
El escenario económico en el que nos movemos actualmente gira en torno a una serie de conceptos que, en términos de opinión pública y medios, suelen ser, en cierta forma, familiares. Aspectos tales como la cuarta revolución industrial, digitalización, Big Data, internacionalización, guerra comercial, pensiones, déficit público, impuestos, I+D+i, inflación, producto interior bruto (PIB) y un largo etcétera se cuelan día a día, de forma repetida, en los debates, políticas, tertulias y artículos de columnistas, tanto de la prensa especializada como generalista.
En principio esto no es malo. La economía y, sobre todo, la política económica tiene mucha influencia en el devenir de un país, región o área económica concreta. Y la tiene, no tanto en el corto plazo como en sus consecuencias en el medio y largo plazo. Lo que decidas hoy te afectará mucho más al mañana que al presente. Es este un debate al que, desde siempre, resulta prudente y aconsejable acudir desde una cierta serenidad. Ni todas las cifras son siempre lo que nos dicen que son, ni todo lo que se quiere trasladar se puede enfocar con el resultado de una sola cifra. No obstante, si toda una serie de cifras o índices adelantados te anuncian variaciones en el devenir económico resulta apropiado no obviarlos, más bien conviene dedicarse a su análisis y solución de una forma, de nuevo, sosegada, pero con un rumbo claro prefijado.
Desde hace unos meses venimos alertando sobre esto último, no solo este columnista, si no diversos y variados economistas y expertos. Si aceptamos que los dos principales objetivos de una adecuada política económica deben ser favorecer la creación de empleo y reducir el diferencial de renta con respecto a países más ricos, nos encontramos con que ambos podrían estar en fase de incumplimiento a nivel nacional.
El mercado laboral español, recientemente y frente a un período de cambios positivos favorecido por las reformas estructurales iniciadas en 2012, vuelve a oscurecerse lentamente
El mercado laboral español, recientemente y frente a un período de cambios positivos favorecido por las reformas estructurales iniciadas en 2012, vuelve a oscurecerse lentamente. Los economistas solemos afirmar que esto último comienza a ocurrir -no se crea empleo- porque la economía no crece o crece menos, y/o se tienen expectativas certeras de seguir creciendo menos en el futuro si no hay algún cambio de rumbo.
Visto el diagnóstico, solemos oír y leer muchos tipos de medidas, de uno u otro color. Pero resulta difícil leer propuestas del tipo de "¿qué PIB necesitamos?" "¿La composición de nuestro PIB está adaptada a la nueva economía y, sobre todo, está preparado o preparándose para nutrirse de las potencialidades de la cuarta revolución industrial?" Creo que el debate no está, sinceramente, en qué queremos recaudar. El debate debería estar en qué queremos producir, qué bienes y servicios queremos ofrecer. Ahí está, en mi opinión, el verdadero valor añadido del analista económico y la principal garantía del sostenimiento del estado del bienestar.
Un sistema económico consta de un número casi interminable de variables, simplificarlas agregándolas para su estudio y análisis es apropiado, pero debemos dar soluciones de futuro. Dentro de esas variables, recetas como incrementar el gasto no son soluciones de futuro. No digo que no se aumente el gasto, pero nunca por encima del crecimiento del PIB nominal. Si eso es así, la composición del PIB debe ser de calidad.
Deberíamos estar pensando en una segunda gran oleada de reformas estructurales que favorecieran una auténtica evolución en la estructura de calidad de nuestro PIB
Recaudar más tampoco es la solución, nunca ha funcionado. España, nuestro país, no tiene un problema de ingresos públicos. Si de algo adolece es de un problema de exceso de gasto no productivo. Sobre esa variable es sobre la que habría que actuar. En este sentido, las palabras del profesor Fuentes Quintana en el tomo 8 de Economía y Economistas Españoles vuelven hoy a estar totalmente vigentes y actuales: "Ahora bien, hacer que todo lo que era económicamente inevitable fuera políticamente factible constituía el gran reto que debería afrontarse desde el ámbito de la política". Lo económicamente inevitable hoy está recogido en el inicio de esta columna: cuarta revolución industrial, digitalización, Big Data, internacionalización, control del gasto, deuda y menos impuestos, entre otros.
Deberíamos estar pensando en una segunda gran oleada de reformas estructurales que favorecieran una auténtica evolución en la estructura de calidad de nuestro PIB. Un PIB que no limite su crecimiento de entrada. ¿Por qué afirmar que no se puede crecer más de un tanto por ciento? Un PIB dinámico, sin dopajes externos vía gasto no productivo, que mire por la inversión, la exportación y el consumo privado. Actuar sobre los incentivos a estos últimos componentes de la fórmula de cálculo del PIB es la solución. Ellos son los verdaderos vectores del crecimiento sostenido, necesitamos favorecer todo un entramado o ecosistema de actividades competitivas y generadoras de valor, que aprovechen la revolución en la que estamos inmersos y que ya nos está anunciado que más del 50 por ciento de los trabajadores actuales en 10 años trabajarán en puestos que hoy no existen.
Ese es el reto, y ese debería ser el debate. El país que sepa adaptarse a eso, la política económica que lo favorezca, diseñada con criterio y rigor, será el ganador. El resto, país o proponentes de opciones no viables, estarían en lo que Ortega y Gasset llamaba, muy acertadamente, "no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa".
Más gasto no productivo, más deuda o más impuestos, no son la solución de futuro. Sostener el PIB con más deuda solo agranda el agujero. Como decía Goldman Sachs en otro contexto, optar por ello sería algo así como "running to stand still" ("correr para quedarse en el mismo sitio"), es decir, presentismo frente a futuro.
Recaudar más, como ya dije, tampoco lo es. Frente a ello, y ligado al PIB que necesitamos, ofrecer una fiscalidad orientada a favorecer el aumento de las bases imponibles, sí lo es.
Nuestra economía, con reformas estructurales y pensando en ser competitivos en un entorno global y en qué queremos producir frente a qué queremos recaudar, tiene mucho futuro.