La reactivación económica tras la pandemia de la Covid-19 está tropezando con múltiples incertidumbres, pero un hecho sobre el que hay consenso y convencimiento es que la innovación se ha convertido en una herramienta estratégica. Los directores de tecnología, de I+D o de innovación han cobrado importancia en las empresas y su rol directivo se ha transformado de forma muy importante en la práctica en los últimos años.
Los cambios acelerados en los mercados, el hecho de que la viabilidad de la empresa depende cada vez más de su capacidad de adaptación a los cambios, con el consiguiente desarrollo o incorporación de tecnología; y la necesidad de vigilar el entorno de forma eficiente configuran un contexto económico y empresarial en el que el director de innovación juega un papel clave.
Lejos ha quedado la imagen caricaturizada del directivo de I+D con bata blanca encerrado en el laboratorio o de un geek en camiseta y chanclas pegado a una pantalla. Los nuevos directores de innovación son profesionales con gran capacidad de liderazgo e influencia.
Por un lado, debe mantener una interlocución continua con actores externos de la empresa y una intensa agenda de contactos que le permita mantener conexión permanente con clientes y mercado para anticipar tendencias y amenazas competitivas, así como con potenciales socios tecnológicos para acelerar la adopción de cambios y colaborar con los mejores de su entorno (innovación abierta).
Por otro lado, también debe mantener una óptima interlocución interna, con complicidades con las áreas comerciales y de producción para poder sacar adelante los proyectos y con el respaldo máximo del Comité de Dirección.
No hay que olvidar que este perfil es percibido en las reuniones como alguien que viene a cambiar cómo hacemos las cosas y todos sabemos lo complejo que suele resultar introducir cambios en cualquier organización y las reticencias que despierta. Por ese motivo, el director de innovación debe tener habilidades personales para gestionar de forma inteligente y firme los procesos de cambio y esforzarse en fomentar en la empresa una cultura de tolerancia del fracaso, en la que los equipos estén dispuestos a afrontar retos.
En definitiva, el puesto de director de innovación es una figura crítica y no siempre suficientemente valorada dentro de las organizaciones, aunque cada vez lo es más por su valor estratégico para adaptarse al entorno cambiante. Debe conjugar habilidades directivas, tecnológicas y sociales. Debe reunir las capacidades de un capitán con grandes cualidades de navegante para ser capaz de guiar a la organización en aguas inevitablemente siempre revueltas, tanto externas como internas.