Opinion legal

Una raya en el agua

Foto: Archivo.

Casi seis años y más de 250 artículos después, ésta es mi última colaboración en Iuris&Lex. En abril de 2008, con paso titubeante, se publicó el primero de ellos, titulado "El Microderecho", que me costó infinitamente sujetar al espacio disponible. En aquella época, todavía se publicaba el cuadernillo en papel -en formato papel, que diría un cursi- y los centímetros cuadrados eran muy cotizados.

En el debut aludía, en la última línea, al famoso caballo de Troya, a propósito del Reglamento de Aplicación de los Tributos que entonces iniciaba a rodar. Esa mínima frase fue el resultado de pulir párrafos y más párrafos de desorientada prosa sobre el famoso ardid de los aqueos, que en nuestros tiempos jurídicos bien puede verse como la metáfora de toda amenaza que subrepticiamente se cierna sobre las apacibles aguas del Estado de Derecho.

La originalidad de esta colaboración radicaba en el hecho de que era un juez en ejercicio el que hablaba, con naturalidad y, desde luego, con libertad, de cuestiones jurídicas, con un estilo que pretendía ser nuevo, alejado por igual de la espesa y docta jerga de los tratadistas y de la ligereza periodística algo inadvertida. No sé si se habrá logrado, pero la fórmula estaba allí, en cierto modo como trasunto del formar deleitando propio de la pedagogía salesiana en que me formé.

"Hacer las cosas bien importa más que el hacerlas", conforme al verso machadiano, al que me he aplicado durante años con un resultado que no me veo capaz de medir ahora. Así que "despacito y buena letra". Pero sí que es evidente que, al menos, podemos blasonar de pioneros, porque no hay precedentes de esta clase de colaboraciones permanentes, hasta el punto de que ya son varios jueces los que, en esta misma revista, de imprescindible lectura, colaboran aportando sus puntos de vista en el ámbito de diversas jurisdicciones: penal, social, mercantil...

Había una especie de máxima de recogimiento judicial según la cual los jueces hablan en las sentencias, lo que significa que no hablan fuera de ellas. Tal designio cartujo o trapense del tace et labora siempre me pareció equivocado, no porque no podamos callar, si queremos, sino porque también podemos hablar, si queremos, y la sentencia, en este mundo jurídico tan atropellado en que vivimos, no es el único momento ni el ámbito idóneo para que podamos echar nuestro cuarto a espadas. El sometimiento a la ley no significa entusiasmo por la ley ni identificación jurídica con la técnica empleada.

Esto es pertinente porque nuestra función institucional y la vocación de servicio que debemos acreditar para llevarla a cabo nos obliga, no sólo a aplicar la ley injusta, sino a hacerlo también con la ley disparatada, pero no nos impide tomar una posición jurídica responsable y opinar sobre ella, haciendo partícipes a los demás de lo que nos parece.

Para ello hay que partir de que la ley no sólo es la que definitivamente termina siendo, sino la que podría haber sido. Sobre todo, es la ley cuya luz debe ser filtrada a través del prisma de los principios generales del derecho, que no toleran, por propia coherencia, ni el absurdo ni la extravagancia.

En la actividad judicial, lo he dicho a menudo en estas páginas, cunde por momentos el desánimo, sentimiento que es perceptible a poco que uno tome contacto con los afectados. Al menos nos hemos ganado el derecho a ser escépticos, a no creer demasiado en los fuegos de artificio ni en las proclamas que suenan un poco a prestidigitación. En España, quien quiere ser un buen juez lo es, sin duda alguna, lo que no es inconciliable con el hecho de que, para conseguir serlo, tiene que afrontar un coste personal que cada día lo aproxima más a la figura del héroe y, corrido el tiempo, podría llegar a la del mártir.

Tengo el privilegio de prestar mis servicios en la Audiencia Nacional, en su Sala de lo Contencioso-Administrativo, con los mejores compañeros del mundo, que compensan todos los días, a base de vergüenza torera, las flaquezas del servicio y, cuando menos, la incomprensión generalizada. Siempre digo que nuestro sistema judicial se rige por una moral kantiana, sin premios y castigos: obra siempre, decía don Enmanuel, como si tu conducta fuera una ley universal, lo que anticipa en tres siglos el más moderno Keep calm and carry on, que mi paisano Séneca podría haber acuñado, en su lengua latina, hace 2.000 años.

En esta vida hay que ser modesto y no pretender que tu labor es imprescindible. Menos aún lo es en materia periodística, donde quien escribe tiende a ser un bien fungible. Mi padre, que era periodista, hablaba de su profesión como de prosa con prisa, bajo ese resignado lugar común de que no hay nada más viejo en este mundo que el periódico de ayer, que en aquella época servía para envolver el pescado o la fruta y aún para finalidades menos elevadas. Quiere ello decir que no cabe aspirar a que nuestro trabajo deje huella perceptible y duradera, sino sólo una raya en el agua.

Si no es perdurable la persona, sí lo es la tarea emprendida, que cabe transmitir alegremente, como el testigo en los relevos, a quien me suceda en ella, al que deseo toda la suerte del mundo para que la rueda siga girando. Desde esta sección, que he disfrutado como un privilegio porque me ha permitido decir lo que me parece y la suerte de que la gente lo lea, no cabe pretender que el mundo cambie, que el imperio de la ley brille refulgente o que la Administración acepte con naturalidad que hay Tribunales independientes que controlan el sometimiento a Derecho de su actividad. La cercanía de la Navidad no nos obliga al delirio ni a la ingenuidad.

Pero en nuestro pequeño y limitado campo de influencia, sí podemos aspirar a dejar las cosas un poco mejor de como las encontramos. En este caso, mi sucesor lo tiene fácil.

En definitiva, la raya en el agua que deja una leve y perecedera huella. O siguiendo con Machado: "Caminante no hay camino, sino estelas en la mar".

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