Opinión

¿Hay solución o no?

La temperatura media de la superficie de la Tierra es hoy 1 ºC superior a su valor antes de la industrialización de nuestras economías, tomando como referencia el valor medio del período de 1850 a 1900. Se requerirán cambios muy profundos en nuestro modelo de crecimiento para conseguir mantener tal subida por debajo de los 2 ºC. Traspasado ese límite, la ciencia advierte de la alta probabilidad de que nuestro medio natural sufra cambios drásticos e irreversibles, poniendo en peligro el bienestar y hasta la supervivencia de las futuras generaciones.

Los trastornos que producen en la atmósfera los gases de efecto invernadero (GEI) ya fueron estudiados por el físico francés Jean-Baptiste Fourier en 1820, y el sueco Svante Arrhenius (Nobel en 1903) ya sostuvo en 1896 que los niveles de concentración de CO2 afectan al balance térmico de la Tierra. Hace, pues, más de 120 años que la ciencia se está pronunciando sobre este grave problema.

En el año 2018 el valor medio de la concentración en la atmósfera de GEI, equivalente en términos de CO2, fue de 496 partes por millón, que son las unidades en las que se expresan este tipo de concentraciones, mientras que, al comenzar el siglo, en el año 2000, su valor fue de 441. Para la concentración me-dia anual que corresponde, exclusivamente, al CO2 estos valores fueron 408,5 ppm para 2018, y 369,5 para el año 2000, pero esto no es óbice para que políticos -como Trump- y otros ideólogos nieguen que esa realidad sea peligrosa para la salud y para la supervivencia. Otros, como la cúpula china, no abren la boca, pero no hacen absolutamente nada al respecto, siendo en China donde se produce más cantidad de GEI, por encima de Europa y EEUU juntos.

Todo ello está ocurriendo desde que apareció la industrialización mundial, que estuvo y está basada en los combustibles fósiles. Todo lo produjeron los seres humanos, pero esto no significa que ellos puedan ahora pararlo. Como han señalado los climatólogos, el calentamiento global se prolongará cientos o miles de años después de que sus causas hayan cesado. Lo que se necesita, siempre según los más pesimistas, no es un desarrollo sostenible, sino una retirada sostenible pero utilizando las tecnologías más avanzadas, entre ellas la energía nuclear y la solar. Es decir, un programa opuesto a los que proponen los ecologistas.

Además, suponiendo, como el profesor británico John Gray ha señalado, en el caso de que se dejaran de usar los hidrocarburos, "sería una estupidez suponer que lo que surgiría a continuación sería mejor. El reino saudí se fragmentaría o sería sustituido por un régimen islamista más radical. Una Rusia empobrecida podría ser más belicosa y temeraria en su política exterior y de defensa. Con Irán privado de los ingresos del petróleo y sin perspectivas de seguir obteniendo beneficios habría menos, no más, posibilidades de un giro democrático en el país".

Gray, que es un pesimista científico, sostiene que estamos ante una crisis de extinción que "solo se puede mitigar reorientando nuestra mente para que aborde la realidad. El pensamiento realista, sin embargo, está prácticamente extinguido", añade. Leyendo a Gray a uno le entran ganas de echarse a llorar… o a dormir.

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