Opinión

No llegó la paz

E l Tribunal Supremo ha paralizado provisionalmente la exhumación de los restos del dictador que se hallan en el Valle de los Caídos. La decisión que, por otra parte, reconoce como Jefe de Estado a Franco desde el 1 de Octubre de 1936, ha causado malestar y sorpresa. Personalmente, entiendo el estupor, la indignación y hasta la vergüenza que muchos españoles han sentido, pero no comparto en absoluto la sorpresa.

En la escena final de la película Las bicicletas son para el verano, que desarrolla los primeros días siguientes al 1 de abril de 1939, el protagonista, don Luis le dice a su hijo: "Pero no ha llegado la paz, Luisito, ha llegado la victoria". La corrección paterna a la apreciación del niño constituye la mejor explicación para lo que ha ido aconteciendo en España desde entonces, incluida la Transición. Los vencedores - que siguen siéndolo- se encargan de recordarlo cada vez que pueden. Hagamos memoria.

El Bando de Guerra de la Junta de Defensa Nacional de 28 de junio de 1938, que estuvo en vigor bastante tiempo después de finalizada la contienda, aplicaba el Consejo de Guerra de manera discrecional a cualquier actividad que se considerase delito de rebelión militar. Los republicanos o militares que no se sumaron a la rebelión franquista fueron paradójicamente imputados de rebelión militar.

Continuando con la monstruosidad, la Ley de 2 de marzo de 1943 consideraba como delitos de rebelión militar toda una serie de actividades que solo con el mayor de los retorcimientos jurídicos podían ser consideradas como tal delito. Un ejemplo es el caso del artículo 1, que asimila el delito de rebelión a quienes propalen noticias falsas o tendenciosas con el fin de causar trastornos de orden público interno, conflictos internacionales o desprestigio del Estado, Ejército o Autoridades. El artículo segundo establecía que la Jurisdicción de Guerra será la competente para conocer de los delitos comprendidos en esta Ley, los que serán juzgados por el procedimiento sumarísimo.

Durante décadas y décadas, miles y miles de licenciados en Derecho han salido de las Facultades en las que el espíritu y la letra de estos textos era la expresión de la Ley y de la voluntad omnímoda de un llamado Jefe de Estado, aupado al poder por sus compañeros de rebelión contra la autoridad legítima y legal de la II República. Esos licenciados han ocupado cátedras, puestos en la Judicatura o en el Ministerio Público. Para ellos, John Locke, Montesquieu o Cesare de Beccaria eran simples referencias librescas para ejercicios de oposiciones. Para ellos también, el acceso a la Jefatura del Estado era una variante del derecho de conquista ejercido por la horda triunfante.

La Transición pasó de puntillas sobre esta realidad. Por eso, Franco era nominado como anterior Jefe del Estado, mayor exponente del régimen autoritario o también militar que ejerció un poder personal. Hay libros de texto para todos los gustos. Y por eso también la acusación de rebelión o sedición vale tanto para un roto como para un descosido. La modélica Transición tuvo un precio que seguimos pagando todavía.

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