
El día en que lo iban a matar, el Hospital de La Ribera se acostó a la 1.30 de la madrugada para esperar el coche en que llegaría, hacia las 11.00 de la mañana, la consellera. El Hospital soñó que atravesaba un campo de naranjos y limones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagadas de pájaros.
Así, parafraseando a Gabriel García Márquez en las primeras líneas de su Crónica de una Muerte Anunciada, podemos sintetizar lo que ocurrió aquel Domingo de Resurrección, o de Reversión, de 2018, cuando los máximos dirigentes de la Conselleria de Sanitat completaron el proceso y pusieron fin a los casi 19 años en los que La Ribera había tenido un hospital público con gestión indirecta privada, para asumir, en adelante, la gestión con sus propios medios. En la reunión mantenida el día 31 de marzo, que se prolongó hasta las primeras horas del día 1 de abril, se escenificó el, hasta entonces, peor momento del Hospital, y digo hasta entonces porque luego hubo más. Todos nos fuimos a la cama sabiendo que se estaba culminando un proceso surrealista en el que unos dirigentes políticos, con escasa formación y experiencia en gestión sanitaria, y unos técnicos, habitantes permanentes de las catacumbas de la Conselleria de Sanitat, estaban acabando, en Alzira, con un modelo asistencial que se había mostrado capaz de dar más y mejores respuestas a las necesidades de los ciudadanos que el modelo tradicional de gestión, que sigue sin dar soluciones tras de más de 40 años.
El mismo día 1 de abril, a las 8.00 de la mañana, fue despedida, sin muchas explicaciones, la práctica totalidad del equipo directivo, con indemnizaciones con cargo al erario público. A día de hoy, las explicaciones las está dando el juzgado de lo social, obligando a la Conselleria a la readmisión por despido improcedente, con mismo sueldo y posición, de los que hasta ahora han celebrado juicio.
La suerte estaba echada. De nada valieron los avisos ni las advertencias, de nada las reuniones previas con el Molt Honorable President de la Generalitat, de nada los planes estratégicos ni los solventes informes, como el encargado por la propia Conselleria al Síndic de Comptes en el que se constataba cómo el modelo Alzira conseguía mejores resultados en salud y mayor satisfacción de la población a un coste mucho menor, del orden de un 25 por ciento menos. De nada valían los datos, los resultados, las comparaciones.
Que el cambio de modelo iba a ser un fracaso era conocido por todos, pero finalmente el Hospital murió -como Santiago Nasar en la Crónica de Gabo, todos, menos él, sabían que iba a morir-. Y era conocido por todos porque solo había que comparar los resultados que, año tras año, obtenía el Hospital de La Ribera, su menor lista de espera, su mejor accesibilidad, su mayor satisfacción de los usuarios, su mejor gestión económica, sus premios nacionales, sus primeros puestos en la clasificación de la propia Conselleria, etc., con los resultados que obtenían los hospitales similares de gestión directa. Solo había que atender a las recomendaciones del Síndic de Comptes, quien, por cierto, ha seguido publicando nuevos informes, esta vez sobre el Hospital de Torrevieja, que concluyen que el modelo concesional es un 30 por ciento más eficiente para la Administración y consigue reducciones en las listas de espera, una menor mortalidad, una mayor inversión por ciudadano y una mayor calidad. La propia Conselleria ni siquiera ha presentado alegaciones a estos datos, demostrando así que acepta el informe como válido. Solo había que tener sentido común.
"Que el cambio de modelo iba a ser un fracaso era conocido por todos. Solo había que comparar los datos del Hospital de la Ribera con los de hospitales similares de gestión directa"
La reversión del Hospital de Alzira nunca fue una prioridad sanitaria ni asistencial. Lejos de tratar de atender las necesidades reales de nuestros ciudadanos, la decisión solo se tomó por una prioridad política, como ha confirmado la propia Conselleria de Sanitat, incluso por una imaginada prioridad electoral y también por la prioridad personal de algunos dirigentes, como se ha visto un año después. Tanto era conocido por todos que un alto cargo de la Conselleria, uno de los mayores instigadores de la reversión, si no el mayor, llegó a decir en privado -yo estaba presente- que calculaban que el Hospital iba a costar un 30 por ciento más para hacer un 30 por ciento menos, pero que eso no era lo importante, sino el impacto político que se buscaba. Aún se quedó corto.
Con la perspectiva que ofrecen los 365 días transcurridos, podemos confirmar lo que ya sabíamos; la reversión fue mal planificada y peor ejecutada. Pronto se supo que se habían contratado 500 profesionales más -recuerden que un representante de la Conselleria ya anunció que se contratarían a todos los familiares y amigos-, para aumentar la lista de espera y las reclamaciones de los pacientes, para anunciar inversiones inexistentes y ejecutar otras, como la publicitada unidad de preingresos que se cerró un mes después de su apertura tras evidenciar el fracaso de esta zona intermedia entre urgencias y hospitalización, donde 26 pacientes tenían que compartir un baño.
Y lo más llamativo es que la reversión, la medida supuestamente desprivatizadora más importante tomada por un gobierno, se ha acompañado de la más importante reprivatización vivida nunca en La Ribera: miles de pacientes son derivados a centros privados para hacerse pruebas radiológicas, etc., que se hacían antes en el hospital, todo por no ser capaces de dar soluciones con medios propios. Lo que jamás había pasado.
Sobre todo esto hablaremos en una segunda entrega. Porque los hechos demuestran que la reversión fue una decisión errónea, crónica de una muerte anunciada "del campo de naranjos y limones y la llovizna tierna, a las cagadas de pájaros"… (continuará)