
Justo cuando parecía estar a la vista un acuerdo comercial entre Estados Unidos y China, los negociadores se encontraron de regreso al cuadro de partida. La razón para esto fue la insistencia de China en que se reescriba el borrador de acuerdo, con cambios sustantivos que, según la administración de Trump, reniegan de términos previamente pactados. Pero la causa principal de los cambios al proyecto -la razón tras su reluctancia a cumplir las demandas de EEUU- se basa en un error de cálculo fundamental por parte de la administración Trump.
En pocas palabras, Washington ha exagerado su apuesta en esta partida. El acuerdo que China reescribió habría obligado a la parte china a legislar sobre algunos de los cambios exigidos por EEUU, y fue negociado en medio de una agresiva campaña estadounidense contra Huawei, el gigante de las telecomunicaciones. Esa campaña añadió a la compañía a la lista negra comercial estadounidense, cortando así su suministro de tecnologías de importancia crítica y, además, presionando a sus aliados a aislarla.
Si bien estas acciones sin duda han afectado a Huawei, la compañía puede compensar sus pérdidas si forja y fortalece sus vínculos con otras firmas tecnológicas chinas de rápido crecimiento. Sin embargo, para el resto del mundo los ataques de Trump a Huawei –y a China, en términos más generales- tendrán consecuencias de gran alcance.
China está demasiado integrada en las cadenas de suministro globales como para desaparecer. Excluir al principal fabricante y productor industrial del planeta afectaría gravemente las cadenas de valor globales y ensombrecería a toda la economía mundial.
En parte, los errores de cálculo de la administración Trump se explican por su apresuramiento y la esperanza de meter un gol antes de las presidenciales de 2020. Pero, además, EEUU parece convencido de que tiene la ventaja ante una China con mucho que perder, debido al riesgo de un aterrizaje forzoso para su economía. No es el caso.
Si bien China importa relativamente poco de Estados Unidos, es posible que cuente con más armas que su oponente para desplegar en esta guerra comercial. Más allá de tomar re-presalias directas mediante aranceles a los productos agrícolas y aviones co- merciales, podría restringir los controles de capital, soltar sus abundantísimas reservas de deuda del Tesoro de EEUU, o dejar que su moneda se devalúe (la ola de devaluaciones competitivas podría desestabilizar al dólar y a las instituciones monetarias internacionales).
Sin embargo, hasta ahora China ha tenido una actitud notablemente prudente. Por ejemplo, a pesar de la reciente depreciación del renminbi frente al dólar, el Banco Popular de China ha expresado su intención de mantener la estabilidad del tipo de cambio. Incluso si la profundización de las tensiones comerciales y tecnológicas con los estadounidenses la obligaran a tomar algunas medidas de represalia, es probable que China mantenga su actitud de contención en el futuro.
La razón es sencilla: este enfoque moderado beneficia los intereses de largo plazo de China, tanto directa (apoyando la continuidad del crecimiento y el desarrollo económicos, preservando la estabilidad social y protegiendo la integridad) como indirectamente (evitando perturbaciones costosas a los mercados globales). Irónicamente, también impulsará su compromiso con las mismas reformas estructurales que EEUU busca.
La guerra comercial ha puesto de relieve los riesgos inherentes de mantener una economía abierta. Pero, lejos de dar un portazo al resto del mundo, China trata de proteger la estabilidad de la economía global.
Los líderes chinos no creen que la tendencia de la globalización impulsada por el capitalismo –de la cual China se ha beneficiado mucho- se revierta muy pronto. Puesto que, a los ojos de China, Estados Unidos sigue siendo el principal defensor de los mercados libres hacia los que se está moviendo el país, sus desviaciones de la ortodoxia del libre mercado y sus abusos del poder estatal po-drían sacudir los cimientos económicos de EEUU y sus instituciones.
No hay dudas de que China y EEUU se irán distanciando cada vez más. China desarrollará sus propias tecnologías básicas, para acabar con su dependencia de los estadounidenses y dar solidez a los sectores estratégicos que impulsarán su desarrollo económico.
Pero, en todo caso, ese progreso tecnológico por parte de China exigirá al país la implementación de reformas estructurales. En particular, deberá proteger los derechos de propiedad intelectual y crear mercados de capitales más eficientes, con el fin de fomentar la investigación científica básica, la innovación tecnológica y el espíritu emprendedor. Reconociendo el papel de los mercados de capitales en la promoción de la innovación tecnológica, China abrirá este mes un Comité de Innovación Científica y Tecnológica en la Bolsa de Comercio de Shanghai.
Todo esto no quiere decir que China vaya a cerrarse a las negociaciones sobre el comercio. Por el contrario, la relación comercial entre EEUU y China tiene sus desequilibrios estructurales, que está dispuesta a afrontar. Pero en vez de permitir que la administración Trump la presione para aumentar las importaciones unilateralmente –un enfoque que resulta ingenuo e imprudente-, China insiste en solucionar el problema por etapas. El mundo debería apoyar este método, y EEUU, en particular, debería relajar las restricciones a las exportaciones a China y acoger la inversión china en sus fronteras.
Para muchos, China y EEUU parecen estar cayendo en la Trampa de Tucídides, una profecía autocumplida en que una fuerza hegemónica, temiendo que otra la desafíe, genera una guerra por el dominio mundial. Sin embargo, incluso si prosigue la competencia económica entre los dos países, ese resultado está lejos de ser inevitable.
La falta de confianza política mutua no ha impedido a Estados Unidos y China participar de una colaboración comercial mutuamente beneficiosa en los últimos 40 años, ni ha sido obstáculo para los intercambios culturales, educacionales y de otro tipo. En un momento en que ambos países se enfrentan a desafíos comunes –como el cambio climático, amenazas nucleares, terrorismo, pobreza y estabilidad de los mercados financieros, solo cabe esperar que la administración estadounidense, una vez más, muestre la visión y la sabiduría necesarias para renovar esa cooperación con China.