Opinión

El mensaje de las últimas elecciones europeas

Imagen: EFE

El resultado más significativo de las últimas elecciones al Parlamento Europeo no es que los liberales y verdes hayan ganado escaños en perjuicio de los conservadores y socialdemócratas, ni que los nacionalistas de extrema derecha hayan obtenido resultados inferiores a los esperados. Lo notable es que la participación ciudadana fue mucho mayor a lo que se había anticipado.

Desde las primeras elecciones populares al Parlamento Europeo en 1979 a las últimas, en 2014, la cantidad de votantes bajó inexorablemente de un 63 por ciento a un 43 por ciento. Hace cinco años, menos de la mitad del electorado elegible acudió a las urnas en 20 de los 28 Estados miembros de la Unión Europea, mellando así la legitimidad democrática del Parlamento. Hubo observadores que cuestionaron abiertamente el valor de unas elecciones que no despertaban el interés de los votantes. Se dijo que la UE pertenecía a los diplomáticos y tecnócratas, no a los ciudadanos.

Las elecciones de 2019 revirtieron esta tendencia de manera espectacular. La participación aumentó en 20 países, alcanzando un promedio del 51 por ciento, ocho puntos porcentuales más que en las últimas celebradas. Es cierto que en algunos países la votación coincidió con elecciones nacionales, o se usó como vehículo para dar un mensaje político interno. Pero la ruptura con el pasado fue demasiado pronunciada y amplia como para que esas coincidencias pudieran ser una explicación convincente.

Ciertamente las motivaciones variaron: para algunos fue el cambio climático; para otros, fue la inmigración, el terrorismo o la capacidad de Europa de seguir siendo relevante

El análisis detallado de los resultados electorales nos dirá qué categorías de votantes acudieron a las urnas en números mayores y por qué. Mientras tanto, la mejor explicación es que muchos ciudadanos decidieron que lo que estaba en juego merecía su voto. Como ha demostrado Emmanuel Rivière de Kantar, una consultora de investigación, ciertamente las motivaciones variaron: para algunos fue el cambio climático; para otros, fue la inmigración, el terrorismo o la capacidad de Europa de seguir siendo relevante en un mundo lleno de rivalidades entre potencias.

Debido a que consideraban que la UE es un actor de peso en estos asuntos, votaron para expresar sus preferencias y escoger representantes parlamentarios que defiendan sus opiniones e intereses.

Cuando se celebraron las elecciones anteriores, en 2014, también había en juego algo importante. La eurozona estaba apenas saliendo de la recesión más prolongada en décadas y todavía estaba sumida en la austeridad. Pero las opciones de medidas en ese entonces seguían correspondiendo a los Gobiernos nacionales. El electorado estaba dividido sobre si se necesitaban reformas y si eran adecuados los rescates bancarios. Eran temas de negociación entre la canciller alemana Ángela Merkel y sus contrapartes, no un asunto transnacional que los ciudadanos deseaban decidir según sus preferencias políticas.

El cambio climático es diferente. El movimiento de los jóvenes, Viernes por el Futuro, se ha propagado más allá de las fronteras, exigiendo cambios radicales en las políticas y hábitos. Lo mismo vale para la migración. Puede que quienes se oponen a ella quieran cerrar sus fronteras nacionales, pero saben perfectamente que en lo que a este tema se refiere, los titulares de un pasaporte miembro del área Schengen de la UE son profundamente interdependientes en términos prácticos.

Si la participación manifestó un interés en las elecciones, la pregunta ahora es qué puede lograr el nuevo Parlamento Europeo. En una democracia estándar, una elección típicamente lleva a la formación de una nueva mayoría, y a los correspondientes cambios de políticas. Sin embargo, en la UE el Parlamento es solamente un actor en la determinación de ellas, junto con la Comisión Europea (designada por los Estados miembros) y el Consejo Europeo (formado por los jefes de Estado o Gobiernos nacionales). Todo esto implica que solo existe un débil vínculo entre resultados electorales y prioridades de políticas.

Más aún, las coaliciones parlamentarias también se caracterizan por la inercia. Según los estándares usuales, la pérdida de votos del centroderechista Partido Popular Europeo (PPE) y de los centroizquierdistas socialdemócratas (SD), los dos partidos predominantes hasta ahora, bastaría para catalizar un cambio de mayoría: perdieron 11 puntos porcentuales y 80 escaños combinados, en beneficio de la centrista Alianza de Liberales y Demócratas (ALDE, que está en proceso de fusionarse con la lista Renaissance, apoyada por el presidente francés Emmanuel Macron), los Verdes y los nacionalistas de derechas. Sin embargo, puesto que ninguna coalición alternativa factible concita una mayoría, esto no implicará más que ampliar la alianza actual, para incluir a la ALDE, o a esta y los Verdes. El PPE y los SD seguirán siendo los actores predominantes, asegurando la continuidad política.

Juncker tenía algo de razón: si los votantes ven los asuntos de políticas europeas como un tema de opciones políticas, la Comisión no puede ser una entidad meramente tecnocrática

Puesto que no es una federación, la UE no puede estar dirigida por un Gobierno puramente político. Pero el aumento de los debates paneuropeos y el surgimiento de preferencias paneuropeas que van más allá de las fronteras nacionales implican que tampoco puede estarlo por una institución políticamente sorda. Poco después de su nombramiento como presidente de la Comisión en 2014, Jean-Claude Juncker declaró que esperaba que esta fuera un "sólido equipo político" que trabajara sobre la base de un "contrato político" con el Parlamento.

Juncker recibió muchas críticas por lo que se vio como un abandono de la neutralidad ante los Gobiernos nacionales de diversos colores, pero tenía algo de razón: si los votantes ven los asuntos de políticas europeas como un tema de opciones políticas, la Comisión no puede ser una entidad meramente tecnocrática.

Lo que sugieren estas elecciones es que una creciente proporción de los votantes europeos ve la realidad de manera diferente a los Gobiernos nacionales. Mientras los ciudadanos claramente usaron sus votos para expresar preferencias de políticas, muy pocos Gobiernos están preparados para un liderazgo de la UE más político. Divididos en cuanto al objeto final de la integración europea y enfrentados a las presiones nacionalistas internas, siguen teniendo una actitud hostil a dar más autoridad a la UE o permitir a la Comisión que ejerza sus prerrogativas de un modo más político. En esencia, hoy la mayoría de los Gobiernos prefieren el statu quo.

Sin embargo, la Unión Europea tendrá que haber cumplido lo que los ciudadanos consideran con razón los bienes comunes europeos, o se arriesgará a perder toda relevancia y legitimidad. La contradictoria tarea a la que se enfrenta la UE será cómo responder a esta exigencia mientras se satisface la preferencia de los Gobiernos de estabilidad y acuerdos entre Estados soberanos. A su vez, la respuesta a esta contradicción determinará si los ciudadanos siguen interesados en las elecciones europeas, o acaban prefiriendo quedarse en casa.

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