ola de inversiones en energías limpias.

En primer lugar, todos los países deben aportar de forma honesta e inmediata toda la flexibilidad de la oferta disponible al mercado energético europeo. Esto requerirá dolorosos compromisos políticos. La energía nuclear y el lignito alemanes podrían reducir notablemente la dependencia del gas de Rusia; los yacimientos de gas holandeses podrían contribuir en gran medida; las importaciones más fuertes de las centrales nucleares ucranianas podrían desplazar algunos puntos porcentuales del consumo de gas; y la reducción temporal de las normas de contaminación y de tiempo de trabajo incluso en los países menos dependientes de Rusia ayudaría al suministro. La seguridad energética está más amenazada que nunca y hay que reevaluar temporalmente algunas compensaciones con los bienes sociales y medioambientales.

En segundo lugar, acordar la adquisición conjunta de gas en los mercados internacionales reducirá el riesgo de que la unidad de los Estados miembros se desmorone al competir entre sí por un suministro limitado. Además, la adquisición conjunta promete reducir el coste financiero y político del gas y podría permitir utilizar los volúmenes de gas mancomunados para suministrar energía a los consumidores más perjudicados.

En tercer lugar, todos los países deben hacer un esfuerzo honesto y exhaustivo para reducir la demanda siempre que sea posible. Esto requiere una comunicación seria y directa con el público. Los responsables políticos deben explicar a los ciudadanos que existe un compromiso inminente entre el consumo de energía de los hogares y la preservación del empleo y la paz. Además, los países deben garantizar que todos los consumidores tengan buenos incentivos para reducir el consumo.

Los líderes europeos deberían acordar dejar de subvencionar directamente el consumo de energía y, en su lugar, subvencionar su reducción. Hay que poner sobre la mesa herramientas reguladoras como la limitación de la velocidad o la modificación de las normas de temperatura mínima de los edificios. Desbloquear políticamente el potencial de reducción de la oferta y la demanda de energía aún sin explotar en Europa aliviará sustancialmente las presiones del mercado energético.

El cuarto elemento crucial del gran acuerdo será asegurar un compromiso político para mantener un mercado energético europeo que funcione bien y que garantice que las moléculas y los electrones fluyan hacia donde más se necesitan.

En quinto lugar, habría que poner en común el dinero europeo para compensar las difíciles decisiones nacionales. Los hogares de Groningen deberían ser compensados por el aumento del riesgo de temblores, y no es el gobierno holandés quien tiene fuertes incentivos para hacerlo. Por rescindir los contratos de gas argelino y permitir que el gas fluya hacia Italia, España debería recibir un reembolso por el sustancial diferencial de precios con respecto al GNL, más caro. Y la compensación de la reducción de la demanda en el sur de Europa también podría facilitarse mediante incentivos conjuntos. Los países más responsables de la crisis actual deberían contribuir más.

En sexto lugar, y de manera crucial, los más pobres de la sociedad expuestos a la pobreza energética son más vulnerables que nunca y siguen necesitando apoyo. Los gobiernos nacionales deberían proporcionar transferencias a tanto alzado u otras ayudas sociales que no debiliten las señales de los precios para reducir el consumo de energía. Dados los enormes desequilibrios fiscales de la UE, el mencionado fondo europeo también podría contribuir.

Por último, los imperativos a corto plazo no deben impedir el despliegue de soluciones a largo plazo para reducir el consumo de combustibles fósiles. La UE ya cuenta con ambiciosos planes, mejorados por RePowerEU, que solo tendrán la oportunidad de funcionar si Europa supera el próximo invierno. Deben reforzarse los programas de electrificación, de despliegue de bombas de calor, de eficiencia energética estructural, de digitalización de las redes, de despliegue de las energías renovables, de construcción de cadenas de suministro industrial bajas en carbono, de soluciones de transporte público y de movilidad limpia.

Este gran acuerdo energético europeo garantizará que las economías más dependientes, como Alemania, puedan soportar un invierno sin gas ruso; que los consumidores vulnerables de todos los países estén protegidos; y que los países menos dependientes puedan asumir políticamente parte de la carga. Una solución europea de este tipo es la mejor apuesta para proteger las instituciones europeas -como los mercados de la energía y del carbono- que son necesarias para una transición rentable hacia la neutralidad del carbono y para derrotar el armamento energético de Putin.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky